Libros – Mercedes Halfon Buenos Aires, 2023, Editorial Entropía
Por José María Poirier (Argentina)
La escritora Mercedes Halfon (Buenos Aires, 1980), autora de libros tan considerados como El trabajo de los ojos y Diario pinchado, fue también directora del documental Las poetas visitan a Juana Bignozzi, sobre la gran poeta porteña que nos dejó en 2015. Ahora, con Vida de Horacio, un recuerdo emocionado de su padre, Halfon vuelve a su característico estilo de escritura que guarda relación con la crónica personal. Y, como observa el crítico Imanol Subiela Salvo en el diario Página/12, “narra el retrato de su padre para, en ese movimiento, sacar la foto de una familia y de una época en la Argentina”.
Así comienza el libro: “Hace algunos años empecé a grabar a mi padre. No sé bien por qué lo hice. Supongo que me resultó una buena forma de estar juntos, de salir a caminar por ese bosque de piedra que suele ser el pasado. A él también le gustaba, o por lo menos parecía sacarlo de cierta melancolía en la que invariablemente caía cada tarde. Al ser yo periodista, y el grabador mi herramienta de trabajo suelta adentro de mi cartera desde hacía décadas, todo se mostraba adecuado. Diría: oportuno, incluso gratificante”.
Sin embargo, en un determinado momento Mercedes dejó de transcribir grabaciones y de narrar sobre su padre. No sabe bien a qué respondió esa determinación, pero anota: “Dejé de escribir para alargarle la vida a mi padre. Para no pensar si estaba escribiendo sobre él para darle un final, para leerlo al final. Ahora sólo releo. Y no logro estar convencida. No hay caso. Para leer también hay que estar inspirada. Ahora incluso estas escenas escritas son parte del pasado”.
Sus padres eran ambos docentes, con una fuerte vocación y marcada sensibilidad socio-política. Ella es la menor de sus hermanos y llegó cuando ya no la esperaban. Recuerda desde chica la escuela pública donde su padre enseñaba. Allí lo acompañaba muchas veces. Incluso, más adelante, iba con él de noche por el barrio de Caballito a pegar rudimentarios afiches para promover la instrucción elemental de adultos.
“Mi padre –escribe– tiene una doble vida. De día, con traje y guardapolvo blanco, es director de escuela. Y de noche, vestido como un maleante, pega en el barrio carteles en los que promociona esa misma escuela. No habla de esos afiches con nadie. Sólo lo sabemos sus hijos y su esposa. Cuando nos metemos en el auto salimos a toda velocidad, tengo la sensación de que estamos consumando un delito, aunque no tengo claro cuál”.
En la reseña mencionada antes, quien escribe se pregunta: “¿Cómo narrar algo tan cercano como la propia familia, el propio padre, de tal manera que la cercanía no contamine el relato?”. Cree que bajo el desafío de ese interrogante transita el libro de Mercedes Halfon: “Una trama de conversaciones y anécdotas familiares, pasado y presente, y un atractivo entramado de tango y docencia, política y cultura universitaria”.
Al referirse a un libro anterior titulado Diario Pinchado, ambientado en la ciudad de Berlín, la profesora y editora Noelia Rivero señala en el diario La Nación: “Primera pinchadura. El diario es ficción, habita el género para construir una nouvelle que pueda detenerse en ese único personaje: una joven escritora que viaja a Berlín sin el financiamiento de ninguna institución. Va al reencuentro de su pareja, que reside allí hace tres meses, un becario sumamente concentrado, como dice Alan Pauls en la contratapa, ‘en sus cositas de poeta’. El diario es, entonces, no del escritor sino de este personaje subalterno: segunda pinchadura. A lo Scarlett Johansson en Lost in Translation, esta compañera amorosa empieza a ser un estorbo para la eficiencia indolente de ese poeta en vías de profesionalización, y paulatinamente se va quedando sola en una ciudad un tanto inaccesible. Pero, a diferencia del personaje de la película de Sofia Coppola, esta protagonista escribe y se ocupa de hacerse las preguntas necesarias que la guíen en ese paisaje-pasaje adverso”.
Hay ciertamente una constante en las obras de Halfon, una manera de confiarnos sus vivencias, a veces más atentas a lo literario de lo que podría sospecharse al comienzo. Toda la obra muestra sus íntimas impresiones: “Por esos años finales de la primaria, tuvo lugar mi silencioso descubrimiento del sexo masculino. No es que haya habido un momento preciso, creo que siempre me interesaron mucho los varones, pero esa inquietud que me generaban no la habido compartido con nadie jamás”. O en otro momento: “El último período de vida de mi abuela Nélida estuvo signado por una dieta estricta a la que la sometían por su presión alta y que mi madre hacía cumplir con el celo de un gendarme. Mi abuela no podía comer sal bajo ningún concepto, por lo que los almuerzos y las cenas se preparaban sin ese condimento. Resignados, todos comíamos así, pero la que más sufría era mi abuela, que estaba acostumbrada a preparar esos platos suculentos y muy condimentados, que había asimilado de su madre española”.
Y sobre el recuerdo cariñoso de su madre y sus hermanos, prevalece la clara admiración por su padre.