Diciembre 2024 – “No hay nada imposible para Dios” (Lucas 1, 37).
Nos encontramos en la narración de la Anunciación. El ángel Gabriel va a casa de María en Nazaret para darle a conocer el plan de Dios: concebirá y dará a luz un hijo, Jesús, que “será grande y será llamado Hijo del Altísimo”1. El episodio se ubica entre otros acontecimientos del Antiguo Testamento que llevaron a mujeres estériles o muy ancianas a tener nacimientos prodigiosos y cuyos hijos debían cumplir una tarea importante en la historia de la salvación. Aquí, María, si bien quiere adherir a la misión de convertirse en madre del Mesías, se pregunta cómo podría suceder, al ser ella virgen. Gabriel le da garantías de que no será obra de hombre: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”2. Y agrega: “No hay nada imposible para Dios”3.
“No hay nada imposible para Dios”.
Esta afirmación significa que ninguna declaración o promesa de Dios quedarán incumplidas –porque no hay nada imposible para él– y puede ser formulada de la siguiente manera: nada es imposible con Dios. En efecto, el matiz del texto griego “con, cercano o junto a Dios”, pone en evidencia su cercanía con el hombre. Es al ser humano, o a los seres humanos, cuando están junto a Dios y adhieren libremente a él, que nada es imposible.
“No hay nada imposible para Dios”.
¿Cómo poner en práctica esta palabra de vida? Antes que nada, creyendo con gran confianza que Dios puede actuar también dentro y más allá de nuestros límites y debilidades, como también en las condiciones más oscuras de la vida.
Esa fue la experiencia de Dietrich Bonhoeffer, quien durante la prisión que lo conduciría al suplicio, escribía: “Tenemos que sumergirnos nuevamente cada vez en el vivir, hablar, actuar sufrir y morir de Jesús para reconocer lo que Dios promete y cumple. Es cierto que para nosotros no existe nada imposible, porque nada es imposible para Dios. También es cierto que no podemos pretender nada pero que sin embargo podemos pedirlo todo; en el sufrimiento está escondida nuestra alegría y en la muerte nuestra vida. A todo ello Dios ha dicho ‘sí’ y ‘amén’ en Cristo. Este ‘sí’ y este ‘amén’ son el terreno sólido donde nosotros estamos parados”4.
“No hay nada imposible para Dios”.
Al tratar de superar la aparente “imposibilidad” de nuestras insuficiencias, para alcanzar lo “posible” de una vida coherente, un papel determinante lo lleva a cabo la dimensión comunitaria que se despliega allí donde los discípulos, viviendo entre ellos el mandamiento nuevo de Jesús, se dejan habitar, como individuos y comunitariamente, por la potencia del Cristo resucitado. Escribía Chiara Lubich en 1948 a un grupo de jóvenes religiosos: “¡Vayamos adelante! No con nuestras fuerzas, mezquinas y débiles, sino con la omnipotencia de la unidad. He constatado que Dios entre nosotros cumple lo imposible, el milagro. Si nosotros nos mantenemos fieles a nuestra entrega, el mundo conocerá la unidad y con ella la plenitud del Reino de Dios”5.
Años atrás, mientras vivía en África, a menudo me encontraba con jóvenes que querían vivir su cristianismo y me referían las muchas dificultades con las cuales se debatían a diario en sus ambientes, para seguir siendo fieles a los compromisos de la fe y a las enseñanzas del evangelio. Conversábamos largamente y, finalmente, llegábamos siempre a la misma conclusión: “Solos es imposible, pero juntos podemos”. Da garantías de ello el mismo Jesús cuando promete: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre (en mi amor), yo estoy en medio de ellos”6. Y con él todo es posible •
Por Augusto Parody Reyes y equipo de Palabra de Vida
1. Lucas 1,32
2. Ibid, 35
3. Ibid, 37
4. Bonhoeffer D. (1906-1945) fue un teólogo y pastor luterano, protagonista de la resistencia al nazismo.
5. Lubich C., El primer amor. Cartas de los inicios (1943-1949).
6. Mateo 18, 20