Aprendamos juntos a ser padres e hijos – En la primera entrega el autor hizo hincapié en “por qué rezar”. Aquí, nuevos pasos que pueden ayudar a acostumbrar a los niños a invocar a Jesús y dialogar con él.
Por Ezio Aceti (Italia)
Cuándo rezar
Todos sabemos que la vida de cada niño está marcada por acciones bien precisas: se levanta, se viste, desayuna, va a la escuela, almuerza, cena y se acuesta. Todas estas acciones, al volverse habituales, ayudan al niño a organizar el tiempo. Y esto permite el control de sí mismo y de la realidad.
Si esto es común a todos los niños, entonces podríamos extraer esta simple enseñanza: la repetitividad, la ritualidad y el símbolo son apropiados para todo niño. Intentemos comprender mejor estas tres características:
La ritualidad
El rito es la manifestación de un hábito, para recordar algo que ya se conoce. El rito se emplea tanto para las cosas bellas (pensemos en la liturgia, que evoca la pasión y la resurrección de Jesús), como para defendernos de los miedos. Los niños colocan en el rito, esto es, en las acciones conocidas, parte de sus miedos, para que resulten menos atemorizantes. El miedo a lo desconocido, a lo que sucederá después, es típico de los niños que, a diferencia de los adultos, carecen de experiencia.
La repetitividad
El hecho de repetir, de hacer siempre lo mismo, favorece la comprensión, el aprendizaje y la memoria. Por ello, repetir las mismas acciones cumple la función de tranquilizar, de comprender y, en un futuro, de interiorizar.
El símbolo
El símbolo es el sustituto de algo, ayuda a poner juntos el objeto ausente con aquello que está presente. Pensemos en el osito de peluche, que representa para el niño el sustituto materno. Veremos que, en el caso de la oración, el símbolo ayudará a poner juntos la idea y la fantasía con lo concreto de la experiencia, lo imaginario con la realidad, lo trascendente con lo inmanente.
Tratemos entonces de traducir a lo concreto estas características para entrar en el mundo del niño y hacerle descubrir la alegría de la oración.
Rezar siempre a la misma hora
Dividir el día de acuerdo con la oración es algo fundamental. Podemos rezar con el niño siempre a la misma hora, esto es, a la mañana, antes del almuerzo, antes de la cena y a la noche, antes de acostarse. Estos cuatro momentos deberían, si es posible, estar garantizados. El día se abre y se cierra con la oración. A través de la oración se agradece la comida y la vida física, y se confían a Jesús todas las demás personas.
Incluso en el Jardín de Infantes puede estructurarse el tiempo con momentos de oración como, por ejemplo, a la mañana, antes de comenzar las actividades; antes del almuerzo y al final de la jornada escolar, antes del saludo. De esta manera, la escuela y la familia participan en la experiencia más bella para los niños: la educación en lo sagrado.
El domingo: el día especial de Jesús
La participación en la santa misa es otro momento importante para la vida de oración personal y sobre todo, comunitaria, para la comprensión de la “socialidad de la oración” como pueblo que se reconoce en el amor de Jesús. Ciertamente, sería aconsejable mejorar el modo de celebrar la misa, tal vez más adaptada a los niños, para no cansarlos y fastidiarlos.
El día del cumpleaños
Es preciso señalar que nosotros, cristianos, comentemos una grave falta con respecto a la oración, y es el día del cumpleaños. Si lo pensamos bien, este es el día en el cual deberíamos acordarnos de dar gracias a Dios de manera especial por el don de la vida. Por eso, junto con la fiesta, incluso antes de la fiesta, sería excelente rezar juntos para agradecer a Dios todos sus dones.
El día del santo
Sería muy bueno que rezáramos el día del santo que lleva el nombre del hijo, para dejarnos guiar por su ejemplo. Es muy importante que el niño conozca las figuras de los santos que lo han precedido y que siguen protegiéndolo.
El día del bautismo
Lamentablemente no tenemos el hábito de rezar y festejar con ocasión del aniversario del bautismo. Es el Espíritu Santo quien ha borrado nuestro pecado y nos ha hecho volver a nacer.
Cómo rezar
No hay un único modo de rezar, aunque el fin es el mismo en todas las culturas. Rezar es el intento de entrar en contacto, en relación con lo sagrado, lo trascendente, el Espíritu, que para los cristianos es el Espíritu de Jesús, es la Persona de Jesús, que es la tercera Persona de la Trinidad, que es Dios. Y en lo que respecta a la enseñanza que se puede brindar a un niño, sabiendo que para él nosotros somos sus ejemplos, es importante saber cómo nos ve. Algunas sugerencias:
Arrodillarse
Representa un signo de referencia, de reconocimiento ante Dios de su grandeza. Y de la humildad de la criatura frente al Creador. Una humildad devocional que no es, en ningún caso, aniquilación, sino una señal de gratitud y de reconocimiento por el don de la vida. Si el niño ve que sus padres, que para él son gigantes, se ponen de rodillas al rezar, entonces podrá comprender que Dios es grande, es importante.
Cerrar los ojos
Para concentrarse mejor. Los ojos cerrados permiten cerrar lo que se impone desde el exterior para abrir el corazón y el alma interior. Se cierran los ojos para ver mejor la luz de Jesús y escuchar mejor su voz. Se cierran los ojos para alcanzar más fácilmente nuestra intimidad y descubrir voces y pensamientos que no podríamos comprender de otra forma. Al principio todo esto resulta extraño para el niño, porque normalmente tiene miedo de la oscuridad, pero luego, cuando empieza a imitar a los padres y estos lo guían, comienza a entender aquello que antes percibía solo por la intuición: el mundo interior. Al principio es un juego que, poco a poco, lo conduce a la intimidad y al mundo de lo trascendente.
Tomarse de la mano
Puede resultar útil para subrayar la hermandad de la oración, sobre todo en la iglesia o con otros amigos, en definitiva, donde hay otras personas con las cuales compartir la oración. A los ojos del niño, todo esto es muy bello y alegre, y lo hace comprender el valor de la amistad y la belleza de estar juntos.
Con las manos juntas o abiertas en señal de ofrenda
Para resaltar mejor lo que se está haciendo. Las manos juntas ayudan al niño a compender que no solo estamos hablando, sino que estamos dialogando con Dios que nos hace unir las manos como signo de afecto ante su presencia, o nos las hace abrir como ofrenda que hacemos de nosotros mismos y de nuestra vida.
En ronda, delante de una imagen, en un lugar apartado
Son todas modalidades que evocan la presencia del amor, o el hecho de que estamos realizando algo importante. Para el niño, estas cosas que por lo general no se hacen durante la jornada, recuerdan el altar de Dios, lugar donde se evoca la presencia de Jesús.
Finalizamos con un breve escrito del cantautor francés y sacerdote Aimé Duval, que narra una vivencia religiosa de su infancia y que puede constituir un símbolo útil para este camino.
“En mi casa la religión no tenía para nada un carácter solemne: nos reuníamos a recitar todos los días las oraciones de la tarde todos juntos. También tengo grabada en mi memoria la posición que mi padre tomaba en esos momentos de oración. Él regresaba cansado del trabajo del campo y, después de la cena, se arrodillaba en tierra, apoyaba los codos en una silla y sostenía la cabeza entre sus manos, sin mirarnos y sin hacer ningún movimiento o sin dar la menor señal de impaciencia. Yo pensaba: ‘mi padre, que es muy fuerte, que manda en la casa, que guía los bueyes, que no se doblega ni siquiera ante el presidente municipal, ni ante los ricos o menos ante los malvados… mi padre, delante de Dios se vuelve como un niño. ¡Se transforma su aspecto cuando se pone a hablar con él! ¡Debe ser muy grande Dios, si mi padre se arrodilla ante él! Pero también debe ser muy bueno si se le puede hablar sin cambiarse de ropa’. Todo lo contrario de él, a mi madre nunca la vi arrodillada. Ya por la noche ella estaba demasiado cansada para hacerlo. Se sentaba en medio de nosotros con el más pequeño en brazos… Recitaba también ella las oraciones desde el principio hasta el final y no dejaba ni un momento de mirarnos; pasaba su mirada sobre todos nosotros mientras rezaba, pero se detenía un tiempo más largo sobre los más pequeños. Ni siquiera se distraía cuando los pequeños la molestaban, mucho menos cuando se desataba la tormenta y los truenos y la lluvia estremecían la casa, o cuando el gato, jugueteando, hacía alguna travesura.
Y yo pensaba que debía ser muy sencillo Dios, si se le puede hablar cuando se tiene un niño en los brazos y puesto el delantal. ¡Y debe ser también una persona muy importante si mi madre, cuando le habla, no hace caso ni al gato ni al mal tiempo! ¡Las manos de mi padre y los labios de mi madre me han enseñado cosas importantes sobre Dios!”•
Bellísimo artículo, lleno de consejos y herramientas para la formación integral para niños y niñas! Gracias!!!!