Me viste desnudo y me cubriste

De la vida cotidiana

Por María Victoria Krzyslowski

A una persona parroquiana muy cercana a nuestra iglesia, la internaron de urgencia y me avisaron que no había podido llevar nada de sus pertenencias personales. Entonces, me dispuse a armarle un bolso con camisón, elementos de higiene, pasta dental, cepillo, un perfume, un poncho de abrigo porque estaba con mucho frío, toallas, toallones, entre otras cosas. Me dispuse también a esperar, durante los días posteriores, el informe médico que indicaba cómo iba evolucionando. Esta persona está cursando un cáncer, y su hija es una chica con muchos problemas porque está diagnosticada con esquizofrenia. La hija no estaba siendo atendida por el psiquiatra, así que también le busqué un especialista para ella y le conseguí unos turnos para ser atendida, porque sin ayuda era difícil acompañarla. Así pasaron los días hasta que a esta señora le dieron de alta del hospital y volvió a su casa. También allí la seguí acompañando, incluso con otras vecinas de la parroquia. Se ha creado una hermosa relación, cada vez que voy a visitarlas es como una fiesta. Siempre preparan algo rico y me esperan con algún té o con mate. Yo le llevo libros, ya que le gusta mucho leer. Un día, en esas visitas, me dice: “Yo siempre quise ser amiga tuya y no sabía cómo hacerlo”. Yo pensaba que Dios nos hacía ser amigas a partir de esa circunstancia a través de la cruz. Y también me parecía que este servicio se lo hacía yo al mismo Jesús, acordándome de esta frase del Evangelio que dice: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mateo 25: 40) •