Impulsada por la pasión por la fraternidad universal, Chiara Lubich, portadora del Carisma de la Unidad, tendió puentes con la Iglesia Católica y luego con cristianos de distintas denominaciones, con fieles de otras religiones, y con quienes tienen otras convicciones, en un diálogo abierto a 360° grados.
La Segunda Guerra Mundial había llegado a su fin y las primeras focolarinas –como cuenta Chiara Lubich– “casi no se dieron cuenta”, tan absorbidas estaban por el fuego evangélico que las impulsaba a elegir a Dios como único Ideal y a difundir el fuego de la unidad por doquier.
Fue en ese contexto de los inicios del primer Focolar que, en la vigilia de la Fiesta de Cristo Rey, leyeron como meditación, el versículo: “Pídeme, y te daré por heredad las naciones, y por posesión tuya los confines de la tierra” (Sal 2,8). Esas palabras repercutieron en sus corazones como una promesa actual, dirigida a ellas y al nuevo movimiento que estaba naciendo. Respondía perfectamente a aquel único deseo que tenían de amar a Dios y de hacerlo amar por el mayor número de personas, de todos los pueblos y culturas. Vivir por la fraternidad universal.
Hoy, cuando se cumplen 80 años del nacimiento del Movimiento de los Focolares, el Carisma de Chiara ha llegado y está presente en 182 países del mundo, gracias a su celo apostólico y al de sus primeras y primeros compañeros, pero también a numerosos religiosos y religiosas que llevaron el ideal de la unidad a muchos puntos del planeta.
El Espíritu que Dios le donó se demostró capaz de ser acogido y ser vivido por todos. Por eso Chiara se convirtió, de manera natural, en ciudadana del mundo. Conoció a gente de toda condición y nadie le fue indiferente: católicos y cristianos; hebreos y musulmanes; budistas, hindúes y sikhs; confucianos y pueblos originarios. También aquellos que no se reconocen en una fe religiosa, como muchas personas del mundo contemporáneo.
Sus viajes, fuera de Italia, comienzan ya en el año 1961, cuando recibe la invitación de parte de algunos pastores luteranos de la ciudad de Darmstadt (Alemania) que expresan el deseo de conocer su espiritualidad evangélica. Se abre, así, para el Movimiento de los Focolares, lo que será con los años y hasta hoy un rico capítulo del diálogo ecuménico.
En el año 1966, viaja a Londres para encontrarse con el arzobispo de Canterbury, Doctor Michael Ramsey, primado de la Comunión anglicana. «Veo la mano de Dios en esta Obra», comentó el primado y la animó a difundir la espiritualidad de los Focolares en la Iglesia de Inglaterra.
En el año 1967, se encuentra en Estambul (Turquía) con el patriarca ecuménico de Costantinópolis, Athenágoras I. Será la primera de 24 audiencias. El gran patriarca la trataba como a una hija. «Tienes dos padres –le recordaba –: uno grande en Roma, Pablo VI, y uno anciano aquí, en Estambul». Asimismo, Chiara tiene el empuje profético de iniciativas que dejan huella: la ciudadela ecuménica de Ottmaring, en Alemania, donde evangélicos y católicos viven codo a codo; y las dos grandes manifestaciones de Stuttgart (Alemania), “Juntos por Europa”, con el objetivo explícito de volver a dar un alma cristiana al Viejo Continente. Hoy, cristianos de más de trescientas Iglesias consideran que su Espiritualidad es una vía hacia la unidad.
Un año antes, en 1966, en Fontem, en el corazón del Camerún (África), pone la primera piedra de un hospital en ayuda del pueblo Bangwa, donde nacerá una ciudadela de testimonio de unidad y colaboración entre los Focolares y las poblaciones originarias. Ella lo cuenta así: «En muchas ocasiones me he encontrado con hermanos y hermanas de otras creencias religiosas, pero la primera experiencia fuerte para mí fue la que viví con los bangwa, una tribu profundamente radicada en la religión tradicional. Un día su jefe, el fon, y miles de miembros de su pueblo se reunieron para una fiesta, en una gran explanada en medio de la selva, para donarnos sus cantos y sus danzas. Pues bien, allí fue donde tuve la fuerte impresión de que Dios, como un inmenso sol, nos abrazaba con Su Amor a todos nosotros y a ellos».
Se abre una experiencia extraordinaria de fraternidad y de reciprocidad entre culturas diferentes, que la fundadora de los Focolares define como “El milagro de la selva”.
En el año 1977, en la Guildhall de Londres, Chiara recibe el Premio Templeton para el progreso de la religión, delante de representantes de numerosas fes. Allí tiene la confirmación de cuánto había intuido en el corazón de África: sus palabras llegan al corazón de budistas, sikh e hindúes, cuando les recuerda aquella “Regla de oro” que aparece en todas sus escrituras: «No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti… Haz a los otros eso que quisieras que te hicieran a ti». Inicia así, en la Obra de María, el diálogo con fieles de otras religiones que llevaría a Chiara a hablar a miles de budistas del movimiento Rissho Kosei-kai en Japón (1981), primero, y luego en Tailandia a monjes y monjas budistas (1997). «He vivido en un monasterio durante sesenta años; incluso estuve en India, pero nunca había oído cosas tan bellas», afirmaba una monja budista de más de ochenta años, después de escuchar hablar a Chiara, en un templo de Chang-Mai, al norte de Tailandia.
Siempre en el año 1997, Chiara habla a un numeroso grupo de musulmanes afroamericanos en la mezquita de Harlem (Nueva York), primera mujer y primera blanca que lo hacía. El Imán W. D. Mohammed, sentenció: «Es un día grande para nosotros. Hoy aquí, en Harlem, se ha escrito una página histórica».
Chiara sigue viajando por muchos otros países, como Argentina, en abril de 1998, donde se encuentra con miembros judíos de la B’nai B’rith International. El entonces director, Jaime Kopec, afirmó: «Esta mujer nos trae la nueva apertura que empezó con Juan XXIII y continuó con Juan Pablo ll; trae el aporte de cientos de miles de personas que han entendido que no existe otra posibilidad para los seres humanos que la de empezar a ser personas humanas».
En mayo de ese mismo año, en la vigilia de Pentecostés de 1998, asume un compromiso solemne ante el Papa Juan Pablo ll, ante cuatrocientos mil miembros de Movimientos y Nuevas Comunidades Eclesiales que colmaban la Plaza San Pedro, para realizar la Unidad en el interior de la Iglesia y entre los diversos movimientos presentes. Años más tarde, en Asís, promueve un camino de comunión entre carismas antiguos y nuevos.
Después de haber fundado la Economía de Comunión (1991) y el Movimiento Políticos por la Unidad (1996), en los últimos años de su vida Chiara concentra sus energías en abrir caminos de diálogo con la cultura contemporánea: con políticos en varios Parlamentos de Europa y del Mundo, con economistas, artistas, operadores de los medios de comunicación, etc.
Cada premio o reconocimiento que recibe es, para ella, un motivo para evidenciar el don de Dios, para difundir la cultura del encuentro y de la fraternidad universal.
En París recibe el Premio Unesco por la Educación a la Paz (1996); en Polonia, el doctorado h.c. (honoris causa) en Ciencias Sociales de la Universidad de Lublin (1996), al cual se agregarán otros 15 doctorados h.c. en distintos países; en el Palacio de Cristal de las Naciones Unidas (New York, 1997), en un simposio organizado en su honor habla de la unidad de los pueblos; el Consejo de Europa en Estrasburgo le otorga el Premio Derechos Humanos 1998; recibe la ciudadanía honoraria en 17 ciudades del mundo; la Gran Cruz al Mérito, en Alemania (2000); el Premio Defensor de la Paz, de parte de Shanti Ashram y Sarvodaya Movement, dos instituciones gandhianas (2001); en Italia, la insignia de “Cavaliere di Gran Croce” (2004) . El 7 de diciembre de 2007 nace el Instituto Universitario Sophia, el último acto oficial firmado por Chiara Lubich.
Un diálogo interreligioso e intercultural, el suyo, abierto a 360° grados, impulsado por la pasión por la Unidad que Dios puso en su alma y que ella supo transmitir a todos los que encontró en su vida. Una pasión y una heredad que el Movimiento de los Focolares acogió e hizo suyas, hoy más comprometido que nunca en dar un aporte –en los más variados ámbitos de la sociedad– al cumplimiento de la oración póstuma de Jesús: “Padre, que todos sean uno” (Jn, 17:21).
Por Gustavo E. Clariá