Ecología – Cada año se fabrican 100.000 millones de prendas, cuando la población mundial es de 7.900 millones de personas. Para producirlas se emiten 1.200 millones de toneladas de CO2 anuales y se generan más de 92 millones de toneladas de basura. Es evidente que tenemos que reducir la producción y el consumo desenfrenado de prendas, y, en cambio, difundir la tecnología de reciclaje.
Por María Florencia Decarlini (Uruguay)*
Cuando hablamos de reducir al máximo los residuos que generamos a diario, generalmente pensamos en los referidos a los alimentos, a los productos de limpieza, a los envases. Es decir, sobre todo a los plásticos. Sin embargo, la industria de la moda es la segunda más contaminante del planeta: en la actualidad, la producción de textiles y su confección genera más del 8% de las emisiones globales totales de gases de efecto invernadero, y si continúa en su ritmo actual, para 2050 podría usar más del 26% del presupuesto global total de carbono.
Hasta la Segunda Guerra Mundial, la indumentaria no era un producto de consumo diario, pero hacia 1950 cambió radicalmente. Con la bonanza económica se estableció la sociedad de consumo y la publicidad. Gracias a la creación de las tendencias se incentivó el consumo, logrando una producción cada vez mayor. Actualmente, el negocio mundial de la moda tiene una producción que supera con creces las necesidades de toda la población. “La felicidad está en las pequeñas cosas, como estrenar ropa”, decía un cartel en una tienda de barrio y parecería como que todo tipo de estrategias son válidas para vender. “No se puede comprar la felicidad, pero se puede comprar ropa y es casi lo mismo”, apuntaba otro, con la misma esencia.
¿Qué soluciones se pueden considerar?
Por una parte, es necesario transformar la industria de la indumentaria y del calzado, innovando en los procesos de producción para que sean más sostenibles y cuidando el ciclo de vida de los productos. La producción de materias primas, su hilatura, tejido y teñido requieren enormes cantidades de agua y productos químicos, incluidos pesticidas para el cultivo de materias primas como el algodón. De hecho, la moda es la segunda industria más demandante de agua y genera alrededor del 20% de las aguas residuales del mundo, liberando anualmente medio millón de microfibras al océano.
Algunas marcas se han comprometido a respetar el Acuerdo de París 2015 en materia de reducción de emisiones de CO2, incentivando la producción local o el empleo de materiales reciclados y/o reciclables. La tecnología, por ejemplo, hace posible que los denominados tops y las calzas, utilizadas generalmente como indumentaria deportiva, se confeccionen con fibras naturales obtenidas sin químicos o, en el caso de las sintéticas, a través del reciclado mecánico, lo que supone un ahorro de agua. Aun así, estas estrategias son totalmente insuficientes, ya que por cada kilogramo de prendas a la venta, se emiten 3,6 kg de CO2 a la atmósfera.
Sin embargo, el mayor problema es la superproducción. Cada año se fabrican 100.000 millones de prendas, el doble que hace dos décadas, cuando la población mundial es de 7.900 millones. Para producirlas se emiten 1.200 millones de toneladas de CO2 anuales, pero además se generan más de 92 millones de toneladas de basura. Es evidente que tenemos que reducir la producción y el consumo desenfrenado de prendas y, en cambio, difundir la tecnología de reciclaje.
Hasta ahora el reciclaje textil se ha realizado mediante métodos mecánicos como el triturado de material, pero la gran limitación es que éste deja fibras cortas y el hilo resultante hay que mezclarlo con fibra virgen para que tenga una calidad aceptable. Para poder recoger, tratar y reciclar prendas usadas hay que separar fibras a menudo mezcladas, y hoy el desafío es implementar el reciclaje químico. Y no se trata solo de una camiseta con 50% algodón y 50% poliéster, incluso las prendas 100% algodón contienen etiquetas e hilos fabricados con poliéster. Los jeans de algodón seguramente están mezclados con elastano (un tipo de fibra sintética) y otros materiales como cremalleras, botones, remaches, hilos y tintes.
Es necesario un cambio en el concepto de la moda
El crecimiento de la producción de la indumentaria se debe a la aparición de la moda rápida o fast fashion, que se centra en la producción de prendas al por mayor y lo más rápidamente posible, como respuesta a las tendencias del momento. Los materiales utilizados son en su mayoría sintéticos y provienen de combustibles fósiles. Además, no solo utiliza materiales baratos, sino también mano de obra de bajo costo de países como India, Bangladesh y Pakistán.
La moda sostenible, en contrapartida, recibe el nombre de moda lenta o slow fashion, ya que propone fabricar de forma duradera, desacelerada, descentralizada, en pequeña escala, local, manteniendo las tradiciones textiles autóctonas. La moda sostenible hace foco en el concepto de reducir, reutilizar y reciclar, pilares de la llamada economía circular. También es denominado upciclyng, ya que hace referencia al proceso por el cual se vuelve a diseñar una prenda con una o dos prendas ya usadas. Estas propuestas buscan transformar la forma en que pensamos, producimos y consumimos.
Es necesario que nos replanteemos cómo son nuestros hábitos de consumo y qué actitud tenemos respecto a la ropa que compramos. Lo primero es frenar la compulsión de comprar. ¿Qué queremos comprar y para qué? ¿Qué es lo que verdaderamente necesitamos? ¿Nos pondremos la prenda en cuestión en al menos treinta ocasiones diferentes?
Qué hacer con nuestras prendas
Si realmente lo necesitamos es mejor comprar menos ropa y de mejor calidad y productos diseñados para que sea más fácil reutilizarlos y reciclarlos. Podemos invertir en prendas atemporales, que se puedan prestar, que se hereden o que se puedan revender. Siempre van a existir familias que sólo puedan comprar en cadenas de moda barata, pero lo que es insostenible es la compra compulsiva asociada a la propaganda de la moda rápida.
Podemos también elegir firmas de moda sostenibles que usen materiales reciclados en sus diseños. La moda vintage y las prendas de segunda mano están marcando tendencia poco a poco. Y evaluar la opción de alquilar, sobre todo la ropa de fiesta, que usaremos una sola vez. Otra alternativa es, claro está, venderlas o intercambiarlas con amigos. O donarlas a una ONG o a las distintas organizaciones que procesan y distribuyen ropa usada. Y, sin dudas, apoyar a los emprendimientos que se aventuren en la ardua tarea de incentivar la producción local, la economía circular y la conexión con las raíces culturales, como es el caso de Panal, una experiencia que compartimos en el último número de la revista.
Una manera de proteger nuestras prendas es asegurarnos de no lavarlas en exceso (cosa que también reducirá la emisión de CO2 a la atmósfera y el consumo innecesario de agua) y optar por remendarlas, y no tirarlas a la basura.
Es difícil también evitar la contaminación por microplásticos, ya que resulta prácticamente imposible no utilizar tejidos sintéticos como el nylon o el elastano en algún momento. Los microplásticos se liberan a cada lavado y acaban por contaminar los fondos marinos y las aguas del planeta, como decíamos anteriormente en otro artículo sobre plásticos. Una solución que ya se está difundiendo es utilizar un filtro para microplásticos en las bolsas de lavado donde metemos la ropa sintética que va a la lavadora.
¿Qué podemos hacer con la superproducción de prendas?
En la actualidad, tres quintas partes de toda la ropa acaba en vertederos o incineradoras en el plazo de un año desde su producción, una estadística que se traduce en un camión cargado de ropa usada tirada o quemada cada segundo. Colosales pilas de ropa desechada, con etiquetas de todo el mundo (¡y sin uso!), se extienden en el desierto de Atacama, en el norte de Chile. Cada año llegan millones de toneladas (en el 2023 fueron 44 millones) de ropa procedentes de Europa, Asia y América. El otro enorme vertedero está en Ghana, África, que recibe unos 15 millones de prendas usadas a la semana. La moda rápida es la causante de estos cementerios de ropa.
Estos gigantescos basureros descontrolados están en el centro de la polémica y han contribuido a crear conciencia de que más que tratar de que la producción en sí sea sustentable, el problema es el residuo final. Se está trabajando en implementar la Responsabilidad Ampliada del Productor (RAP) para trasladar ese compromiso a los fabricantes de moda sobre el destino final de sus prendas. La RAP supone el pago de una tasa equivalente al producto puesto en el mercado y con ella se financia la gestión de ese textil cuando llegue al final de su vida útil. Se les ofrece a las marcas comprar bonos textiles para financiar los proyectos que están limpiando los vertederos, con la creación de ecosistemas circulares en los lugares más afectados por los descartes textiles.
Necesitamos compradores ilustrados y bien informados. Un militante consciente que seleccione y no acumule. Las decisiones del comprador de moda deben verse respaldadas por una industria saneada que impulse la creatividad de los diseñadores, el oficio de los artesanos y vigile los procesos en toda la cadena de valor. ¿En qué consiste entonces la moda sostenible? Es cambiar la relación con nuestro guardarropa y tener claro que la prenda más sostenible es aquella que ya poseemos •
*La autora es doctora en Bioquímica e investigadora en Química Verde