Bibliotecas

Libros – Selva Almada, Luis Chitarroni, Mercedes Halfon, Martín Kohan y otros
Buenos Aires, 2023, Ediciones Godot

Este breve texto se presenta con algunas preguntas: ¿qué define una biblioteca?, ¿hay algo que podemos decir que ‘es’ una biblioteca?, ¿un mueble?, ¿una cantidad de libros determinada? Y en seguida especifica que “con este libro nos vamos a dar cuenta de que no hay una definición única”. Otro tema es si hay libros que se prestan o que no. Y en una pareja, ¿las bibliotecas se fusionan o se mantienen separadas?

Responden una docena de autores y autoras contemporáneas de Argentina, México, España, Venezuela… Hay quien cuenta que tuvo sus primeros libros antes de aprender a leer, otros que creen que basta con enumerar unas diez obras para merecer el nombre de biblioteca, no falta quien afirma que con la familia y los hijos desaparece la idea de biblioteca personal, quien guarda un orden a veces riguroso y quien admite que su biblioteca es muy desordenada, está quien recurre a los clásicos y quien hurga entre los contemporáneos, quien clasifica los libros por su cariño o por el tamaño. Hay de todo un poco.

Claro, la relación de cada lector con sus libros es única e intransferible. En una nota que firma en el diario La Nación Mariana Roveda, recuerda la frase de Jorge Luis Borges: “Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca”. Y luego comienza su artículo citando a Mercedes Halfon (la autora de El trabajo de los ojos y Vida de Horacio):

“El primer cúmulo de libros que tuve encimados uno junto a otro entraba en un estante largo ubicado arriba de mi cama de niña. Libros infantiles o adolescentes que leí de niña y adolescente, con los que no estaba especialmente apegada; por eso, luego de leerlos, los cambiaba por otros. Los veía como un instrumento para pasar el tiempo, algo transitorio, hoy el libro está aquí, mañana allá. Pero este hábito fue cambiando con los años; me encariñé, me volví conservadora. O di con la idea de que lo que se juntaba en una biblioteca hablaba de su dueña –mirar bibliotecas ajenas, qué placer morboso: envidia, admiración, encantamiento, deseos de hurtar–”.

Por su parte, Dolores Graña (jefa de la sección Espectáculos en el mismo diario) reflexiona: “Es fascinante conocer los sistemas que han desarrollado sus dueños para sus bibliotecas, sobre todo porque, no importa cuán delirante sea la premisa -incluyendo la blasfemia de hacerlo según el color de los lomos–, lo primero que se afirma es su sensatez. A mayor cantidad de libros, extendidos a lo largo de más muebles, comienza a desarmarse la pretensión científica hasta recaer en un argumento adolescente: ´Yo sé dónde está todo´”.

Alberto Manguel, en su imprescindible Una historia de la lectura, razona que se podría construir una historia de la literatura “a partir de esa clase de asociaciones, que explorara, por ejemplo, las relaciones entre Aristóteles, Auden, Jane Austen y Marcel Aymé (según mi orden alfabético) y entre Chesterton, Sylvia Townsend Warner, Borges, san Juan de la Cruz y Lewis Carroll (entre los autores que más me gustan)”.

Gustavo Pablos escribe en el diario La Voz del Interior: “Cada lector o coleccionista de libros –sea por herencia, adquisición o por ambas causas, además de muchas otras– tiene sus propias historias sobre la biblioteca como objeto y como concepto, historias que funden lo personal y lo familiar, lo íntimo y lo profesional, lo obtenido y lo deseado”.

En Bibliotecas, Martín Kohan titula su texto Separación.  Y cuenta: “Al ver que tenía que irme yo, seguramente entendió que, tarde o temprano, también ella tendría que irse. Lo entendió y lo presintió, no sé cuál es la palabra más justa. Pero lo uno implicaba lo otro y es imposible que no lo adivinara. En ese momento, sin embargo, al acabar esa tarde tan triste, yo me fui y ella se quedó”.

Irse, mudarse,,, ¿y dónde va a parar la biblioteca de cada uno con su infinito mundo de recuerdos? En El arte de narrar escribía el admirado Juan José Saer: “Llamamos libros al sedimento oscuro de una explosión que cegó, en la mañana del mundo, los ojos y la mente y encaminó la mano rápida, pura, a almacenar recuerdos falsos para memorias verdaderas”.

La cita la refiera Dolores Reyes y narra: “Mi biblioteca debería tener un cartel que diga: ‘Se prestan libros’. Sería un nombre adecuado para los tres muebles de madera y el cristalero improvisado que fue paulatinamente siendo tomado por los libros, más las montañas de volúmenes arriba y abajo del escritorio, que se reproducen en cuanto recoveco de la casa se puedan llegar a expandir”. Y ella, siempre dispuesta a prestar libros, sin embargo se molestó con un colega que nunca terminaba de devolverle un libro amado y tuvo que ir a buscarlo.

Por José María Poirier (Argentina)

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