De la vida cotidiana – Sensibilidad que permite estar atentos a la necesidad del prójimo y la respuesta generosa de un Padre que ve en lo secreto.
Recogidos por la redacción
Saber perder
Fui a hacer un service a una computadora de un matrimonio de jubilados mayores. La señora, docente, da clases de apoyo. Antes de contratarme me preguntó cuánto cobraba y demoró unos días en confirmar la realización del trabajo. Una vez allí me di cuenta de que vivían muy justos económicamente y necesitaban la máquina para dar clases. Fue así que decidí cobrarles la mitad de lo que debería haber cobrado. Se quedaron muy contentos y agradecidos.
Al día siguiente fui a entregar un producto a un cliente a quien le he hecho servicios en otras ocasiones y queda a bastante distancia de mi casa. Esta persona ya había pagado por el producto y la entrega pero al despedirme, muy agradecido, me dio dinero para el combustible y por el tiempo que me había llevado dejarle instalado el nuevo producto. ¡Era casi la otra mitad que no le había cobrado al matrimonio de jubilados que atendí el día anterior!
Juan Carlos Peña
Una ayuda desinteresada
Un sábado por la noche fuimos a dejar a un sobrino a su casa, al otro extremo de la ciudad. María Celia, mi esposa, me dijo que regresáramos por otro camino, una avenida en construcción que está todavía sin iluminar. En un momento vimos a una persona que nos hacía señas en esa oscuridad, bajamos la velocidad y al acercarnos notamos una moto dentro de una zanja profunda. Me detuve inmediatamente. El joven, que dijo llamarse Matías, no había visto un borde de tierra, lo pasó por encima y cayó con su moto a la zanja. Milagrosamente solo había sufrido unos golpes pero también un gran susto.
Le pedimos a nuestro hijo Ramiro que se metiera en la zanja y así logramos encontrar el celular de Matías, prácticamente enterrado debajo de la moto. Él estaba ansioso por comunicarse con su hermano y, seguramente por los nervios, no recordaba el número del contacto.
Busqué una soga que siempre llevo en el auto y con maniobras precisas logramos sacar la robusta moto que, para felicidad del accidentado, arrancó sin problema. Finalmente llamó a su hermano, quien pronto llegó junto a un primo. Matías nos agradeció la ayuda y me pidió el número de teléfono diciendo que en retribución nos invitaría a cenar en un negocio de su propiedad. Le dijimos que no se preocupara, que nuestra ayuda había sido desinteresada y que aparte que no le convenía, porque nuestra familia es numerosa. No obstante se lo dimos para que nos avisara cómo estaba, ya que no dejó que llamáramos a una ambulancia para que lo revisara. Nos despedimos.
A los quince días del rescate recibí un mensaje de WhatsApp de Matías invitándonos a su lomitería a cenar. Insistió diciendo: “no se preocupe por nada, vengan que aquí los esperamos, queremos que disfruten una linda cena”. Les contamos a los chicos, que se alegraron con la invitación. Nos preparamos y fuimos los siete de la familia.
Nos recibió contento, junto a su hermano. Realmente nos costaba recibir esta atención, pero entendíamos que para ellos era su forma de agradecernos. Nos confesó que si él hubiera sido el que pasaba por ese lugar y hubiera visto a alguien accidentado, “ni loco” se detenía en esa oscuridad.
A principio de cada mes tenemos la costumbre de salir en familia a comer pizzas y lomitos. Un gusto que disfrutamos mucho. Justamente ese mes, al preparar el presupuesto, habíamos visto que no sería posible hacer la salida por los gastos extra de dos festejos de cumpleaños y los regalos por el Día del Niño para los más pequeños. Pero Dios tenía pensado regalarnos la salida familiar.
Toni Vega