El recuerdo de un amigo – La experiencia que nos deja Ricardo Spinetta, argentino, que recientemente partió a la casa del Padre mientras corría, como era habitual para él. Es un modo de recordarlo y de agradecer por su vida.

Por Gustavo Clariá (Perú)

Con Ricardo nos conocíamos desde hacía muchos años, aunque había pasado mucho tiempo sin vernos. Yo había estado lejos, en Italia, y él con su familia vivía en Mar del Plata, al sur de Argentina. Ricardo había conocido el Ideal evangélico de la unidad desde muy joven y se había entrenado por muchos años en ponerlo en práctica, de modo radical y sin rodeos. “Se fue haciendo lo que le gustaba –cuenta María, su esposa, también comprometida con el Ideal de la unidad–, corriendo con un desconocido, charlando y riendo. Estaba tan en el amor que pienso que Dios se lo quiso llevar. Ricardo era muy protector de la familia y si hubiera sabido que moriría hubiera sufrido mucho por nosotros. Dios le ahorró también esa pena. Aún en el dolor de la separación, estoy muy agradecida a Dios por su vida”.

Transcribo la experiencia que me envió recientemente por WhatsApp, que lo describe de cuerpo entero:

“Me gusta salir a correr, pero estaba sin zapatillas. Hacía cuatro años que no me compraba un par, me parecía algo superfluo, sobre todo por el alto costo. Lo hablé con mi esposa y le pareció bien que las comprara. Cuando fuimos al negocio vimos que había una promoción para llevar dos pares por el precio de uno. Vimos que era bueno y compramos los dos.

Mi hijo, que tiene el mismo número de calzado que yo, me pedía que se las prestara. Yo, en cambio, dentro de mí sentía que tenía que regalar un par. Aunque me costaba desprenderme, se lo dije a Dios en mi corazón. Un día, salí a correr y cuando regresé me saqué las zapatillas y me puse las ojotas. Distraído, dejé las zapatillas en la vereda. Era uno de los pares nuevos. Cuando volví a recogerlas no las encontré. Recordé lo que le había dicho a Dios en mi corazón y, si bien con dolor por el desapego, me alegré por la persona que las encontró.

Pero para sacarme la duda de si me las habían robado o yo las había olvidado, fui al lugar donde me había cambiado. El vecino me confirmó que había visto las zapatillas y que pensó que alguien las había dejado a propósito para que se las llevaran. Las zapatillas ya no estaban… Para mí fue una confirmación de que Dios escucha nuestras oraciones, también aquellas silenciosas. En nuestra conciencia nos hace sentir si tenemos algo de más para dar a otros y también nos ayuda a desprendernos de lo superfluo para estar más disponibles para los demás. Por supuesto que también noto que tengo que poner más atención en lo que hago, porque muchas veces la ansiedad me gana. Este mes me gustó mucho poder tomar juntos cada decisión, con mi esposa. Siento que es muy importante encontrarnos entrelazados unos con otros”.

Un atleta de Dios
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