De Francisco a León XIV: ¿se asentará la reforma?

Entre la memoria agradecida a Francisco y la sorpresa ante un León XIV, que empatizó con todo el mundo desde el primer día, cabe la pregunta: ¿continuará el camino reformista?

Por Manuel María Bru Alonso (España)

Con el fallecimiento del papa Francisco el mundo entero quedó profundamente conmovido. Atrás quedaban doce años de un pontificado en el que todos vimos revivir al mismo Francisco de Asís dispuesto a reformar profundamente la Iglesia y convencer al mundo de la fraternidad universal, un Francisco que auspicia la paz duradera sustentada en la justicia y pone su centro no en los focos del poder sino en las periferias geográficas y existenciales de los hombres y los pueblos.

A las puertas del cónclave en el que fue elegido León XIV, muchos se preguntaban si el nuevo papa sería conservador o progresista. Es consabido que este dualismo es del todo inapropiado. Aun así, Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio e historiador de la Iglesia, dijo que en aquel cónclave todos estaban de acuerdo en continuar con las reformas emprendidas por el papa Francisco, pero si había que aglutinar a los cardenales en dos talantes distintos –ya es mucho simplificar– algunos parecían más proclives a establecer y consolidar esas reformas (podríamos definirlos “estabilicionistas”), mientras otros lo estarían en emprender otras nuevas y acometer nuevos desafíos (los “innovadores”). Entonces, si damos por buena esta distinción, ¿se eligió un papa más estabilicionista o más innovador?

Si escrutamos la historia reciente desde este posible misterioso “patrón”, podríamos decir que, siempre en la convergencia entre novedad y continuidad, Francisco fue, con respecto a Benedicto XVI, un innovador, como Juan XIII lo fue con respecto a Pío XII, y Juan Pablo II con respecto a Pablo VI. Y podríamos también decir que este nuevo pontificado estará marcado por el asentamiento de las reformas emprendidas por Francisco más que por sorpresivas innovaciones, como lo fue el pontificado de Pablo VI con respecto a Juan XXIII, o de Benedicto XVI con respecto a Juan Pablo II. El ministerio petrino es el mismo, pero parece que a algunos les toca más innovar y a otros asentar, para que lo reformado sea irreversible.

Y si así fuese con León XIV, por su estilo personal tan sereno y reflexivo, por su formación (matemático, filósofo y canonista), y por su estilo de gobierno prudente y discreto, ¿eso querría decir que no va a continuar con la valentía profética de su predecesor? De ninguna manera.

Por un lado, porque León XIV se propone continuar con fervor el camino emprendido por León XIII, el primer papa de la Doctrina Social de la Iglesia y, por tanto, de la arriesgada concreción del Evangelio social en las cambiantes situaciones de la sociedad, los sistemas políticos y económicos, las claudicaciones de los derechos humanos, la explotación laboral, la injusticia para con los empobrecidos y los migrantes descartados, etc.

Por otro lado, porque León XIV es el primer papa misionero de la historia, en sentido estricto, como misioneros ad gentes, marcado por el legado de los misioneros intrépidos del siglo XVI y de los que desde el siglo XIX se desapegan de su patria, su cultura, sus comodidades y sus seguridades para evangelizar a los pobres. La gran mayoría de los años de ministerio sacerdotal y episcopal de Robert Francis Prevost la pasó en su amado Perú, no en el país más rico del mundo que lo vio nacer. Y sus pocos años en Roma fueron para ayudar a Francisco a elegir obispos “con olor a oveja”.

León XIV ha venido a aportar a la mística de las periferias de Francisco, su trayectoria vital basada en escuchar y servir a Dios desde las periferias, no solo las de su querida América Latina, sino las de todo el mundo que, como superior de la Orden de San Agustín, visitó, alentó y fortaleció en todas y cada una de las misiones agustinianas.

No hay que olvidar tampoco que la gran pasión de León XIV es la comunión eclesial. Su lema, tomado de san Agustín, reza así: In Illo uno unum (En Aquel que es Uno, somos uno). 

Con el papa León ¿querrá el Espíritu consolidar las reformas de la Iglesia emprendidas por Francisco, que reclaman mayor participación para la unidad en la pluralidad, y preparar pedagógicamente –sin prisa pero sin pausa– otras posibles reformas, involucrando a todos, incluidos los más temerosos y dubitativos? Ya lo veremos, o tal vez veamos cosas mayores. Solo Dios providente lo sabe con certeza •


Nota: artículo publicado originalmente en la revista LAR, editada por Ciudad Nueva España, edición número 7, 2025.

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