“Un buen tipo”

“Se fue un buen tipo que hizo lo que pudo y no hizo las cosas tan mal.” Cierta o no, es la frase que le atribuyen al papa Francisco cuando alguien le preguntó cómo quería que lo recordaran.

Por Pepe Leonfanti (Argentina)

La respuesta, en su brutal sencillez, no desentona demasiado de lo que “la calle” podría decir de Francisco. Reduccionista hasta el extremo, adquiere su verdadera dimensión cuando una lectura profunda y popular de esta expresión abre la puerta a un sinnúmero de virtudes y características. Palabras, actitudes, gestos, silencios, miradas, en numerosas ocasiones invisibles a la mayoría, empiezan a aflorar de boca en boca cuando los testimonios personales comienzan a compartirse y comentarse. Y mucho más cuando el rol y la exposición pública de la persona facilitan la publicidad de sus conductas.

Seguramente Honorio Rey no estaría muy satisfecho de ser parte de esta referencia. Pero es justo reconocer que más allá de los roles y funciones, la jerarquía o importancia de los cargos y responsabilidades que cada persona pueda tener, la humildad, la sencillez, el buen tono, la empatía con el otro, con los otros, la permanente actitud de servicio, la claridad en las convicciones, la coherencia entre lo que se dice, se siente y se hace, no tienen que ver con esos roles o funciones sino con la persona como tal. Y entonces sí, la personalidad de Honorio aparece estrechamente vinculada con esas mismas características. 

Quienes participaron en la celebración de su despedida señalaron, en particular, conductas o actitudes que corroboran en la práctica lo dicho. Las palabras de Clara, su hija, lo muestra con orgullo, “como un papá siempre en búsqueda de algo más para sus hijos, para el mundo entero, y en esas búsquedas supo darnos a sus hijos una libertad que no he encontrado en otras familias. Disfrutaba vernos en la búsqueda sin imponernos nada, estuviera o no de acuerdo.”. Y continuó: “Como mujer le quiero agradecer el lugar que me dio. Su forma de paternar rompió con algunos estereotipos comunes para ese rol.” 

También se señaló un estilo particular de construcción de comunidad, de comunión, entre distintos, con algo tan simple como organizar en su casa reuniones con la excusa de comer unos pollos “maiceros” generando encuentro, provocando reflexiones sobre el mensaje de Chiara Lubich y el ideal de la unidad, con algún video o charlas donde la experiencia de fraternidad y amor recíproco no necesitaban mayores discursos o conferencias. 

Hubo quien usó la imagen de su propia persona como representación de los primeros tiempos de la actual Mariápolis Lía, como “un campo lleno de yuyos, construcciones con poca luz, y cómo la presencia y la amistad de Honorio significó que los yuyos desaparecieran y la oscuridad diera paso a la luz. Fue padre, hermano, amigo.”

Hubo quien lo reconocía como una brújula siempre apuntando al objetivo fundamental, sin negar el debate y el intercambio de miradas diferentes ante las distintas situaciones. O como el agricultor siempre atento a reconocer el brote que aparecía allí donde era necesario saber distinguir lo nuevo y darle el tiempo necesario para crecer. 

Cuando quien esto escribe tenía la posibilidad de encontrarse con él, por ejemplo compartiendo un almuerzo que él preparaba con el cariño y la experiencia de un avezado chef, yo advertía –debo reconocer con alguna sorpresa– que a los planteos políticos muy críticos y negativos con respecto a las políticas del momento, Honorio siempre trataba de ver alguna forma de rescatar algo positivo para no romper del todo la posibilidad de encontrar algún puente o forma de no cerrar del todo el camino a un acuerdo o avance positivo. Aceptaba y entendía la crítica, pero nunca descartaba la posibilidad de evitar un escenario de confrontación total que consideraba un desgaste estéril, en la mayoría de las situaciones.

Su capacidad de leer en profundidad el alma y la íntima esencia de las personas le permitió regalarnos la biografía o al menos una semblanza de personas valiosas que aportaron su vida al Movimiento de los Focolares y a la sociedad en general. Su trabajo al frente de la revista Ciudad Nueva lo descubrió como periodista y escritor, atento a darle cabida a testimonios o reflexiones y análisis de la realidad desde la mirada de quien nunca renunció a construir un mundo mejor.

En la tradición de la Iglesia, cuando el sentir popular reconoce a una persona como ejemplar y lo mira como alguien a imitar, una de las primeras cosas que hace es investigar su vida y en ocasiones declarar la “heroicidad” de sus virtudes.

El tiempo dirá si este “buen tipo”, que hizo lo que pudo –y supo hacer muchas cosas bien– no merecerá que quienes, conociendo su vida, sientan y crean que supo vivir heroicamente los valores y virtudes en los que creía •

Búsqueda y encuentro

Honorio Rey, como lo reconoce su hija Clara, era un hombre en permanente búsqueda. Esa búsqueda obviamente estaba dirigida a traducir en hechos concretos el ideal de la unidad y la fraternidad en las diversas realidades o situaciones que le tocó vivir. 

Una de ellas fue un momento de la historia de nuestro país, cuando el golpe militar del 24 de marzo de 1976 instauró un régimen cuya vigencia incluyó un estado de violencia institucional contra quienes se oponían a su existencia. Parte de esa oposición lo hizo a través de la lucha armada; inclusive este enfrentamiento tuvo sus inicios aún antes de que la dictadura militar se impusiera en forma oficial. Esa realidad, con su secuela de mutuas acusaciones entre los actores que lo protagonizaron, creó una profunda división en la sociedad argentina que, de alguna manera, aún persiste hasta nuestros días. 

Sobre el final de esos momentos y el reencuentro con la instauración de la democracia, Honorio, en colaboración con el Padre Mario Leonfanti, sacerdote salesiano muy ligado al Movimiento de los Focolares, y otros pocos integrantes del Movimiento, se propusieron el desafío de intentar construir puentes de unidad entre quienes sólo existía el abismo y la fractura. Como lo relata el propio Honorio en una entrevista realizada en ocasión de un video en memoria de Mario, a través de distintos contactos pudieron reunirse integrantes de ambos bandos, representando unos a integrantes de las distintas fuerzas armadas y otros, a miembros de diferentes organizaciones armadas. Por razones de mutuo acuerdo y en salvaguarda de la seguridad de los participantes, nunca se conoció demasiado de estas reuniones que se desarrollaron durante dos años y de quiénes participaban de ellas. No se hablaba de “reconciliación”, sí de “encuentro”, de mutua y respetuosa escucha. 

Poco a poco se fue construyendo un ambiente de misericordia y perdón. Honorio aportó su enorme capacidad y su convicción para construir espacios de acercamiento y construcción de vínculos superadores del enfrentamiento. Al inicio fue difícil manejar los silencios, encontrar las palabras para buscar respuestas, explicaciones o simplemente reconocer al otro y su manera de vivir o sentir la parte de la realidad que le afectaba. 

Todavía hoy, pasado el tiempo, algunos integrantes de esa experiencia de sanación mantienen una relación de amistad.

No se pudo por distintas razones ampliar y extender esta práctica concreta de vivir el Ideal de unidad y fraternidad a otros espacios. Pero quienes lo intentaron, mostraron que, aún en condiciones de extrema tensión o dificultad, es posible construir un mundo mejor. Honorio, entre tantas otras cosas, fue artífice y testigo de que es posible.

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