De la vida cotidiana – Una experiencia de donación sin “peros” y que, al final, llama a la Providencia.
Recogido por la redacción
Fue a fines de febrero que había ido a hacer un trámite al centro de Rosario, cuando saliendo de casa me cruzo con una persona en situación de calle que me dice: “Hermano, tengo hambre…”. Esa frase me golpeó muchísimo. Era un feriado. Le dije que me esperara, que tendría que ir a un supermercado “de los grandes”, que estaba abierto en un día como aquel, que le traería algo. Fui a uno que está a tres cuadras de casa y le compré unas empanadas, un jugo y unas frutas. Cuando se lo di, esta persona estaba feliz, muy contenta y no paraba de decirme “que Dios te bendiga”. Yo le respondí igual que siempre cuando me dicen esto: “Y a vos también, porque es lo mejor que nos puede pasar”.
Seguí mi camino hacia el centro de Rosario con una mezcla rara de alegría y tristeza por este hermano que dejaba allí y al que le había solucionado solo una comida de su vida. Ya en el centro, terminado de hacer lo que había previsto, vuelvo caminando por la peatonal. De pronto veo y escucho a una pareja de unos 70 años que, tomados de la mano, le pedían plata a una señora: “Al menos para unas galletitas, porque tenemos hambre y no tenemos plata para comprar nada”. Nuevamente era Jesús presente en esas personas que me interpelaba por segunda vez. No lo dudé, vi cuánto podía darles, ya que eran dos personas que querían comer. Me acerqué y, tomándolo del brazo al señor, le di un dinero y se sorprendió mucho, ya que a mí no me había pedido. Una vez más, era otro hermano que me decía: “Que Dios te bendiga”, y yo que respondía lo mismo.
Cuando sigo mi viaje, en tren de broma, pero con visos de realidad, le comento a Dios dentro de mí: “¡Todo bien, eh! ¡Pero mirá que todo sale del bolsillo de este pobre docente que ya no llega a fin de mes, eh!” Sin embargo, estaba contento, feliz por la alegría de ese hombre y su esposa, no importaba el resto.
A la tarde de ese mismo día recibo en casa una llamada del representante legal del colegio donde trabajo: “Marcelo, nos dimos cuenta que este mes se te liquidó mal el sueldo, por lo que hay una diferencia de cerca de $40.000 que te la estamos depositando hoy mismo”. Era la respuesta de Dios. Era “la bendición de Dios”. No tuve la menor duda que Dios respondía a todo lo que había pasado. Agradecí en lo íntimo del corazón este “mimo” del Padre y su estar atento a nuestras necesidades “humanas” de una manera “divina”.
Marcelo Daniel Nagy