Editorial de la edición de julio.
Qué gratificante es repasar momentos de nuestra vida, no solo felices, y encontrar que en algún momento, en algún lugar, hubo un amigo que nos estuvo acompañando. Desde la infancia hasta los últimos instantes de nuestro paso por este mundo, la amistad es un tipo de vínculo que nos atraviesa por completo. No es cuestión de cuantificar, y mucho menos de dejarnos llevar por los cientos o miles de “amigos” que podemos tener en las redes sociales (virtuales), sino más bien de poner el foco en la calidad de esas relaciones que nos constituyen, que son parte de cada uno y que nos ayudan a moldear nuestra propia identidad.
El rol de amigo es una gran fuente de reconocimiento; es apoyo incondicional, consuelo, consejo, es compartir actividades de diferentes intereses y ampliar horizontes sociales y culturales.
Debajo de la amistad hay valores innegociables que la sostienen, la fortalecen y la hacen imperecedera, aunque en cada etapa de nuestra existencia la amistad juega un papel diferente. “Aprendemos a hacer amigos primero dentro de la familia, cuando esta actúa como un sistema abierto, cálido, donde los niños y las niñas tienen el estímulo al intercambio diverso con personas fuera y dentro del ámbito familiar, cuando los padres están a gusto con que sus hijos inviten a sus amigos a su casa o que se queden a dormir en los hogares de otras familias”, escribía meses atrás la licenciada en psicología Alejandra García, y sumaba: “Las primeras fuentes de amigos son las relaciones de los familiares, el jardín de infantes y luego el colegio, el club, la iglesia, las actividades recreativas”. Sin saberlo, esos primeros años de vida se convierten en la fábrica de amigos que, en muchos casos, nos acompañarán durante la juventud y, por qué no, durante la adultez y hasta la ancianidad, etapas en las que, además, se irán sumando nuevas amistades, fruto de las vivencias y caminos que vayamos eligiendo.
Cada uno sabe el significado que la amistad tiene para su propia vida, y hay de diferentes características. No obstante, se trata de una experiencia que nos enriquece, nos acompaña y se transmite. No solo de grandes a chicos, compartiendo con nuestros hijos lo saludable de estos vínculos; sino de chicos a grandes, cuando somos capaces de descubrir la pureza de esas relaciones nacidas desde la autenticidad y desprovistas de prejuicios. “La amistad puede prescindir de la frecuencia. Tengo amigos que veo tres o cuatro veces al año”, sintetizó alguna vez Jorge Luis Borges en una entrevista, poniéndole palabras a lo que solemos experimentar cuando transcurre largo tiempo sin ver a un amigo y, al momento de reencontrarnos, pareciera que ese tiempo no hubiera pasado. Son sensaciones propias de amistades forjadas sobre bases sólidas, en las cuales, más allá de compartir intereses y gustos, hay un espíritu que nos une con la otra persona. “Algo más”, a lo que cada uno sabrá ponerle nombre, pero que más allá de cómo lo llamemos no queremos desprendernos porque, ni más ni menos, será “algo” que nos habla de felicidad.
Es como escribe el editor también para mí es así! Los vínculos más fuertes que me acompañan en la vida, aún después de que la persona haya dejado está tierra, son los que construí sufriendo, gozando, trabajando por quién necesita, acompañándonos en el sueño compartido de vivir un mundo más unido, más fraterno. Gracias x el esfuerzo de darnos estás gotas de esperanza, de luz.