Testimonios de la vida cotidiana – Dos situaciones en las que se pone en juego el amor en el momento presente y la capacidad de perdonar desde el corazón.
Recogidos por la redacción
La voluntad de Dios
Hace más de 20 años me corto el pelo con el mismo peluquero (Paco), en el centro de Santiago de Chile. El único espacio que tenía para atenderme era a las 13:30 horas y ese día tenía una reunión virtual, de cámara encendida, a las 14:30 horas. Sentía que era importante cortarme el pelo para estar más prolijo en mi presentación a la gerencia del banco. Los tiempos calzaban justo para ir en la hora del almuerzo y regresar justo para la reunión. Estaba todo calculado.
Estaba llegando al local con puntualidad y veo a Paco que por la ventana me hace gestos muy afligido. Casi llorando, me dice: “Rodrigo se me rompió una cañería, no puedo atenderte”. El local estaba todo mojado, los muebles desordenados porque estaba tratando de limpiar el desastre y yo mirando el reloj por mi reunión. Inmediatamente le sugiero a Paco ir a la ferretería a comprar el repuesto, mientras yo me quedaba cuidándole el local. Ya eran las 13:40 cuando me puse a limpiar el piso, hasta que quedó medianamente seco y los muebles más ordenados. Paco llegó con el repuesto y nos pusimos a reparar la cañería. Ya no importaba la hora, todo lo entregaba al Eterno Padre y su Voluntad.
Eran casi las 14:00 cuando Paco me pide que me siente para cortarme el pelo. Yo estaba muy nervioso porque me parecía que no llegaría a la reunión, pero me dejé llevar por esa sensación que nace desde adentro cuando sientes que no estás solo. Me sentía sumergido en la magia de dar la vida por el prójimo en la Voluntad de Dios.
Eran las 14:15. Me despedí y me fui corriendo al Uber para llegar a tiempo. En la puerta del departamento me esperaba mi esposa con una botella de agua, como si fuera una maratón. Me senté al computador a las 14.31. Fui el segundo en exponer durante la reunión, que fue un éxito por poder exponer los puntos del área que me correspondían.
Tras la reunión, en el silencio del descanso, pensé: “¡Qué día más lindo! Planificas algo y Dios te lo da vuelta para recordarte que hay cosas más importantes que una reunión… dar la vida por el prójimo en sus necesidades”.
Rodrigo Vásquez
Setenta veces siete
Me había impactado la reflexión de la Palabra de Vida de ese mes sobre que el perdón no es un sentimiento, sino la opción que tenemos que realizar no solo cuando la ofensa se repite, sino cada vez que nos vuelve a la memoria. Por eso es necesario perdonar setenta veces siete.
Soy docente universitario. Un día estaba terminando la clase y cuando ya me estaba retirando con mis alumnos, el colega que iba a ocupar el aula abrió la puerta y me increpó diciéndome que ya habían pasado cinco minutos de la hora en la que debíamos dejar el salón. En un primer momento me sentí indignado, le reproché que la semana anterior él nos había hecho esperar diez minutos y yo no le había reclamado nada. Inmediatamente nos retiramos con los estudiantes y me sentí bastante molesto por su actitud, ya que es un colega con el que nos conocemos de hace tiempo y nunca habíamos tenido ni un roce.
Comprobé que ese sentimiento me volvía a la mente. Allí me propuse volver a perdonar de corazón cada vez que me volvía a la memoria. Era como tratar de cerrar esa brecha entre la cabeza y el corazón.
La semana siguiente, cuando nos retirábamos de la clase, este docente se acercó para hablarme. Lo pude recibir con cordialidad y me pidió disculpas. Le dije que no tenía importancia. A veces veo que mi orgullo me hace prestar atención a detalles y no a priorizar la relación. De hecho, aquella reflexión de la Palabra de Vida nos indicaba que el camino para el perdón pasa por la humildad, la virtud más difícil de construir.
Leopoldo Labastía