Cultura vocacional en una Iglesia en salida

Panorama – Somos responsables de la vocación del otro y, después de ser llamados, nos convertimos en llamantes, nos hacemos eco de la llamada de Dios para que resuene en la vida de otros.

Por Juan Carlos Caballero (Argentina)*

El amor nos hace creativos y la necesidad, valientes. En esta disyuntiva vivimos la actual escasez de vocaciones. Dios es bueno y no nos abandona, pero el mismo Jesús nos invita a pedir por más operarios para la mies (cf. Mt 8, 38). La Iglesia pide y la sociedad parece indiferente. Vemos comunidades cada vez más vacías de jóvenes, con escasas propuestas para ellos, pero deseando verlos ocupar su lugar en la pastoral de la Iglesia. Una pastoral que quizás no logra representar lo que desean decirle al mundo. 

Amor y necesidad se mezclan en la animación vocacional y es el contexto donde surge el concepto de cultura vocacional. En el año ´92, San Juan Pablo II, en la 30° Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, se refirió a la “urgencia de promover las que podemos llamar ‘actitudes vocacionales de fondo’, que originan una auténtica cultura vocacional”1. El concepto se recupera en 2011, en el II Congreso Continental Latinoamericano de Vocaciones, que entre los números 52-58 del Documento Final retoma su desarrollo2

Hacia una cultura vocacional

Este Documento Final sostiene: “La cultura de las vocaciones es un eje fundamental de la pastoral vocacional, pues la determina no solo desde el punto de vista cristiano sino también desde el antropológico. De hecho, la cultura vocacional, que no es un producto terminado sino un proceso continuo de creación y socialización, es el modo de vida de una comunidad que deriva de su modo de interpretar la vida y las experiencias vitales y que involucra a sus miembros, de manera personal e interpersonal, en algo que se cree, de lo que todos están convencidos, que genera opciones y compromisos y, así, se convierte en patrimonio común” (n°. 52).

Revisemos este concepto. “Cultura” se refiere al estilo de vida asumido por una comunidad, que deriva de su propia cosmovisión y de las experiencias cotidianas. Sintetiza en códigos universales la forma de concebir la vida y la muerte, lo cotidiano, lo festivo, lo religioso, lo relacional y lo institucional.

Podemos anexar la cultura a muchas situaciones de la vida. Por ejemplo, el papa Francisco hablaba de cultura de la indiferencia, contraria al amor de Dios, o cultura del encuentro, que derriba los muros que se sostienen con prejuicios e indiferencias. Podemos crear culturas cuando deseamos que algo entre en la sociedad, se instale, genere raíces y se encarne.

Vivimos en una sociedad marcada por el ateísmo práctico. En un experimento social realizado en diferentes templos se preguntó: ¿Cuándo fue la última vez que hablaron de vocación con sus hijos, sobrinos, nietos? Se comprobó que no es un tema de conversación habitual.

También reconocían que cuando un joven habla de vida sacerdotal o religiosa, primero piensa en las renuncias, privaciones y dificultades que encontrará, y eso produce desencanto y rechazo. Pocos piensan en lo que Dios regala a quienes dicen que “Sí”. Se vuelven a mezclar amor y necesidad, haciéndose urgente pensar la vocación desde el amor, desde lo que recibimos de Dios. El presente transmoderno nos desafía a superar la necesidad y mirar al mundo con amor.

Finalmente, la cultura involucra a sus miembros de manera personal y grupal, genera códigos, costumbres y marca aquello en lo que se cree por convencimiento y así esa realidad se convierte patrimonio común. Dios puede estar presente o el hombre puede encerrarse en sí mismo para satisfacer sus necesidades.

Vocacionalizar nuestros ambientes

La cultura vocacional es el eje fundamental de la pastoral vocacional, porque le ofrece un “norte” para su servicio. Si pastoral vocacional quiere generar una cultura vocacional, necesita renovar su ardor por la evangelización, proponiendo a Jesús como centro e inicio de la vida cristiana. 

Según Amedeo Cencini: “La vida es don totalmente gratuito y no existe otro modo de vivir digno del hombre fuera de la perspectiva del don de sí mismo. La vocación nace del amor y lleva al amor. Esta cultura de la vocación constituye el fundamento de la cultura de la vida nueva, que es vida de agradecimiento y gratuidad, de confianza y responsabilidad; en el fondo, es cultura del deseo de Dios”3.

Así, la cultura vocacional abre las puertas a la cultura del deseo de Dios, siendo el espacio donde los niños, adolescentes y jóvenes escuchan la voz de Dios; sea en sus familias, en las comunidades juveniles, en la catequesis y en las escuelas. La meta es hablar de vocación como de cualquier profesión o sueño que puedan tener.

La invitación es vocacionalizar nuestros ambientes cotidianos, sociales y eclesiales, para ser capaces de captar el mensaje de Dios, asumirlo y compartirlo; siendo facilitadores del llamado de Dios y de la dimensión vocacional de la propia vida. Dios no puede estar ausente en los proyectos de vida de los jóvenes; al contrario, debemos ayudarles a descubrir que Él está presente en sus historias desde siempre y va dejando “huellas” para descubrir lo que soñó para cada uno. Vocacionalizar nuestros ambientes cotidianos es incluir a Dios en nuestras vidas, considerar su proyecto como camino de felicidad, hacerlo partícipe de nuestras decisiones vitales, oír su llamada y responder con entusiasmo. Para eso hay que comprometerse con el dinamismo de la cultura vocacional que abarca una mentalidad, una sensibilidad y una praxis:

Mentalidad es el conjunto de principios que dan sentido a la realización de la persona en su relación con Dios, es el ethos de la comunidad, de aquí nace nuestra conciencia de comunidad de discípulos. Es un conjunto de verdades que todos aceptan. Dios es el eterno llamante que nunca deja de llamar a sus hijos.

Sensibilidad aquí nos apropiamos de una visión de Dios y encontramos las motivaciones que impulsan la realización de cada persona en su relación con Dios, con los demás y con la creación.

Praxis es el proceso educativo donde teología y espiritualidad se traducen en gestos concretos. Somos responsables de la vocación del otro y, después de ser llamados, nos convertimos en llamantes, nos hacemos eco de la llamada de Dios para que resuene en la vida de otros. La crisis vocacional de hoy, no es de llamados sino de llamantes, el problema está en quienes deberían servir de mediadores de la llamada y lo evitan.

A modo de cierre

Las comunidades que vivan la cultura vocacional serán promotoras de vocaciones. Desde el encuentro con Dios que primero llama a la vida, a que nos veamos como personas creadas para el amor (sentido amplio de la vocación); después la persona será llamada a ser discípula (sentido cristiano de la vocación), y el discípulo encontrará un lugar de servicio específico (sentido más estricto de la vocación), siendo laico/a, sacerdote o religioso/a. Siendo misionero en salida •

*El autor es Presbítero, Operario Diocesano, formador del Seminario Mayor de Tucumán y miembro de la DEVOC (Delegación Vocacional Argentina). También es Miembro de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos y Licenciado en Teología Pastoral por la UCA de Argentina.

1. JUAN PABLO II. Mensaje para la XXX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones (1992). Abierto en: https://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/messages/vocations/documents/hf_jp-ii_mes_08091992_world-day-for-vocations.html, 10/06/2024

2. DOCUMENTO FINAL: http://iglesia.cl/especiales/especial_vocacional2016/docs/DocumentoConclusivoIICongresodePastoralVocacionalLatinoamericano.pdf

3. Cencini A., No cuentan los números, 56.

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