Aprendamos juntos a ser padres e hijos – En el artículo anterior habíamos trazado el recorrido que hacen los niños para adquirir confianza y seguridad. En esta oportunidad analizaremos aquellas experiencias que los ayudan a ser cada vez más autónomos.
Por Ezio Aceti (Italia)
Ingresamos ahora en el Jardín de Infantes para descubrir la fascinante experiencia que los niños pueden vivir allí para crecer cada vez más autónomos y deseosos de estar con los demás.
El Jardín de Infantes responde a las necesidades de los niños de manera particular, con una experiencia que es única porque se desarrolla en grupo y con la presencia de figuras educativas preparadas.
En esta segunda parte nos ocuparemos de los objetivos que el Jardín favorece:
1. ser autónomo;
2. el mundo relacional;
3. el vocabulario.
Ser autónomo
Para el niño, la autonomía es una conquista maravillosa: aprende a hacer solo y experimenta todos los beneficios.
El niño manifiesta la voluntad de actuar por su cuenta: cuando se dan las condiciones para obrar de manera autónoma, no retrocede y se apropia del espacio disponible con competencia: abre los cajones (si no están demasiado altos), levanta las alfombras (si no son demasiado pesadas), cuida de los materiales (si los ha elegido, si son interesantes, si no están rotos o estropeados).
Como resulta evidente, el niño responde bien a las demandas de los adultos si están dadas las condiciones adecuadas: difícilmente un niño aprenderá a coordinar los movimientos si no puede correr libremente, así como le será imposible aprender la consistencia de los objetos si no puede manipularlos y mirarlos de cerca.
La autonomía de la cual el niño es capaz se refiere también al control de los esfínteres, el uso de los cubiertos en la mesa, ponerse las zapatillas o el abrigo, limpiarse la nariz.
Si estamos frente a un niño flojo en la conquista de la autonomía referida a los aspectos anteriormente mencionados, generalmente se debe a que no ha sido estimulado en la exploración libre del espacio.
Sigue siendo cierto que cada niño tiene su propio desarrollo físico y cognitivo, en tanto que puede haber niños con simple falta de madurez, cuyo desarrollo, aun siguiendo un camino lineal, es más lento con respecto a sus coetáneos. También puede haber casos de retardo en la autonomía con motivo de problemas genéticos: estos niños precisan de un seguimiento más cercano, con programas educativos especiales.
El mundo relacional
La vida es relación y en el Jardín de Infantes las ocasiones abundan. Para un niño, la relación con sus pares es, al mismo tiempo, deseada y temida: cada encuentro lleva consigo la alegría de estar juntos, la complicidad en el juego y el descubrimiento, el apoyo cuando se enfrenta aquello que da miedo, el conocimiento de sí mismo a través de los ojos del otro.
Al mismo tiempo, cada relación pone en discusión el egocentrismo en el cual el niño está inmerso: la visión de sí como sujeto que es centro del mundo sufre una sacudida cuando un otro se pone a su mismo nivel y reclama para sí la misma atención. La cercanía del otro conduce inevitablemente al conflicto y, a veces, produce un sentimiento de frustración.
Otra experiencia significativa para el niño es el juego. Piaget, el gran psicólogo francés, afirmaba siempre que “el juego es el alimento de la mente”.
Al comienzo de la experiencia del Jardín de Infantes, el juego del niño es un juego en paralelo respecto de aquel desarrollado por sus compañeros: si bien se presentan situaciones en las cuales varios niños se dedican a la misma actividad en el mismo lugar, es preciso reconocer que realizan juegos independientes. A pesar de esto, la presencia del compañero hace que el propio juego se vuelva más seguro; al observar e imitar la actividad del coetáneo, el niño puede aumentar sus capacidades, desarrollar el pensamiento creativo, lanzarse a inventar algo nuevo.
Con el desarrollo y la experiencia, el niño comienza una relación lúdica de cooperación cada vez mayor.
¿Y cuando se pelean por el juego?
No faltan las situaciones en las cuales se pasa del juego colaborativo al desacuerdo e incluso al conflicto: la condición de desencuentro entre pares ayuda al niño a descubrir su mundo emocional y el del compañero, le permite medir sus reacciones y las consecuencias de su comportamiento.
La verdad es que el conflicto es extremadamente saludable para los niños, más de lo que los adultos podrían pensar; si el conflicto se manifiesta abiertamente a través del uso de la palabra que logra expresar la propia voluntad en desacuerdo con la del otro, el niño puede aprender a manejarlo de manera gradual y encontrar el modo de resolverlo sin cancelar su propio punto de vista o humillar al otro.
Hay algunas relaciones nacidas en el Jardín de Infantes que duran toda la vida: esto nos enseña que el niño, aunque sea muy pequeño, sabe establecer relaciones significativas: es capaz de elegir con quién prefiere transcurrir su tiempo o activar dinámicas prosociales de alto valor.
El vocabulario
La interacción con los coetáneos favorece el desarrollo del lenguaje del niño, mediante la adquisición de muchas palabras nuevas y la interiorización de “jergas” y modalidades expresivas particulares.
Con respecto a esto, resulta importante todo aquello que los padres y los educadores ponen a disposición en materia de lenguaje. Lamentablemente, en ocasiones se constata, por parte de niños muy pequeños, la adquisición de un lenguaje vulgar e incorrecto porque imitan lo que escuchan en la familia.
Es por esta razón que los adultos deberían siempre “inclinarse” ante el niño para aprender a respetar cuanto pide su corazón: amarlo de manera inteligente y desinteresada •