Una cuestión global – Medicamentos, indumentaria, alimentos y electrónicos: la química juega un rol fundamental en la elaboración de productos de uso cotidiano. Por eso, también juega un papel importante para superar la crisis ecológica. ¿Cómo generar procesos productivos menos dañinos para el medioambiente?

por María Florencia Decarlini (Uruguay)*

La crisis ecológica que atraviesa la humanidad se relaciona e identifica con una ruptura en la relación del ser humano con la naturaleza. Nuestra tendencia al dominio sobre la naturaleza se expresa, no solo a través de la ciencia y su búsqueda, siempre mayor, del conocimiento de los secretos del universo, sino, sobre todo, en la intervención del hábitat natural, que ha sido llevado a situaciones más allá de su capacidad de reacción.

¿Cómo llegamos a este punto? El hombre siempre ha interactuado con su entorno natural, utilizando sus recursos para abastecerse, modificándolo de acuerdo con sus necesidades. Es a partir de la primera mitad del siglo XX, con la Revolución Industrial, cuando comienzan a generarse problemas ambientales muy graves. Con el desarrollo de la química, el ser humano descubre la posibilidad de la elaboración de todo tipo de productos, fijándose como meta el crecimiento económico. Son los innumerables desastres ambientales los que hacen que, lentamente, se tome conciencia de que los recursos naturales no son ilimitados, que no toda transformación es posible, que existen cambios irreversibles y, fundamentalmente, que nuestras acciones tienen consecuencias en la naturaleza.

Hoy, los productos químicos son inseparables de nuestra forma de vida. Tal vez, los mayores beneficios percibidos por todos son los de la industria farmacéutica, que, gracias al desarrollo de medicamentos, ayudó al aumento de la expectativa de vida. También se beneficia la industria de alimentos, ya que, gracias a la química, incrementó su producción y mejoró la calidad de vida de muchas personas. Tampoco podríamos pensar en nuestra vida cotidiana sin los beneficios de productos destinados a la higiene personal y hogareña, la cosmética, la indumentaria, la construcción, la electrónica, la industria automotriz, entre otros.

En sus comienzos, los procesos de producción de nuevas y mejores sustancias no planteaban problemas. Se desconocían los efectos, a mediano y a largo plazo, de los productos arrojados al aire, al agua y al suelo, ya sea en su etapa de elaboración, como en su descarte, una vez finalizada su vida útil.

Tomemos un caso referido a la utilización de agroquímicos. A partir del año 1939, el DDT (dicloro difenil tricloroetano) comenzó a aplicarse con gran éxito en el control de insectos transmisores de enfermedades como el tifus y la malaria, y era normal su uso como piojicida para niños. Sus propiedades como insecticida eran tan alentadoras que, en 1955, la Organización Mundial de la Salud puso en marcha un programa mundial para la erradicación de la malaria basado en la aplicación masiva de DDT en los hogares. Fue en 1962 que la bióloga estadounidense Rachel Carson denunció su toxicidad, no solo para aves y peces, sino, también, para los seres humanos. Hoy, es una sustancia prohibida prácticamente en todo el mundo, debido a su gran persistencia y bioacumulación en el medioambiente: su larga vida media indica que estará en el entorno durante más de 500 años sin eliminarse. El DDT pasó de ser un producto milagroso a un letal veneno.

Como consecuencia del desarrollo industrial, de la minería y del uso indiscriminado de productos químicos en la agricultura, muchos ríos muestran, en la actualidad, un deterioro considerable. Aun así, sería un error suponer que solo la producción industrial en sí misma contamina. Hay muchos otros ejemplos de productos de uso diario, a los que nos resulta difícil renunciar: detergentes (que contienen sulfatos), restos de medicamentos, fragmentos de plásticos que no llegan a degradarse, solventes de pinturas y recubrimientos, descarte de productos electrónicos, insecticidas de uso doméstico.

Química verde

Recién en las últimas dos décadas empezó a consolidarse la idea de que la mejor forma de solucionar los problemas originados por los contaminantes es, justamente, no generarlos. En 1993 surge el concepto de Química Verde (QV), acuñado por el ingeniero estadounidense Paul Anastas, cuyo objetivo es establecer principios para la síntesis y aplicación de productos y procesos químicos que reduzcan o eliminen completamente el uso y producción de materiales que sean dañinos para el medioambiente.

La implementación de la Química Verde se focaliza en reducir el peligro intrínseco de las sustancias (desde que se producen, hasta que se usan y se descartan), teniendo en cuenta las materias primas y la energía utilizadas en la producción. El objetivo de la prevención de la contaminación es reemplazar los procesos o los productos que generan consecuencias ambientales negativas, por otros procesos o productos menos dañinos.

Se pueden considerar tres áreas relevantes para atacar el problema: 1) el uso de vías alternativas de síntesis (usando, por ejemplo, procesos naturales, como la fotoquímica y la biocatálisis, que emplean recursos naturales en lugar de complicadas sustancias químicas, o materias primas más inocuas y renovables, como la biomasa); 2) condiciones de reacción alternativas (como disolventes de menor impacto en la salud humana y en el medioambiente), o aumento de la selectividad y reducción de los desechos y de las emisiones; 3) diseño de productos químicos ecocompatibles (menos tóxicos que los actuales o más seguros, en caso de accidente).

¿Qué podemos esperar del desarrollo de la Química Verde?

Existe un potencial enorme. Muchos de los productos químicos que conocemos son derivados o se forman a partir de los combustibles fósiles, como el petróleo. Por eso, se está trabajando en la utilización de materias primas renovables, poniendo el acento en la elaboración de productos biodegradables y en la utilización de medios alternativos de reacción, que no sean solventes tóxicos.

Citábamos antes el ejemplo del DDT. Con los principios de la Química Verde se han logrado desarrollar pesticidas amigables con el ambiente, a partir de productos naturales. Activos como el spinosad, el spinetoram y productos similares son ejemplos de ello, ya que están elaborados a partir de la fermentación de materia prima renovable.

Por otra parte, estos procesos favorecen la utilización de energía sustentable, que no contribuye a la emisión de gases de efecto invernadero, causantes del calentamiento global. Podemos ver un ejemplo en los nuevos productos químicos. La QV usa biocatalizadores (extraídos de plantas o de microorganismos), logrando trabajar en condiciones normales de temperatura y presión, mientras que, en los procesos clásicos, las mismas reacciones requerían catalizadores con metales pesados, altas temperaturas y mayor presión.

Muchas universidades han incluido la enseñanza de la QV en su plan de estudios, con el objetivo de que impregne todo el estudio de la química como tal y que, prontamente, sea el único modo de concebirla.

Un gran número de industrias ya ha comenzado a seguir los lineamientos de la QV, y podrán desarrollarlos en la medida en que la innovación aporte soluciones claves a los problemas, tanto en lo referido a los materiales como en los procesos.

Las leyes y los subsidios estatales son determinantes a la hora de poder implementar los cambios necesarios. Considerar los impactos medioambientales y no solo los económicos tiene que ser un factor decisivo a la hora de elaborar las legislaciones. Y, actualmente, no son pocos los países que apoyan económicamente el desarrollo sustentable de sus industrias.

Sin embargo, el rol fundamental es el de todos nosotros como consumidores, que, con nuestras elecciones de mercado, podemos optar por los productos desarrollados en esta línea (por ejemplo, biodegradables) y elegir los productos de menor costo ambiental, aunque no sean, necesariamente, los de menor costo económico. Existen empresas que se han comprometido a cambiar las formulaciones de sus productos para asegurar que sean amigables con el ambiente. Nosotros debemos exigir el cumplimiento de ese compromiso •

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*La autora es doctora en Bioquímica e investigadora en Química Verde.

¿Es posible una química sustentable?
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