Capítulo 2 – Continuamos con esta nueva sección en nuestra revista, con preguntas que hacemos a Alessandra, una amiga del diálogo más allá de cualquier convicción o creencia.
Por Claudio Larrique (Uruguay)
Hablamos de la importancia de compartir, pero no es fácil abrirnos…
Abrirnos a compartir. Compartir… con-partir, “compartir con”. ¡Qué difícil es compartir quiénes somos con otra persona! Creo que en toda nuestra vida siempre hay alguien con quien podemos compartir más fácilmente nuestro ser. Puede ser por confianza, por caracteres similares y sensibilidad, puede ser por lo que hemos podido vivir juntos.
Así que llevemos adelante nuestras relaciones compartiendo cada vez más, para que siempre podamos ser más uno. Intentémoslo día a día, paso a paso, sin miedo a caer. Y si caemos, empezar de nuevo. Hagamos sinceramente todo lo que podamos para que sean relaciones igualmente plenas y profundas. Todas las relaciones que tenemos, nuestras amistades o con simples conocidos también. Poco a poco nuestro pequeño amor llamará al amor de los demás y será un compartir pleno, será reciprocidad.
¿Cómo no perder la calma en las relaciones que tenemos?
Habla y actúa con suavidad y calma. Parece sencillo, pero en realidad es quizás una de las cosas más difíciles. En nuestras relaciones con los demás tenemos muchas veces temor de perder, como si se tratara de una batalla. Perder nuestras ideas, perder quiénes somos. Pero si creemos que todavía somos hermanos, entonces las cosas cambian. Ya no se trata de perdernos, porque no soy mayor que tú, ni tú que yo. Entonces puedo estar en silencio dentro de mí.
Cuando te escucho, entonces puedo apreciar y amar lo que hay dentro de ti como si fuera mío. Si me quedo callado, si no quiero convencerte de mi idea, entonces sabré hablar y actuar con calma y dulzura. Sabré escucharte para luego darte lo mejor que hay en ti, descubrir el tesoro presente en tu corazón y ayudarte a verlo.
Pero nos cuesta crear relaciones sinceras…
Crear relaciones sinceras parece fácil. Sobre todo es fácil señalar siempre con el dedo al otro y decir “¡tú no eres sincero y abierto conmigo!”.
No, aquí también siento que tengo que empezar desde mí mismo, empezar de nuevo en cada momento. Si quiero crear relaciones sinceras tengo primero que nada empezar conmigo. Aprendiendo día a día a entender lo que navega en el mar tempestuoso de mi alma, porque siempre levanto un muro hacia los demás, encuentro mis defensas y planifico desquiciarlos. Así, y sólo así, puedo mirar al otro con otros ojos, entrando de puntillas en su alma, acogerla en mí, comprender sus tormentas, sus muros, sus defensas.
Si no señalo con el dedo, el otro lentamente mina sus defensas, derriba sus muros, él mismo comprende las tormentas de su propia alma.
Creo que este es el punto de partida. Sólo si aprendo a tener una relación sincera y abierta conmigo puedo hacer lo mismo con el otro. La relación sincera nace de dos sinceridades, de dos libertades. Yo conmigo mismo, el otro consigo mismo. Entonces la relación parte de una base diferente: dos almas, a menudo igualmente heridos por la vida, que deciden abrirse el uno al otro. Y yo entenderé sus heridas, él entenderá las mías. Dos almas, desnudas de todo, frente a frente y en la transparencia de las defensas que caen, la relación cambia, nuestras almas se ven como en su verdadero ser. Y la relación se convierte día a día en un encuentro de almas puras •



