Editorial

Somos seres sociales y, como tales, nuestra vida cotidiana se desarrolla en comunidades. En la familia, en el trabajo, con amigos, como habitantes de una ciudad o de un país formamos parte de grupos heterogéneos y diversos, en los que siempre emerge (con mayor o menor claridad) la figura de un líder.

Por eso, desde Ciudad Nueva nos parecía interesante y más que pertinente poder profundizar sobre el rol de aquellas personas que ejercen un trabajo de liderazgo en los grupos sociales en los que se desenvuelven. Dado que vivimos en comunidad, pensar la construcción de un mundo más humano nos obliga a pensar también en liderazgos que pongan en el centro a cada uno de los individuos que están representados detrás de la figura de ese líder.

Uno de los autores de esta edición señala en su artículo que “el liderazgo no es un fin en sí mismo sino un medio para servir y propender al mejoramiento de las condiciones de vida de nuestros pueblos”. Ese podría ser un posible punto de partida para convocarnos a desglosar el perfil de quien asume este papel tan desafiante.

Sobre todo en estas épocas, en las que en algunos de los países de la región hubo o habrá elecciones para determinar quién conducirá los destinos de la nación, esa premisa se vuelve una condición indispensable para soñar con un futuro más próspero para las sociedades que habitamos.

Resulta inevitable pensar en líderes que han marcado la historia de la humanidad. Incluso en las naciones más divididas producto de la segregación racial, como lo fue en su momento Sudáfrica, han surgido dirigentes como Nelson Mandela, quien no sólo supo perdonar a sus “enemigos políticos”, que lo habían mantenido en prisión durante 27 años, sino que logró transmitir a su pueblo las bondades de cada grupo social para dejar atrás todo tipo de fragmentación y alcanzar la reconciliación de la nación.

Así como es entendible que en un mundo en el que se alienta el “sálvese quien pueda” aparezcan figuras mesiánicas con discursos supuestamente salvadores que invitan a profundizar un exacerbado individualismo, también hay experiencias que en cada barrio, pueblo o ciudad reflejan que “el todo es superior a la suma de las partes”. Es allí donde la diversidad es alimento para la comunión, para creer que “ser comunidad” es posible, sobre todo si existen líderes que sepan tomar lo mejor de cada persona y así enriquecer el colectivo.

Es el gran desafío de los dirigentes de hoy y la imperiosa necesidad de los pueblos. Si existe la vocación de servicio del líder ya habrá buena parte del objetivo encaminado. Claramente serán pocos a quienes les toque ser líderes de grandes cantidades de personas, pero todos podemos desarrollar la capacidad de ver la riqueza del otro, de modo que cada uno se convierta en una valiosa pieza del entramado que conforma cada comunidad •

Vocación de líder
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