Capítulo 8 – Como el arte del diálogo es una pasión común con Ala, charlamos sobre la importancia de ir al encuentro de cada persona, sobre si en momentos difíciles hay que llegar a “soportar” y, en ese sentido, sobre el valor de la paciencia que confía y espera el momento de la sintonía con el otro.
Por Alessandra (Italia) y Claudio Larrique (Uruguay)
¿Cómo tratar de ir al encuentro de cada persona?
Ese es el punto. ¿Cómo lo hago bien y, por lo tanto, construyo relaciones auténticas y profundas? He descubierto que aquí también empieza por mí, no solo porque tengo que tener la voluntad de hacerlo, sino porque tengo que hacerlo de la mejor manera. Cada encuentro, ya sea que dure un segundo o toda la vida, deja huella en las personas. Si tengo esto presente, entiendo que debo, sobre todo, dar lo que soy, sin máscaras, sin pintar una sonrisa que pueda parecer falsa, como quizás a menudo lo sea. No digo que tenga que acercarme a los demás con mal humor, sino simplemente trabajar primero en mí mismo para dar lo que soy, con mi vida, mis experiencias. Quien esté frente a mí en ese momento quiere una persona genuina, que con sencillez dé lo que tiene para dar, el fruto de su propia vida, de sus propias experiencias. Si tengo el coraje de enfrentarme a mis monstruos, a mis fantasmas, a mis miedos más íntimos, podré acercarme a los demás con mi propia ropa, no con la que a veces intentan confeccionarme (o que yo también me he confeccionado a menudo). Si hago esto, si me libero de máscaras y adornos, podré acercarme a los demás, acogerlos y abrazarlos. Podré hacerles un espacio en mi interior, podré hacer de mi corazón su hogar seguro.
¿Y esto puede llegar al límite de tener que soportar, aguantar?
Cuando pienso en aguantar, pienso en someterme pasivamente a lo que sucede a mi alrededor o a quienes me rodean. Al mismo tiempo, dentro de este aguantar veo una actitud de rebeldía disfrazada: “Te tolero por fuera, pero por dentro me quejo de tí”. Y ni la sumisión pasiva ni la rebeldía disfrazada son amor libre. Mejor, quizás, “aceptar”. Para aceptar necesitas saber. Y he aprendido que no puedo conocer y aceptar al otro si no puedo conocerme y aceptarme a mí mismo. Estas dos cosas van de la mano. Si no reconozco y acepto mis propias debilidades y fortalezas, no puedo hacer lo mismo con el otro. Así que, una vez más, debo empezar por mí mismo. Si entiendo cómo surgen mis debilidades, entonces puedo comprender mejor las del otro. Si entiendo cómo superarme o mejorarme, entonces puedo ayudar al otro a crecer y mejorar. Si aprendo a ser magnánimo conmigo mismo –lo cual no significa perdonarme y dejarlo ir, sino reconocer las dificultades que encuentro en el camino y darme siempre otra oportunidad para empezar de nuevo– entonces podré ser magnánimo con los demás, reconociendo sus dificultades en el camino y dándoles otra oportunidad para empezar de nuevo.
Entonces capaz es importante tener paciencia…
Creo que es parte de la naturaleza humana intentar lograrlo todo de inmediato. Vemos la meta y deseamos poder alcanzarla al instante. Pero todo camino lleva tiempo, y ni siquiera sabemos cuánto tiempo es. Como un recién nacido: sabemos que con el tiempo aprenderá a comer solo, a caminar, a hablar, pero no sabemos exactamente cuándo sucederá, y ni siquiera podemos acelerar este viaje, que está escrito en sus genes. Podemos acompañarlo, ayudarlo, apoyarlo, animarlo. Si esto es cierto para nuestro crecimiento físico, lo es aún más para nuestro crecimiento psicológico y espiritual, empezando por nosotros mismos. A veces desearíamos tener la capacidad de reaccionar al instante ante cada situación, poder comprender rápidamente cada estado de ánimo, corregir de una vez por todas lo que sentimos que no concuerda con nuestras decisiones, con la dirección que nos gustaría tomar. Pero por mucho que lo intentemos, nos damos cuenta de que no podemos mantener el ritmo, correr tan rápido como quisiéramos. Necesitamos caminar paso a paso y levantarnos, a veces con dificultad, cada vez que caemos. Necesitamos tener paciencia con nosotros mismos, la clase de paciencia que nos permite mirar hacia adelante con confianza y decir: “Vamos, vamos, la próxima vez darás un paso más”. Si aprendemos a hacerlo con calma con nosotros mismos, será más fácil hacerlo con quienes caminan a nuestro lado •


