De la vida cotidiana – La Palabra de Vida del mes de octubre fue “El Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad”. Una experiencia que nos llega desde México.
Recogido por la redacción
Hace unos días nos invitaron a mi esposa y a mí a una cena de beneficencia para un orfanato local de unos 20 niños, en el cual mexicanos y extranjeros colaboran significativamente. El dueño del restaurante, muy buen hombre, quien organizaba la cena, da siempre el 10 por ciento de sus ganancias al orfanato.
Comienza la cena, siguen los mariachis y las danzas folklóricas, y la culminación del evento es una subasta de cuadros de autor para recaudar fondos para el orfanato.
Empieza la subasta de 20 cuadros. Después de la presentación de la cuarta o quinta obra, veo que la iniciativa va a ser un fracaso. Tal vez los cuadros son demasiado abstractos, ¿quién sabe? “Esto va mal”, me dice mi esposa, “mira al organizador, está preocupado y medio desanimado”.
En ese momento siento el impulso de hacer algo. Se me viene a la mente la Palabra de Vida del mes sobre el Espíritu de fuerza (un poco de audacia) y amor. Sobre todo cuando, al finalizar la subasta, solo se había vendido un cuadro.
Con la sorpresa de muchos me dirijo al palco, tomo el micrófono (con la idea de salvar el fin de la cena, es decir, juntar algo más de dinero) e improviso algo con respecto al ser huérfanos. Les cuento la historia de mi madre, quien después de la Segunda Guerra Mundial, cuando vivía en un campo de refugiados del comunismo, en Austria, recién casada, aceptó ser por un tiempo madre adoptiva de 15 niñitos huérfanos a causa de la guerra.
Y les comento lo sucedido 60 años después, en 2009, cuando estábamos en Argentina. Mi madre terminó sus días en un lindo hogar de ancianos eslovenos en Buenos Aires. Y ¿coincidencia?, uno de los dirigentes de ese hogar de ancianos había sido uno de los huérfanos que mamá había cuidado en el campo de refugiados seis décadas antes. Obviamente para mamá era algo especial, el amor que regresa después de una vida. Claramente, uno nunca puede predecir las vueltas de la vida.
Esta historia personal que cuento hace abrir los ojos y la atención a los comensales. Se ve que la historia de mamá los toca profundamente. Aprovecho entonces para desafiarlos a ser generosos con los huérfanos en una colecta improvisada y, para dar el ejemplo, pongo un billete “grande” en el canasto.
Resultado: se recoge una buena cantidad de dinero, nuestra relación con el dueño del restaurante patrocinador da un salto cualitativo, nos hacemos amigos y mi esposa y yo estamos contentos por haber seguido el “Espíritu de fuerza y amor” de la Palabra de Vida con un poco de improvisación •
Miguel N.