De la vida cotidiana
Recogido por la redacción
A los tumbos, en un furgón de la empresa fúnebre, me preguntaba, mirando el féretro que tenía a mi lado: “pero… ¿yo qué hago acá?”
Ahora que tengo vuestra atención les cuento:
Volvía del trabajo, en frente de casa veo un revuelo de vecinas, me acerco y me cuentan que encontraron a Violeta muerta en el baño. Anciana ya, se había resbalado.
Llegan de la funeraria y preguntan quién de nosotros era su pariente. Enseguida le dijeron que no tenía parientes (había venido del interior hacía años).
“Igualmente alguno de ustedes tiene que acompañarnos para ser testigo de que la dejamos en el cementerio”. La vos grave del conductor intimidó a las mujeres, porque cada una encontró una excusa para no ir.
La suerte, por descarte, recayó sobre mí. En fin, ahora empiezan a entender lo de los tumbos que les contaba antes.
Lo que fue difícil de entender para mí fue que encontré a los sepultureros borrachos, porque habían comenzado a festejar el feriado de Navidad.
Los de la funeraria, que ya estaban trabajando horas extras, propusieron de dejarla en depósito. Inmediatamente, los sepultureros, aliviados, aprobaron la idea, prometiendo que la enterrarían al otro día, a primera hora.
Famélico como estaba me dispuse a volver en colectivo, luego de firmar una constancia de labor cumplida de los choferes.
También para mí comenzaba el feriado. Al otro día me desperté con la certeza que no la habrían enterrado. Corrió por todo mi ser la responsabilidad de sentirme el único pariente de Violeta (de hecho, era así, Violeta era cristiana ferviente).
Me levanté de un salto, tomé un sorbo de café y en pocos minutos estaba nuevamente en el colectivo rumbo al cementerio.
Los encontré en plena “tomasión”. Por sus rostros sorprendidos me di cuenta que ni habían tocado la pala. Aprovechando la sorpresa, con un valor, casi temerario, los amenacé con denunciarlos a la Suprema Corte de tribunales donde tenía conocidos. Viendo que algunos tomaron su pala y se disponían a cavar, caí en la cuenta que ellos eran cuatro y yo estaba solito con mi alma. ¡Me corrió un frio por la espalda! Me dieron un chapita con el número de la tumbita, la letra de parcela y se fueron. El más “fresco” hasta se disculpó.
Frente a la tumbita dije una oración. Y antes de irme, apretando la chapita, dije mirando al cielo: “Violeta, me debés una”.
Por José Humberto Polizzi