Hacia adentro – Contraponiendo los cinco sentidos corporales con los siete dones del Espíritu Santo, podemos observar cómo Dios se vale de nuestra experiencia humana y de la experiencia de lo sensible, para introducirnos también en la experiencia de lo sobrenatural y lo trascendente.
Por Pablo Blanco (Argentina)*
En una meditación, Chiara Lubich hace mención a que la presencia de Jesús en medio de nosotros puede captarse con los sentidos del alma. Así como las realidades del mundo pueden captarse a través de los cinco sentidos del cuerpo (gusto, olfato, vista, oído y tacto), las realidades sobrenaturales podrían también captarse, pero con los sentidos del alma. He aquí una notable intuición de Chiara. Así como los sentidos corporales son un don de Dios que nos permiten disfrutar del mundo sensible, el alma tendría también sus propios sentidos, en tanto don de Dios, para captar las realidades trascendentes. La analogía nos lleva a pensar acerca de la relación entre los sentidos “físicos” y los del “alma”. Y, por su parte, la idea de “don” nos remite casi de manera intuitiva a los siete dones del Espíritu Santo que hemos recibido en los sacramentos del Bautismo y la Confirmación: sabiduría, entendimiento, ciencia, piedad, consejo, temor de dios y fortaleza. El primer resultado de contraponerlos pone en evidencia que, mientras los sentidos son cinco, los dones son siete, con lo cual la analogía no sería perfecta. Sin embargo y en contrario, los dones del Espíritu Santo enriquecen la captación de lo sensible aportando una dimensión trascendente que, además, permite captar las realidades sobrenaturales, lo cual nos eleva a un plus de sentidos y de sentido.
Gustar
El sentido del gusto tiene su analogía en el don de la sabiduría. La palabra sabiduría (asociada con un alto grado de conocimiento) deriva del verbo “saber” del latín sapere (tener inteligencia, tener buen gusto). Las palabras saber, sabio, al igual que sabor, sabroso y saborear, también provienen de sapere. De forma tal que al igual que el sentido del gusto, la verdadera sabiduría consiste en “gustar” las cosas de Dios y su Palabra. Este don está íntimamente unido a la virtud de la caridad, que proporciona un conocimiento de Dios y de las personas, y que nos dispone para poseer una cierta experiencia de la “dulzura de Dios”, como ha dicho Santo Tomás de Aquino.
Oler
El sentido del olfato tiene su analogía en el don de entendimiento. Este don facilita al hombre “percibir” en las cosas creadas aquellas que llevan a Dios, de la misma manera que el olfato nos lleva a un éxtasis en la percepción sensorial, por ejemplo, oliendo el buen aroma de un café, de una rica comida, del perfume de un jazmín o de un romero. El don de entendimiento perfecciona la virtud de la fe y nos enseña a juzgar rectamente todas las cosas creadas, captar y sentir en ellas el perfume de Dios, y entender lo que es bueno. Así como el olfato conecta con el cerebro y genera un registro del aroma vinculado a una experiencia o a una cosa, el Espíritu Santo hace “percibir” al hombre la sabiduría infinita, la naturaleza, la bondad de Dios. San Francisco de Asís, “inspirado” por este don (es decir, lleno del halo del Espíritu Santo), “percibía” en todas las criaturas, incluso en seres inanimados o irracionales, a hermanos suyos en Cristo.
Ver
El sentido de la vista tiene su analogía en el don de ciencia, que proporciona un conocimiento más profundo de los misterios de la fe, dándole una mayor penetración en los grandes misterios sobrenaturales que a veces aparecen rodeados de una cierta “oscuridad” a la comprensión del hombre. En efecto, gracias a la “vista”, el mundo sensible entra en nosotros y en nuestro cerebro se configura una imagen que representa el mundo que hemos conocido a través de nuestros ojos. Así, el don de ciencia perfecciona la virtud de la fe porque nos lleva a penetrar en lo más profundo de las verdades que Dios ha revelado, del misterio de la Creación, para poder “conocerla” en un sentido humano. Como dice Santo Tomás, gracias a este don Dios es “visto aquí abajo más fácilmente”. Cabe aclarar que así como el gusto y el olfato están íntimamente conectados y, si alguno falta, la experiencia del mundo sensible es incompleta, lo mismo sucede con los dones de ciencia y entendimiento, sin los cuales la experiencia de Dios también resulta incompleta, ya que el “conocer” y “entender” están directamente implicados. De allí que hay un sentido del alma, un plus, que resulta de esa experiencia que es el don de piedad. Esta experiencia de conocer y entender, de “ver” y “percibir”, nos acerca a la experiencia de una contemplación más profunda de Dios, que nos lleva a reconocerlo como Padre. La oración del “Padre Nuestro” es la clara expresión de esta experiencia, de nuestro amor filial hacia Dios al que llamamos Abbá, y de un especial sentimiento de fraternidad para con los hombres por ser hermanos e hijos de este mismo Padre. Dios quiere ser tratado con esta confianza por sus hijos, siempre necesitados. El Espíritu Santo nos anima a este trato confiado de un hijo para con su Padre. Por esta razón, cuando a Jesús los discípulos le pidieron que les enseñara a orar, Él les enseñó el “Padre Nuestro”. Si Dios vive su alianza con el hombre de manera tan envolvente, el hombre a su vez se siente también invitado a estar abierto a la voluntad de Dios, buscando siempre actuar como Jesús actuaría, siendo “amable”, esto es, “digno del amor”.
Oír
El sentido de la audición está directamente relacionado con el don de consejo. Es el don de saber discernir los caminos y las opciones, dejándose orientar y sobre todo escuchando. Es la voz que el Espíritu nos susurra para distinguir lo correcto de lo incorrecto, lo verdadero de lo falso, muchas veces a través del consejo de nuestros hermanos. Así el Espíritu Santo nos perfecciona en la virtud de la prudencia. No sólo en situaciones en las que se han de tomar grandes decisiones, sino también en los detalles más pequeños de la vida cotidiana. El don de consejo es de gran ayuda para mantener una recta conciencia. Santa Catalina de Siena tuvo este don en grado extraordinario ya que fue la mejor consejera y brazo derecho del papa Gregorio XI. También disfrutó de este don santa Teresita del Niño Jesús que como “maestra de novicias” demostraba una gran experiencia y madurez, en plena juventud. Como dice la Sagrada Escritura “si te gusta escuchar, aprenderás, y si inclinas tu oído, serás sabio” (Eclesiástico 6, 34).
Tocar
El sentido del tacto podemos relacionarlo con el don del santo temor de Dios. Según Santa Teresa de Jesús “el amor nos hace apresurar los pasos, y el temor nos hace ir mirando adonde ponemos los pies para no caer”. Así como el tacto nos va dando información del mundo, si algo es áspero, caliente, frío, rugoso o afilado, el don del temor de Dios hace lo propio respecto del mundo, también de las realidades trascendentes. Podríamos decir que, así como el tacto es la manifestación externa del gusto, del mismo modo el temor de Dios es la manifestación externa de la sabiduría que, en alianza con la prudencia, nos guía a gustar de las cosas de Dios en la realidad. Este don nos mantiene “en el rayo de la voluntad de Dios”, apartándonos de todo lo que le pueda desagradar a Dios y hacernos mal a nosotros. No es el temor mundano de aquellos que temen a los males físicos y huyen de las incomodidades y las contrariedades. Es, por el contrario, la experiencia sensible y concreta del amor filial, propio de hijos que se sienten amparados por su Padre, a quien no desean ofender ni lastimar.
El último sentido del alma, o plus de sentido, surge de hacer la experiencia de los otros sentidos. Si gustamos de las cosas de Dios (sabiduría), sabemos percibir lo que nos conduce a Él (entendimiento), tenemos la experiencia de conocerlo (ciencia) y reconocerlo como Padre (piedad), a la vez que nos conducimos con prudencia (temor de Dios), entonces el Espíritu Santo ha cincelado en nuestra alma una verdadera aptitud para la fortaleza, que nos permite vencer los obstáculos y poner en práctica las virtudes y que nos da perseverancia y firmeza en las decisiones. Jesucristo prometió a los apóstoles que serían revestidos por el Espíritu Santo con la fuerza “de lo alto”. Cada vez que recibimos el Espíritu Santo, al igual que los apóstoles somos revestidos con esa fuerza “de lo alto” y, frente a las dificultades y los obstáculos, el don de fortaleza nos sostiene en la práctica heroica y callada de las virtudes de la vida ordinaria que constituyen un verdadero heroísmo de lo pequeño, en cada acto de amor que somos capaces de hacer. Estos sentidos del alma son más que los sentidos corporales, pero Dios se vale de nuestra experiencia humana y de la experiencia de lo sensible para introducirnos también en la experiencia de lo sobrenatural y lo trascendente. Como alguien supo decir, somos seres espirituales haciendo la experiencia de lo humano, al tiempo que somos seres humanos haciendo una experiencia espiritual •
*El autor es politólogo, máster en Doctrina Social de la Iglesia y en Administricaón Pública. Docente en UBA, UCA, UNLP y CLAdeES.
Hermoso tema de los sentidos del alma con mucha claridad sobre los dones del Espíritu Santo pleno de sabiduría. Todo fue dado como una caricia de Dios al Alma y descubrirlo en todo. Gracias infinitas por tanta riqueza.