Comedor comunitario en Chile – Sentarse a la mesa con los que menos tienen no solo es ofrecer un plato de comida. También es escuchar el dolor, la rabia, el temor a morir en la calle.

Por Pablo Roa Avellan (Chile)

Recuerdo que la invitación a sumarse a la cocina o a repartir comida en la olla común de Yungay, comuna del centro de Santiago de Chile, fue una invitación abierta que circuló en el WhatsApp de la comunidad de los Focolares de la capital.

La recibí como una respuesta de Dios a una necesidad personal, surgida luego de interiorizarme en las conclusiones de la última Asamblea General del Movimiento de los Focolares. Además de estar muy sensibilizado por la crisis social y política que vivimos como sociedad chilena, agudizada por la pandemia del Covid 19, una de las conclusiones que más resonó en mí fue la de ir a buscar los rostros de dolor y sufrimiento de la humanidad, en este caso de los habitantes de mi ciudad. Yo los encontré en la olla común de Yungay, un barrio con mucha historia. Por mi trabajo no logro ir regularmente todos los jueves como quisiera, pero en promedio voy dos veces al mes.

El primer año compartí bastante en la cocina y creo que allí hice la experiencia más enriquecedora, pues siempre había personas voluntarias, del barrio o no, que eran movidas por las ganas de dar una mano a quienes más lo necesitaban. De todos los que participaban, recuerdo en particular a un matrimonio ya mayor. Él era artesano y se consideraba más bien agnóstico. Su señora era creyente y ayudaba en la parroquia. Ambos tenían experiencia en ollas comunes y en un principio eran los pilares de la cocina de los jueves. Me pregunto qué habrá sido de ellos que el segundo año ya no los he vuelto a ver.

Lo cierto es que en ese momento la comida era entregada en las puertas de la parroquia para que los que acudían, la mayoría vecinos, la pudieran llevar a sus residencias. Pero también había personas en situación de calle. Una vez acompañé a uno de ellos a comer en la plaza frente a la parroquia. Era la oportunidad para escuchar a fondo sus penas y alegrías, pero la norma era que las personas recibieran una, dos o más raciones y, más allá de un afectuoso saludo, no había posibilidad de mayor interacción. El segundo año se dio un gran paso, al transformarse en un comedor abierto.

Ahora existe la posibilidad de sentarse a la mesa a compartir el mismo plato con algunas de las personas que acogemos. En más de una ocasión lo he hecho y me he sentido un instrumento de Dios para alimentar y saciar también el hambre y sed de humanidad, de dignidad de ser humano, que muchos de nuestros amigos y amigas sufren. Escuchando a fondo su dolor, su rabia, su temor a morir en la calle. Y también me he llevado la grata sorpresa de que uno de nuestros amigos, que usa silla de ruedas, al llevarlo de vuelta a su casa, me quisiera llevar a conocer la casa de su vecino, el actual presidente de la República de Chile, Gabriel Boric Font •

Convivir con los más necesitados
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