Una experiencia que desde hace 37 años se repite en cada celebración del nacimiento de Jesús en Santiago de Chile para compartir la alegría de ser una comunidad, de celebrar el deseo de ser familia y de construirla juntos.
Por Leonardo Araya (Chile)
En el adviento del año 1988, el entonces vicario para la pastoral universitaria, padre Álvaro González, lanzó una invitación a un grupo de jóvenes universitarios a mirar la Navidad desde un lugar distinto: la calle. Su llamado era simple pero radical para los tiempos de individualismo creciente: vivir el mensaje de Jesús bajo su dimensión más profunda, aquella que afirma que todos somos hijos del mismo Padre y, por ende, hermanos.
Mientras Chile vivía una fuerte tensión entre la necesidad de reconstrucción democrática y el avance del modelo de consumo, en un contexto sociopolítico profundamente marcado por las limitaciones económicas y las restricciones de la dictadura, más de 200 jóvenes decidieron dejar sus casas y recorrer sectores como Yungay, Estación Central y el centro de Santiago de Chile. Llevaban consigo su propio plato de cena, una vela y un pequeño regalo. La dinámica era sencilla: grupos de cinco jóvenes se acercaban a personas en situación de calle y compartían con ellas la cena. La conversación surgía de manera espontánea, y entre villancicos y abrazos, se gestaba una forma distinta de vivir la Navidad. No era un acto aislado de generosidad, sino un gesto colectivo que buscaba encarnar el amor recíproco como experiencia concreta.
Este evento se fue repitiendo no sólo como un acto puntual de cada navidad. Los jóvenes del Movimiento de los Focolares comenzaron a visitar las hospederías1 del sector de Yungay y algunos se trasladaron a vivir en comunidad en el mismo sector, como una forma de dar continuidad y constancia a esta relación. Lo que comenzó como una acción juvenil espontánea se ha transformado, 37 años después, en una tradición arraigada. Navidad en la Calle ha evolucionado desde una caminata nocturna con platos individuales hacia una gran cena comunitaria; de la entrega de un plato de comida a un acercamiento mutuo, que no sólo es comer juntos. Es preparar y trabajar generando vínculos en todo sentido: con la parroquia, la junta de vecinos, familiares, con aportes de empresas como una cadena importante de café y el principal centro de venta de verduras y frutas. El año pasado la Navidad en la calle convocó a 450 comensales, entre invitados en situación de calle y voluntarios.
“En la Navidad en la calle del 2019, -comentan Paula Rodríguez y Pablo Díaz- el párroco de la iglesia de la plaza Yungay nos facilitó varios toldos nuevos, recién comprados. Hacía poco lo habían nombrado párroco y se involucró en las actividades como uno más. Al final, el padre Álvaro Chordi, hoy Obispo auxiliar de Santiago, nos invitó a conocer el templo recién remodelado; fueron momentos de profundo intercambio de lo que habíamos vivido y marcaría el inicio de una serie de momentos de trabajo conjunto.”
En tanto, Paula Luengo, tras la edición de 2021, compartía: “… nos necesitamos todos y todas en esta mesa, más allá de nuestros orígenes, de nuestras ideas políticas, más allá de nuestros temores y esperanzas: la fraternidad nos convoca por igual. No fue ésta una Navidad para las personas en situación de calle o migrantes, sino una Navidad ‘entre’ hermanos y hermanas que no se ven hace tiempo y simplemente quieren encontrarse.”
El sello distintivo de esta iniciativa es la fraternidad, entendida no como un gesto ocasional, sino como un vínculo sostenido en el tiempo. Quienes participan no se conforman con un único encuentro navideño: durante el año continúan acompañando a las personas que viven en la calle mediante un comedor comunitario –antiguamente “olla común”–, una hospedería femenina y rutas fraternas2 que se realizan cada 15 días.
Con el tiempo, muchos de los invitados dejaron de ser simples destinatarios de ayuda para convertirse en rostros familiares, conocidos e incluso amigos, que apoyan fuertemente cada evento. Ese vínculo permanente ha dotado a la iniciativa de un profundo sentido humano y espiritual.
A pesar de los cambios, el espíritu fundacional sigue intacto. Para los organizadores y voluntarios, lo central es vivir la unidad, entendida como la donación mutua que se inicia incluso antes de la preparación de la cena. Esa disposición permite –según quienes sostienen el espíritu original de la actividad– “hacer visible a Jesús en medio de nosotros”, es decir, permitir que el amor concreto se haga presente de manera tangible.
Para ellos, la Navidad en la Calle no es un evento. Es una forma de recuperar el significado más profundo de la celebración: que alguien vuelva a nacer entre los hombres, del mismo modo que hace más de dos mil años en Belén.
En tiempos en que las Fiestas suelen reducirse a consumo y urgencias personales, esta tradición ha querido mantener viva la idea de que la verdadera Navidad se celebra en el encuentro, en la dignidad compartida y en el reconocimiento del otro como hermano •
1. Hospederías: lugares donde se dan servicios de alojamiento nocturno, alimentación y apoyo básico para personas en situación de calle.
2. Rutas Fraternas: experiencias que realizan los jóvenes los sábados en la noche, recorriendo las calles del barrio, llevando café y panes, pero principalmente llevando compañía a las personas en situación de calle.



