A 35 años de la dictadura en Paraguay – Se cumplieron 35 años del final de la dictadura militar en Paraguay, la más larga de toda la región, que fue desde 1954 a 1989. El recuerdo histórico es una oportunidad para repasar las vivencias de aquellos años, la juventud inquieta y para valorizar el sentido de la política y su esencia al servicio de los demás.
Por Matías Álvarez (Paraguay)
Toda dictadura es una cicatriz. El 3 de febrero pasado se cumplieron 35 años de la caída de Alfredo Stroessner, quien gobernó, irónicamente, la misma cantidad de años transcurridos desde el golpe que lo derrocó hasta el presente. Fue la dictadura más larga de América del Sur y se extendió entre 1954 y 1989, aliándose mediante el despiadado operativo Cóndor con otros regímenes: los de Argentina, Brasil, Chile y Uruguay, sumándose incluso los de Ecuador y Perú.
Entre la década del ´70 y del ´80, cierta juventud de Paraguay soñaba con una democracia transparente, poderosa, prometedora. El analista político y miembro del Movimiento de los Focolares, César Romero, recuerda la norma imperante que regía en esos años: “No es que se hablaba propiamente (en el Movimiento) de la dictadura, sino más bien de situaciones y actitudes que uno tenía que desarrollar como ser humano, como ciudadano”. Nacido en el seno de una familia de comunidad parroquial, ya de chico Romero empezó a trabajar en la Universidad Católica de Asunción. Esa formación personal en términos cívicos asaltó su interés a través de lo que escuchaba en los pasillos universitarios, de lo que vivía en el colegio, de lo que percibía de la lectura de los medios de comunicación sobre la dictadura.
El entusiasmo
Romero cuenta: “Mi historia personal ha pasado por varios momentos. Al principio, la pasión por la humanidad: el primer trabajo a los 14 años, luego los pasillos de la Universidad y el encuentro con los jóvenes del Movimiento de los Focolares. Luego las marchas contra la larga dictadura y los primeros pasos hacia la política partidista”.
Para el analista político, lo interesante de esa época era ir al encuentro con otro joven o con otro adolescente, ya sea del país o de la región. “En el fondo, era una experiencia común y, naturalmente, terminaban saltando las contradicciones de la sociedad de ese entonces, las contradicciones de los entornos en los que uno se desenvolvía, que eran reforzadas por la percepción del Ideal de la Unidad que uno tenía”, explica. Por eso, un joven que lograba hacer la lectura de esos hechos quería ser escuchado en el colegio, quería ser considerado, que lo respeten como persona y como ciudadano. Comenzaba así una participación distinta en la sociedad: “Recuerdo que con mis amigos del Movimiento íbamos a las manifestaciones que la Iglesia convocaba, las famosas procesiones del silencio. Una misa se convertía en un evento político por las restricciones que había de manifestación”.
Es de frecuente mención un particular antecedente de la caída del dictador Alfredo Stroessner: la visita del papa Juan Pablo II, en 1988. “Me tocó vivir la venida del Papa, en donde varias personas del Movimiento estuvieron en la organización del encuentro. La Iglesia hizo una convocatoria a todos los sectores sociales representativos. Los laicos éramos los que estábamos en primera fila para recibir el mensaje del Papa con el objetivo de construir lo que en ese entonces se denominaba la civilización del amor”, rememora Romero.
Las dificultades
Esa etapa de entusiasmo de aquellos jóvenes años se contrapone a un momento de encuentro interior dentro de todo camino político. La etapa de la decepción: “La sensación de no poder hacer nada para cambiar realmente las cosas”, figura Romero.
El desafío actual para Paraguay es alcanzar una mayor transparencia, superando el crimen organizado y su relación con el poder estatal, las deudas con los pueblos indígenas, la educación, la salud, etc.
Romero enfatiza sobre el valor de la sinceridad dentro de la política. “Hay que reconocer que están las grietas incluso entre los miembros mismos del Movimiento. A veces por la impetuosidad de la gente, a veces por querer hacer bien las cosas, se terminan dañando relaciones. Pero es un mecanismo en continuo perfeccionamiento. Entonces allí hay una tarea pendiente, tanto de la democracia misma como del Movimiento, que tienen que ir encontrando formas cada vez más participativas, más perfectas del relacionamiento democrático”.
La acción
De eso se trata decir que sí al amor de los amores, como lo definió Chiara Lubich. “La elección de amar siempre, que me impulsó hacia la política activa, entendida como medio de transformación de la sociedad”, se lee en un escrito de Romero.
En este sentido, el Movimiento Políticos por la Unidad (MPPU), un espacio nacido de los Focolares, de alguna manera ensaya el perfeccionamiento de los mecanismos democráticos para que en los gobiernos se coloque la fraternidad por delante y sea realmente una expresión de ello. “Esto guarda relación con el ideal de Que todos sean uno que, leído como una expresión política y simplificando un poco, finalmente es la forma de generar un bienestar para todos”.
Un hito para la sanación
Durante el gobierno de facto de Stroessner, se registraron alrededor de 19.862 detenciones, 18.772 personas torturadas, 21.000 exiliados, centenares inexactos de desapariciones forzadas, menores privados de libertad y abusos de niñas y adolescentes, alcanzando más de 128.000 víctimas directas e indirectas. La tortura fue sistemática, planificada y organizada. Numerosos militares y policías la cometieron y vivieron impunes.
El 21 de febrero pasado, Paraguay vivió un hito en su historia, que reconoce la fatalidad de la dictadura de aquellos años: el ex comisario Eusebio Torres fue condenado a 30 años de cárcel por cometer hechos de tortura en 1976. Torres tiene 88 años y, para inicios de marzo, se enfrentó a otro juicio oral por un caso distinto de tortura.
Claudia Sanabria, comisionada nacional del Mecanismo Nacional de Prevención de la tortura (MNP), como parte del Sistema Internacional de Protección de los Derechos Humanos, ve la condena a Torres como un mensaje clave para avanzar hacia una sociedad que respete los derechos, donde no exista impunidad.
En muchos casos, las transiciones democráticas se hacen a costa de la justicia. Sin embargo, en esta larga transición paraguaya, el poder judicial, a través de la sentencia dictada, resaltó la importancia que tiene la memoria histórica, reafirmando que estos crímenes son imprescriptibles y que no hay lugar para la impunidad •