Adiós a Cuareim
Adiós al talud
(Adiós Corazón)
(Jaime Roos, “Adiós juventud”)
Por Gabriel Ferrero
Ya pasaron más de treinta años y sin embargo todavía puedo recordar con los ojos abiertos la luz de aquella tarde. Era primavera y volvía de lo que me parecía una larga ausencia. No imaginaba que habría otras, esas sí, largas de verdad. Subí por Cuareim hasta 18 disfrutando sentir otra vez las baldosas grises bajo mis pies. El aire ya estaba tibio, en los plátanos despuntaban diminutas yemas verdes y yo pisaba otra vez esas calles, tan mías que me emocioné. Sospeché por primera vez que uno nunca se siente como en el lugar donde creció.
Hace poco un amigo me contó que habían vendido la casa de Cuareim. La catarata de recuerdos me ahogó. No pude decir nada. Había demasiado como para decirlo todo. ¡Cuántas cosas pueden caber dentro de uno! Tanto que uno quisiera contar, si hubiera tiempo y si hubiera quien escuche. Tanto tan hermoso, tan gracioso, tan triste y tan oscuro… Y mientras tanto, esa extraña sensación de que uno, de alguna manera, es todo eso, o quizás es más, pero no es sin eso.
Y pensar que uno se va… y todas esas cosas, ¿a dónde van?
¿A dónde van?, repite y repite dentro de mí la deliciosa poesía de Silvio. Su canción no responde. Solo pregunta. Nunca tuve dudas de fe, pero aún así, me entristece que todo eso se pierda. Y mientras pienso, miro este maravilloso monitor y me río de mi bobera. ¡Claro! Ahora, esas cosas, por lo menos algunas, acá van