Informar e informarse – Conocer en modo incompleto o falseado puede dar lugar a concepciones erróneas de la realidad. ¿De qué manera evitar prejuicios y preconceptos?
Por Alberto Barlocci
Una de las fuerzas más poderosas que dinamizan la existencia humana es el deseo de conocer. Conocer el mundo en el que vivimos, la naturaleza de la que somos parte, conocer el saber que se ha acumulado a lo largo de siglos, lo inmanente y también lo trascendente, conocer a los demás seres humanos. Incluso nuestra experiencia espiritual es un ininterrumpido proceso de conocimiento de Dios.
Ahora bien, este proceso puede conducirse del modo correcto, así como puede tener fallas. Es decir, cuando nuestro conocer por una razón u otra se distorsiona, apresura etapas o es incompleto, puede producir errores. Podemos decir que conocemos cabal y profundamente cuando llevamos a cabo el proceso correcto no solo intencionalmente, es decir, siguiendo nuestro deseo de conocer de manera consciente, sino también cuando somos responsables con lo que hemos conocido y deliberamos actuar en consecuencia.
El conocido fenómeno de las noticias falsas (fake news) se relaciona directamente con algunas fallas en el proceso de conocimiento de ciertos hechos. Damos por descontada una noticia difundida en las redes sociales y la interpretación de la misma por parte de alguien en el que depositamos nuestra confianza. No hemos verificado si otros medios de comunicación han dado a conocer ese hecho, que normalmente sería materia de noticias; tampoco hemos corroborado si no existirá un determinado interés en difundir ese tipo de noticia; y menos todavía si eso es verdadero, falso o simplemente probable. Más que en la información, estamos en el campo de las creencias. Tampoco nos hacemos responsables de las consecuencias de su difusión.
Los ejemplos pueden ser muchos. Uno típico es la difusión de las teorías sobre que la Tierra es plana. Estaríamos ante una conspiración global, de la que participan gobiernos de signo político opuesto (dentro del propio país y entre países), con ciento de miles de personas que, una vez alcanzada una elevada responsabilidad política, ingresan en esta conspiración que divulga la falsa verdad de que la Tierra es redonda. Miles de fotos tomadas desde satélites y estaciones espaciales serían falsas y estarían equivocadas las explicaciones que la física y la astronomía desde hace mucho tiempo darían respecto de la forma del planeta. Pese a que las explicaciones que abonan estas teorías a veces más bien demuestran una gran ignorancia de las leyes de la física, miles de personas confían por completo en ellas. La pregunta inevitable es: ¿cuál sería la cientificidad de estas teorías, su fuente? Ante esta pregunta, una conocida divulgadora de habla inglesa del terraplanismo respondió sin ni siquiera pestañear: “Yo”.
Pero entonces: ¿qué ocurre o qué debería ocurrir cuando conocemos, formamos nuestros saberes, nuestro sentido común, nuestras creencias?
Bernard Lonergan (1904-1984), un filósofo canadiense, jesuita, dedicó su vida (y una monumental obra bibliográfica1) a este tema, pudiendo identificar cuatro momentos (no necesariamente secuenciales ni separados) del proceso que se verifica toda vez que los seres humanos conocemos, trátese de un conocimiento científico, de un hecho familiar o de ver a un indigente y decidir donarles unos pesos para comer.
Los primero que ocurre es que algo nos llama la atención, algo despierta nuestro deseo de conocer y por eso estamos atentos. Newton vio caer una manzana, observamos un hecho político, algo ocurre en la casa del vecino. Ese hecho mueve nuestra inteligencia a preguntarnos qué está ocurriendo realmente y no qué creo que haya ocurrido. Qué significa, qué implicancias tiene. Ese proceso en el que tratamos de ser inteligentes es seguido por otro: el esfuerzo de ser racionales. Es decir, si lo que ocurre es cierto o es falso o si es simplemente probable, qué juicio de valor emito sobre ese hecho. Si será bueno, malo, oportuno, inoportuno, conveniente o inconveniente. Finalmente, cuando nuestra conciencia ha vivido estos tres momentos nos invita a deliberar qué haremos al respecto, a ser responsables. Es cuando el proceso de conocimiento se completa. Llega a su plenitud.
Se trata de algo que, en realidad, hacemos habitualmente, quizás en la gran parte de los casos. El tema es mantener el rigor de este proceso para realizarlo en modo consciente, o sea, despiertos en nuestras facultades e intencionalmente dirigiendo hacia ese objetivo nuestra voluntad y nuestras capacidades. Se podrá notar que nuestra conciencia moral participa de este proceso. Por ejemplo, el consumo de drogas: nos preguntamos qué significado tiene y qué implica el consumo de drogas, emitimos un juicio de valor (eso no es bueno), deliberamos no recurrir a las drogas y, si nuestra profesión lo permite, ayudar a difundir tal postura.
Cuando salteamos o nos apresuramos en algunas de las fases de dicho proceso es que arribamos a conclusiones o deliberaciones erróneas o incompletas. Al llegar a mi puesto de trabajo, veo a una colega que está retirando su mano de la cartera de otra compañera. Ese hecho me llama la atención, estoy cavilando sobre ello cuando la dueña de la cartera denuncia que le ha desaparecido el celular. Sin otro dato más, acuso a la colega que retiraba la mano de la cartera como autora del robo. El escándalo es mayúsculo. Luego se sabrá que, en realidad, la dueña de la cartera dejó su celular en casa, la colega en cambio le había dejado unos chocolates en su cartera, justo cuando yo entraba. De haber verificado si era o no correcto mi juicio, de acuerdo a lo que había visto (que era cierto pero incompleto), habría evitado formular una acusación injusta.
A diario se emiten juicios morales sin haber procesado adecuadamente los datos a disposición. Los prejuicios nacen precisamente de este modo. Eso ocurre también a nivel de las ciencias. Es notorio que, según algunas teorías económicas, el ser humano interviene en la economía solo en busca de su beneficio y eso es lo que debe hacer de la manera más eficiente posible, maximizando sus utilidades.
Los que formularon esta teoría partieron de un dato de la realidad irrefutable: la existencia de comportamientos egoístas. De ese dato, llegaron a la conclusión que el ser humano es tendencialmente egoísta. ¿Que haya episodios de egoísmo autoriza a decir que los seres humanos lo son tendencialmente? La experiencia dice que existen actitudes egoístas y también solidarias. Los estudios al respecto confirman la presencia de comportamientos de los dos tipos. Incluso, en algunos casos prevalece la solidaridad. Los que han seguido estas ideas económicas no han tenido el rigor de confirmar empíricamente ese dato inicial, asumiendo como verdadero un postulado no demostrado, lo cual ha provocado una incompleta lectura de los fenómenos económicos, falseando entonces también sus bases teóricas.
El lector podrá entonces suponer que también hay más postulados científicos, políticos, filosóficos, morales que, a menudo, no siguen el rigor indicado por Lonergan a la hora de conocer. ¿Será por ello que tenemos problemas en todas las áreas de conocimiento, desde los cambios climáticos a la pobreza y desigualdad, desde los conflictos armados a la convivencia ciudadana?
Lonergan nos da pistas concretas para corregir rumbos. Pero también nos recuerda que dicho proceso no se desarrolla en soledad, sino en diálogo con los demás. No llegamos solos a conocer la verdad •
1. Señalamos dos obras fundamentales de Lonergan: una de los años ’50, Insight, y otra de los años ’70, El método en teología.