A 50 años del milagro de los Andes – Dedicado al “13 de octubre” que a cada uno le toca vivir en su propio vuelo.
por Ariel Stechina* (Argentina)
Allá por el 13 de octubre de 1972, amanecía una vez más en la ciudad de Mendoza y en el mundo entero. Un vuelo con rumbo a Santiago de Chile que no se completaba y una historia que daba inicio para dejar a toda la humanidad una gran cantidad de lecciones de vida. Según la manera de medir el tiempo que tenemos los seres humanos, nos remitimos a lo sucedido cincuenta años atrás. Mucho más aún, si le damos cabida al Dueño del tiempo y a su forma de amar, de pensar y de regalarnos la creación a cada instante, correspondería que nos preguntáramos: ¿qué es el tiempo?
Tal como es de suponer, instantes previos al impacto del Fairchild Hiller 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya contra la montaña, que se convertiría en la mundialmente conocida tragedia aérea ocurrida en los Andes, el 13 de octubre de 1972, el único “choque o encuentro” deseado era el del partido de rugby programado entre el equipo uruguayo del Old Christians Club y el equipo chileno del Old Boys.
La emoción y la alegría cambiaron drásticamente por la incertidumbre, el temor y el dolor. Evidentemente, fue necesario interpretar y poner en práctica con ingenio y celeridad la obra maestra de la inteligencia emocional, aquella que nosotros bien podríamos leer muy cómodamente en nuestras casas. Desde el empobrecido cobijo de lo que quedaba de un fuselaje retorcido y recortado, al hecho de mantener, mucho más alta que la montaña misma, la esperanza necesaria como motor impulsor hacia la luz de la Vida.
Lo que debería haber sido la cancha de rugby se convierte en un escenario más inclinado a perder que a ganar el partido de la vida. Una sobredosis de merecimiento de la vida transformada en la necesidad imperiosa de resignificar la muerte, poniéndose en juego el sentido de la fe, el poder de creer en la existencia de un tercer tiempo y espacio que se da en otra “cancha”, que trasciende el plano de la superficie de la Tierra, pero en la que cabría la posibilidad de encuentro entre quienes aún seguían de este lado de la tribuna y quienes ya se habrían ganado la gloria del Cielo.
De lo que era el excelente equipo de rugby del Old Christians Club, a la mejor de las comunidades de trabajo. ¿Y quién sería un adecuado capitán como para gestionar semejante circunstancia? ¿Habría sido acertado el plan de entrenamiento recibido en Montevideo? ¿Por qué, mientras a un equipo le tocaba jugar un tipo de partido sin adversario alguno, al contrincante le tocaba jugar otro a partir de aquel 13 de octubre de 1972 y por un período de 72 días?
Cada fin de año, con los amigos que se suman a participar de la expedición a los Andes, la cual consiste en llegar adonde se encuentra aquel maravilloso altar dedicado a la vida viva, a la comunión y a la unidad, nos preguntamos si acaso no será cierto que si nuestro Capitán nos ha puesto en esta “cancha”, ha de ser para jugar algún partido interesante. Aun cuando nunca logremos comprender muchas circunstancias que se dan cita en nuestros “propios partidos o choques” •
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