Américo Vespucio: la crónica de un error histórico

Libro

Por José María Poirier (Argentina)

Stefan Zweig

Buenos Aires, 2025, Ediciones Godot

El notable y prolífico escritor e intelectual Stefan Zweig (que había nacido en Viena en 1881, que fuera uno de los biógrafos y novelistas más populares en el período europeo de entreguerras y que se quitara la vida en Petrópolis, Brasil, en 1942, cuando pensaba que Hitler ganaría la guerra) afronta en este libro una suerte de juicio histórico sobre la figura del explorador y cosmógrafo florentino que legó su nombre a nuestro continente. 

Américo Vespucio (Florencia, 1454 – Sevilla, 1512), además de su labor como comerciante de una famosa familia florentina naturalizado castellano, fue autor de mapas y advirtió que América no era parte de Asia sino el cuarto continente conocido (después de Europa, Asia y África), algo que nunca supo su amigo Cristóbal Colón. Las polémicas de los historiadores durante los siglos XVI, XVII y XVIII oscurecieron la memoria de Vespucio por considerar que se había apropiado de los descubrimientos de otros. En realidad, el navegante y cartógrafo de los Medici murió sin saber que otros le habían puesto su nombre a estas tierras.

Como señalan otros historiadores posteriores, “la fama universal se debe a dos obras publicadas bajo su nombre entre 1503 y 1505: el Mundus Novus y la Carta a Soderini, que le atribuyen un papel protagonista en el Descubrimiento de América y su identificación como un nuevo continente. Por esta razón el cartógrafo Martín Waldseemüller en su mapa Universalis Cosmographia de 1507 acuñó el nombre de ‘América’ en su honor como designación para el Nuevo Mundo. El relato a menudo fantasioso y contradictorio de sus viajes lo han ubicado como una de las figuras más controvertidas de la era de los descubrimientos”.

El autor de esta obra (entre sus muchos trabajos recordemos las biografías de María Antonieta y de Fouché) observa que, a veces, cuenta más quién refiere un acontecimiento que quién lo llevó a cabo; y así Vespucio se beneficia de la narración de sus escritos (algunos tergiversados). Zweig no quiere presentar a Vespucio como un mentiroso, sino que humaniza su figura, mostrando las circunstancias que lo llevaron a ser el “padre” del nombre de un entero continente. 

Así introduce su relato Zweig: “¿Quién dio el nombre ‘América’ a América? Esta es una pregunta que cualquier niño de edad escolar puede responder bien derechito y sin pensar: Américo Vespucio. Pero ante la siguiente pregunta hasta los adultos van a sentirse inseguros y vacilar: ¿y por qué se bautizó el continente con el nombre de pila de Américo Vespucio? ¿Porque Vespucio descubrió América? ¡Claro que no! ¿O porque fue el primero en pisar tierra firme y no sólo las islas periféricas? Pero tampoco: los primeros en pisar masa continental fueron Colón y Sebastián Caboto, no Vespucio”. Y se pregunta: “¿Por qué América se llama América y no Colonia?”. En seguida aclara que   saber cómo se llegó a ese nombre “es todo un nido de ratas, producto de casualidades, errores y malentendidos”. 

Es apasionante cuando el autor escribe que hacía más de mil años que el conocimiento del mundo estaba fijo y no se concebía nada nuevo. Por eso el descubrimiento de América despierta una pasión sin límites. 

Stefan Zweig, que se sitúa como un juez ante quienes desacreditaron a Vespucio, le da la razón a los que mucho después descubrieron documentos y reconocieron los méritos del florentino, que nunca quiso pasar por lo que no era. En efecto, el mismo Cristóbal Colón (que por otros motivos no queda bien parado en la pluma de Zweig) escribió a su hijo Diego elogiando la honradez y competencia de Américo. Colón murió desprestigiado en Valladolid (1506)  y Vespucio olvidado en Sevilla (1534).

En la narración de Zweig no faltan apuntes para condenar la inquisición, a Calvino que ajusticia en Ginebra al médico y teólogo español Miguel Servet, al misionero Bartolomé de las Casas, que se empecinó en maltratar a Vespucio en sus textos.

En una maravillosa crónica de Germán Arciniegas, el escritor colombiano se refiere con detalle a la figura de la bella Simonetta, casada con un Vespucio (o Vespucci) pocos años antes del descubrimiento de América y muerta joven. Famosa por su belleza, Simonetta fue admirada y pintada por grandes artistas del Renacimiento, como Sandro Botticelli.

Américo Vespucio: la crónica de un error histórico
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