A medida que fuimos construyendo la edición de octubre de Ciudad Nueva, en la que quisimos abor-
dar el concepto de interculturalidad, nos dimos cuenta de que estábamos tratando un concepto que trasciende el mero reconocimiento de la diversidad cultural y que va aún más allá: se convierte en un principio vital para construir sociedades más justas y solidarias.
En un mundo fuertemente globalizado, las fronteras tienden a diluirse y la interculturalidad pasa a ser una invitación a forjar vínculos que abrazan las diferencias sin dejar de reconocer la riqueza de cada identidad en particular. De hecho, es ahí donde está el reto. En lograr una mirada a 360 grados que contemple lo diverso, lo heterogéneo, lo plural, lo complejo, y que al mismo tiempo pueda encontrar los puntos de contacto de cada una de esas variables.
Porque esos puntos de contacto existen, pero para encontrarlos debemos estar dispuestos al ejercicio de repensar estructuras y engranajes propios y de la sociedad. ¿Cómo abrazar la cultura ajena sin perder mi identidad? El desafío está en entender cómo es que aquello que nos define, puede acercarse hacia eso que nos resulta foráneo.
Un desafío que, por suerte, podemos empezar a desandar a partir de los artículos de esta edición de Ciudad Nueva, que con mucho criterio ponen en perspectiva diversas miradas, ideas y propuestas.
La experiencia de la comunidad tri-nacional es un buen ejemplo de ello. En la diversa triple frontera, que abarca Paraguay, Argentina y Brasil, se ha gestado un espacio de integración donde confluyen culturas y tradiciones. La iniciativa del Focolar Dragones expone toda su humanidad al contar cómo es el día a día de convivencia con comunidades originarias y criollas del norte argentino. Su enfoque en la escucha activa y el respeto, nos muestra que el diálogo intercultural no se trata de imponer cambios, sino de reconocer la riqueza de saberes diversos. Al aprender a habitar y compartir con la comunidad, se han cultivado relaciones profundas, donde cada voz es valorada y cada cultura tiene su lugar.
La interculturalidad no solo nos invita a reconocer la diversidad, sino a celebrar una fuente de enriquecimiento mutuo. La integración de las culturas no significa renunciar a las raíces propias, sino encontrar nuevas formas de convivencia que honren nuestras identidades mientras abrazamos la pluralidad.