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Mercedes Halfon, Buenos Aires, 2023, Ediciones Universidad Diego Portales.

La tradición sobre este insólito y talentoso escritor pertenece muchas veces más a la leyenda que a la historia. En efecto, el epígrafe elegido para iniciar esta obra pertenece a la artista y cantante rock Rosario Bléfari (Mar del Plata, 1965 – Santa Rosa, 2020) y dice: “Que la leyenda la escriba un extraño”.

La doctora en Comunicación por la Universidad de Nacional de Rosario Andrea Calamari escribe que la tan citada frase atribuida a Gombrowicz (“¡Maten a Borges!”) la habría exclamado el polaco al partir la nave finalmente cuando le preguntaron por el futuro de la literatura argentina. “Borges, por su parte –concluye Calamari–,  dijo que nunca lo había leído”.

Ciertamente, Witold Gombrowicz corre la suerte de ser más un personaje que un autor, el menos leído de los escritores famosos en este país.

La escritora argentina Mercedes Halfon (Buenos Aires,1980), de quien recordamos la encantadora novela El trabajo de los ojos, presenta aquí sus estudios sobre uno de los autores más polémicos y emblemáticos que vivieron en estas orillas del Río de la Plata, porque Witold Gombrowicz quedó varado en la ciudad de Buenos Aires en agosto de 1939. Había llegado en un buque de bandera de su país junto a una delegación de empresarios, diplomáticos y periodistas que, a los pocos días de su arribo, recibieron la orden de volver a zarpar ante el inminente inicio de la Segunda Guerra Mundial. Gombrowicz, quien llenó de anécdotas las fábulas literarias porteñas, se dio a la vida bohemia y menesterosa en un país del que desconocía su lengua y su historia. Llegó a ser centro de atracción en tertulias y cafés, siempre atraído por la cultura y el ajedrez. Serio y con porte de aristócrata, sin embargo pasaba días sin alimentarse y durmiendo en pobres pensiones.

Halfon describe imaginándolo a su llegada al autor de Trans-Atlantico: “Witold Gombrowicz es un joven escritor de vanguardia, ojos punzantes, boca despreciativa”. Y prosigue: “La ciudad desde el río se ve misteriosa, casi borroneada, sus líneas parecen menos refinadas que las de París, pero más modernas que las de Varsovia. Los pasajeros bajan a conocer este lejano país. Frío, humedad, las manos en los bolsillos. Tras el pequeño paseo del puerto nuevo, aparece Retiro, la Torre de los Ingleses, la calle Florida. Algunos vuelven al barco, donde los esperan recepciones múltiples preparadas por embajadores y personalidades de la comunidad polaca y argentina. Pero Gombrowicz no. Sigue caminando. Vuelve a dormir al barco y vuelve a salir. Durante varios días agota esas calles, esas caras, esos rasgos de hombres y mujeres del Sur. Algo se abre. O quizá se rompe. Algo se desprende”.

Gomrowicz lanza la publicación Aurora, revista de la resistencia, que sale una sola vez, un número escrito exclusivamente por él. Y observa Halfon: “El título es una broma a publicaciones de la época que siempre parecen estar signando el comienzo de una nueva era. La iniciativa es, a su vez, una disputa muy sofisticada con Virgilio Piñera, que al día siguiente publica la propia, para discutir con la de su amigo. La llamó Vitrola, revista de la resistencia. Ambos venían preparando sus números desde semanas antes, con mucha velocidad, a ver quién lograba terminarla primero”.

Después de un texto como manifiesto, “seguían –escribe Halfon– ironías y disparos contra Borges, Victoria Ocampo, Arturo Capdevila, Enrique Larreta. Gombrowicz sí que elegía bien a sus enemigos”.

Traduce su novela en un bar con varios amigos que desconocen el polaco, él que no sabe español. Dicta una conferencia para poetas, y habla contra ellos. Escribe un diario para darse a conocer. Dice en una carta de 1952: “Debo volverme mi propio comentador, mejor dicho, mi propio director de escena. Debo forjar un Gombrowicz pensador, un genio, un demonólogo de la cultura y muchos otros Gombrowicz indispensables”.

La autora investiga, conoce personas que lo frecuentaron, lee testimonios. Ernesto Sabato, quien lo trató mucho, lo describe así: “Con aspecto adolescente, flaco, enjuto, fumando y chupando cigarrillos con furia; era teatral, contradictorio, provocador, altanero y disponía de un increíble sentido del humor”.

Halfon recoge palabras de César Aira, Ricardo Piglia, Juan José Saer y consulta diarios, revistas y libros.

Finalmente, el escritor polaco con tantos años de Argentina es invitado a ir a Berlín y se establece en Francia, contrae matrimonio (este codiciado soltero) con una joven y atractiva secretaria canadiense.

Una vida llena de misterios y de oscuridad. Conoció los bajos fondos, los baños de las estaciones ferroviarias y las contradicciones argentinas.

Por José María Poirier (Argentina)

Extranjero en todas partes. Los días argentinos de Witold Gombrowicz
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