Guillermo Sandoval, ingeniero y gran deportista con algunas media maratones (21k) en su espalda, nos cuenta la invitación de su hijo Pablo para recorrer el “Sendero Transversal” en un parque en la isla de Chiloé, al sur de Chile. Y de la otra invitación, la que le cambió el viaje.
A fines de diciembre de 2024, mi hijo Pablo me invitó a hacer un trekking de cinco días para recorrer 52 km del “Sendero Transversal” del Parque Tantauco, ubicado al sur de la Isla Grande de Chiloé. El programa consideraba la llegada a Castro en avión para iniciar la caminata al día siguiente desde el Sector Chaiguata del Parque, en la comuna de Quellón. Desde la invitación de Pablo, tuve un par de meses para trabajar el estado físico y cuidar la alimentación. Era una incertidumbre si mi cuerpo y mi salud responderían a este desafío sin precedentes.
La jornada siguiente, pasadas las 15 horas, iniciamos la trayectoria cargando mochilas de cerca de 20 kg. Llegamos al primer refugio luego de casi cinco horas, después de haber recorrido siete kilómetros y medio.
Al otro día comenzamos temprano a movilizarnos en un trayecto de doce kilómetros y medio de extensión. La ruta era exigente con subidas y bajadas de cerros, con turberas que generaban fango abundante, con el sol y los tábanos que no nos dejaban tranquilos. Pablo tomó la delantera y yo, después de algunos kilómetros, lo seguía quejándome del camino porque no le encontraba sentido de subir el cerro para después bajar: subir para bajar y bajar para después subir, peleando con las turberas y con los tábanos.
En un punto del camino Pablo me mira riendo y me dice: “Papá no trates mal a la naturaleza”. Mensaje que me remeció.
Llegamos al refugio cerca de las siete de la tarde. Cenamos junto con otros chicos que hacían el mismo sendero y nos fuimos a dormir.
Al día siguiente (tercer día) teníamos que recorrer 15 km, la ruta más larga de todas. El consejo de Pablo había calado en mí y me había hecho reflexionar. Tenía que reconciliarme con la naturaleza en todos los aspectos. Comencé rezando y lo hice durante la trayectoria.
Las turberas eran ahora parte de la ruta y las subidas y bajadas se convirtieron en una jaculatoria del camino: “Subir para bajar y bajar para subir, bajar para subir y subir para bajar”. Con una actitud distinta, comencé a encontrar sentido a esta jaculatoria. Subir para bajar: la unión con Dios que me lleva a la proximidad con los hermanos; bajar para subir: la proximidad con los hermanos que me conduce a la unión con Dios. Y así cada subida y bajada se transformaron en una oración.
Fue una trayectoria exigente, con fango que a veces llegaba hasta las rodillas. Faltando 500 metros para alcanzar el refugio llegué al límite de mis fuerzas. En ese momento Pablo me dice: “Papá, yo cargo tu mochila”. En ese momento me conmoví al experimentar que Pablo estaba dando su vida por mí. En los últimos 100 metros Pablo tomó las dos mochilas y llegamos, finalmente, al refugio. Yo llegué exhausto, sólo sostenido por la oración, el amor de Dios y el amor de Pablo, o el amor de Dios expresado en Pablo •
Nota: Leonardo Araya (Chile) colaboró en la elaboración del testimonio.



