El reconocimiento del otro como un don, como un tesoro, como un misterio, nos lleva a buscar una proximidad que acoge, que recibe, que escucha. Requiere mucha valentía ver cara a cara
los dolores de los hermanos y hacerlos propios. Pero esta mirada atenta y abierta hacia quienes están frente a nosotros nos mueve a la acción, a emprender juntos en la construcción de
relaciones verdaderas, fundadas en el profundo respeto y que nos llevan a la libertad.