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Antonio Porchia 2006, Córdoba, Alción Editora

Cada tanto, nuevos lectores descubren a ese escritor atípico que fue, autor de famosos aforismos, pulidos a lo largo de los años.

Antonio Porchia había nacido en Italia en 1885 y desde los 17 años vivió en la Argentina, donde murió en 1968. Llamó “voces” a los famosos aforismos que constituyeron su obra, dedicada a Roger Caillois, el escritor francés que se sintió atraído por ellos.

Algunos ejemplos:

“Antes de recorrer mi camino yo era mi camino”; “La verdad tiene muy pocos amigos y los muy pocos amigos que tiene son suicidas”; “Trátame como debes tratarme, no como merezco ser tratado”.

Conocido y apreciado por importantes escritores y poetas contemporáneos, mantuvo sin embargo una vida reservada.

Jorge Luis Borges escribió: “Los aforismos de este volumen van mucho más allá del texto escrito: no son un final sino un comienzo. No buscan producir un efecto. Podemos sospechar que el autor los escribió para sí mismo y no supo que trazaba para los otros la imagen de un hombre solitario, lúcido y consciente del singular misterio de cada instante”.

Y Alejandra Pizarnik dejó un testimonio: “Asiento a cada una de sus voces con toda mi sangre y, lo que es extraño: su libro es el más solitario, el más profundamente solo que se ha escrito en el mundo y, no obstante, releyéndolo a medianoche, me sentí acompañada o mejor dicho amparada. Y también asegurada, tranquilizada, como si me hubieran dado la razón en la única cosa que yo rogaba tenerla”.

A Porchia se lo reúne con otros nombres “secretos” como Felisberto Hernández o Macedonio Fernández. O iniciados como Roberto Juarroz o André Breton.

El pueblo natal del escritor era Conflenti, en la provincia de Catanzaro en Calabria, pero su patria fue la Argentina y su lengua el castellano. Su padre murió en 1900 y el rol paterno recayó sobre el mayor de los varones, Antonio, que abandonó los estudios y salió a trabajar. Escribe: “Mi padre, al irse, regaló medio siglo a mi niñez”.

Explica Julián Polito: “Ideológicamente, al menos en su juventud, fue anarquista; luego derivó hacia el socialismo. Con grupos de esas tendencias estuvo vinculado en el barrio de La Boca. Una de sus voces dice: ‘En todas partes mi lado es el izquierdo. Nací de ese lado’. Pero, finalmente terminó practicando una especie de panteísmo; creía en la unicidad de todo, y de todo en él”.

Roberto Juarroz, amigo de Antonio en los últimos años, supo reconstruir un momento en que los dos se encuentran en el barrio de Quinquela: “Era aquel su barrio predilecto, uno de los más humildes de Buenos Aires, con sus pequeñas casas multicolores, su atmósfera de inmigrantes, la cercanía de esa oscura corriente de agua que es el Riachuelo, las sirenas de los barcos, los viejos bares donde los marineros o los trabajadores del puerto se reúnen para olvidar o recordar quién sabe qué cosas, bebiendo y escuchando tangos. Él volvía a visitar a una mujer que había querido mucho y que ahora yacía vieja, abandonada y enferma. Me repitió la frase con que había intentado alentarla: Estar en compañía no es estar con alguien, sino estar en alguien. Sentí de pronto, como muchas otras veces a su lado, que la sabiduría no había muerto del todo y que en aquella olvidada calle de Buenos Aires quedaba algo de la fuerza oculta que sostiene todavía al mundo”.

Por José María Poirier (Argentina)

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