Estudiar en el extranjero – “Las tradiciones y costumbres que tenemos, y que están dentro de mí, son una riqueza también. Todo eso puede ser un aporte para la cultura de acá”, dice Saraí, 22 años, que dejó su Guatemala natal para estudiar en Argentina. La mirada de una joven sobre la experiencia del país que la acogió, su experiencia como estudiante, los desafíos de la nueva tierra y el valor de quien llega de afuera.

Por Ana Tano (Argentina)

Es muy común en Argentina la presencia de jóvenes inmigrantes que llegan al país para realizar sus estudios universitarios. Más allá de las múltiples dificultades económicas que puede representar vivir solo y hacerse cargo de la propia administración por primera vez en este país, la alternativa de ser estudiante aquí sigue siendo atractiva para muchos. ¿De qué forma acompañamos como sociedad local esta posibilidad? ¿Qué tan hospitalarios somos con aquellos que, por diversas y complejas razones, llegan a las ciudades de nuestro país? ¿Qué mirada tenemos acerca de las diferencias que encontramos en el otro?

Saraí es una joven de la capital de Guatemala, de 22 años de edad, que llega a Argentina y decide quedarse, primero por circunstancias externas, pero, rápidamente, también por decisión propia. “Hice una experiencia de convivencia en Buenos Aires en 2020, año en el que llegó la pandemia del Covid-19, por lo que se complicó el regreso a mi país. En tanto no podía volver a Guatemala evalué la posibilidad de comenzar a estudiar acá, algo que en el fondo siempre había querido, ya que en Guatemala es complicado ingresar a la universidad pública. Es un proceso tedioso y largo”, cuenta Saraí y agrega: “además, en Guatemala tiene mucho más reconocimiento el hecho de estudiar en otro país. Coincidí con una amiga en Argentina que quería vivir en Bahía Blanca (Buenos Aires), ciudad que no era su localidad de origen, entonces decidí sumarme con ella y acompañarnos en ese proceso”.

Los trámites de residencia no fueron significativamente complicados para ella, incluso sin tener a alguien que los hubiera hecho anteriormente y que pudiera guiarla. Aun así, reconoce la importancia del acompañamiento, lo fundamental que resulta tener personas que brinden contención, sobre todo emocional, en este tipo de procesos.

En el ingreso a la Universidad Nacional del Sur, primero de manera virtual y luego presencial, Saraí evalúa como muy bueno el trato que recibió, más allá de las particularidades de las experiencias y de la dificultad propia de acceder a un espacio totalmente nuevo. Pero, ¿qué lugar ocupa la cultura en este proceso de inserción? Responde Saraí: “La diferencia de cultura, aunque no sea tan grande, juega un papel muy importante. Por ejemplo, en mi país no somos tan ´dados´, más bien retraídos, y así me comportaba yo con los demás. Siento que con el tiempo me fui soltando, mimetizándome más con la forma de construir vínculos que veo acá, seguir formando mi personalidad en el presente en el que me encuentro, construirme acá. Yo tuve la suerte de encontrar un grupo donde encajé, y eso hizo que me sintiera parte”.

La realidad de ser estudiante conlleva, muchas veces, la necesidad de abandonar los pueblos o ciudades chicas para habitar las grandes ciudades y tener un mayor acceso, en sentido práctico, a la universidad. Esto hace a una cultura de micro-inmigración entre los jóvenes, que configura también su forma de mirar al otro. “Creo que entre los jóvenes hay una cultura de apoyo recíproco, no sólo con los inmigrantes, sino con todas las personas que se mudan a ciudades para estudiar. Todo el tiempo te cruzás con chicos que no son oriundos de la ciudad en la que estamos, entonces ese ´construir familia´ en el que todos nos vemos más o menos envueltos, hace que tengamos esta actitud de contención hacia el otro. Claro que la sociedad es muy diversa, y no sólo hay jóvenes en ella. Del adulto siento que necesitamos un poco más de escucha sincera, porque las razones por las que alguien emigra de su país de origen son diversas, siempre complejas, responden a un montón de factores, no hay una respuesta simple o general para explicar esa realidad”, cuenta Saraí.

Mucho hablamos sobre la experiencia de quien llega a nuestro país para transitar aquí un período (al menos) de su vida, pero cabe también preguntarnos por la forma que tenemos nosotros como locales de construir la cultura de nuestra comunidad con quien llega. Muchas veces destacamos en el otro la condición de extranjeridad mucho más de lo que valoramos en nosotros mismos las riquezas de nuestro país. ¿Qué representa en la construcción de nuestra identidad el lugar del que somos? ¿Y el lugar donde estamos?

Esto puede verse reflejado tanto en el trato cotidiano como en los procedimientos legales que quien llega a Argentina debe realizar para “ser parte” definitivamente del país. Una experiencia concreta de Saraí que refleja de qué manera vive su ser extranjera aún hoy: “siempre están los lugares que me hacen notar que soy inmigrante. El acento por ejemplo es algo que sigue llamando la atención. La forma que tienen las personas de marcarlo puede ser con interés por conocer o con rechazo, un poco más despectivamente. El primer DNI (Documento Nacional de Identidad) que tuve en Argentina decía, con letras rojas y un tamaño más grande que mi nombre, extranjero. Era como que la extranjeridad era más identitaria que mi propio nombre. Esa es una mirada que algunos tienen y no es fácil de cambiar”.

Algo que no podemos dejar de mencionar es el gran don que son para nuestra cultura todas las riquezas de otras que vienen a mezclarse, combinarse, mixturarse. “Siento que el que me conoce se lleva un poco de lo que soy. Las tradiciones y costumbres que tenemos, y que están dentro de mí, son una riqueza también. Todo eso puede ser un aporte para la cultura de acá. Es algo que aprendí a valorar estando lejos, contando estas cosas a los demás, cocinando comidas tradicionales de allá, etc.”, advierte la joven.

¿Qué pasaría si dejáramos de ver las diferencias como un obstáculo y empezáramos a interpretarlas como la riqueza desde la cual cada uno hace su aporte a la construcción colectiva del presente? Mucho de esto podemos verlo en la apertura de la universidad como espacio común, lugar de convergencia cultural de jóvenes por excelencia. Pero ¿tenemos esa mirada en nuestra vida cotidiana, en la forma de vincularnos con el otro, sea inmigrante o no, provenga de un lugar lejano o cercano? No dejemos pasar la oportunidad de enriquecernos con todo lo que el otro tiene para regalarnos, justamente por ser diferente •

“Entre los jóvenes hay una cultura de apoyo recíproco”
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