El Papa que vino de lejos y fue aún más lejos. Un pontificado complejo, de apertura y Evangelio, de oposición a la violencia y a la guerra y de cercanía a los más pequeños.
Por Michele Zanzucchi*
Había dicho, nada más ser elegido Papa, que venía de los confines de la tierra. Pero consiguió que los límites de la Iglesia fueran aún más amplios de lo que eran antes. Uno piensa en Tomás de Aquino, que sostenía que la Iglesia es tan vasta como la humanidad por la que Cristo murió en la cruz. El papa Francisco ha encarnado esta verdad teológica.
Si se pudiera hacer una investigación profunda y sincera del pontificado que ha terminado la mañana del lunes 21 a las 7.35 de la mañana de Roma, se vería cómo la popularidad del Papa se ha debido particularmente a la simpatía y empatía naturales que ha despertado en quienes no van a la Iglesia. Su atención a los siete mil millones de seres humanos que no son católicos ha sido la tónica de su pontificado, que duró desde el 13 de marzo de 2013 hasta el 21 de abril de 2025, doce años muy densos y nunca previsibles.
Del mundo católico, de los mil millones y pico de cristianos vinculados a Roma, obviamente se ha interesado, y mucho, pero prestando especial atención al “pueblo de Dios”, más a los simples fieles que al clero, más a los testigos de Cristo que a los portadores de algún título. En esto Francisco será recordado como el Papa católico-más-que-católico. Es decir, siguiendo la etimología, universal.
Hombre de sorpresas ha sido el papa Francisco –de nombre Jorge Mario Bergoglio, con su familia originaria de Piamonte, nacido el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires– desde el primer atisbo de su pontificado, cuando se negó a vivir en los “palacios sagrados”. Ha sido un hombre de grandes dotes comunicativas, como demostró, por ejemplo, durante el drama del Covid, cuando quiso hacerse presente ante el mundo e invitar a todos a rezar atravesando una Plaza de San Pedro desierta, único caminante sobre la tierra, símbolo del ser humano que se encuentra despojado de todo su poder, a merced de la enfermedad, invocando a su Dios. Fue un hombre de sorpresas hasta el final, hasta el día de Pascua, cuando quiso estar presente en su propia plaza y donde recibió al vicepresidente estadounidense Vance, a pesar de que eran bien conocidas sus diferencias con el actual gobierno de Estados Unidos.
Un hombre de los pobres y de los pequeños como San Francisco de Asís, por supuesto, pero también un hombre que trataba de “tú” al poder, en este digno discípulo de San Ignacio de Loyola. En sus viajes no quería que se incluyeran demasiados momentos de protocolo en los programas, rehuyendo los almuerzos de gala, obligando a obispos y nuncios a sustituirlos por almuerzos baratos en la cantina de los pobres de turno. Con ello hacía política, señalando a los poderosos su verdadero objetivo, el de la justicia y la paz.
El papa Francisco era deudor por su pensamiento de esa corriente sudamericana definida como “teología del pueblo”, que no debe confundirse con la más conocida “teología de la liberación”. La fe popular le interesaba más que la fe militante teñida de política. Esta tendencia suya se manifestó en sus nombramientos episcopales y cardenalicios: siempre favoreció a los sacerdotes cercanos al pueblo respecto a otros. Y quiso subvertir todas las tradiciones de las “carreras eclesiásticas” que habían madurado a lo largo de los siglos en la Iglesia: las sedes cardenalicias tradicionales se han convertido así en simples sedes episcopales, elevándose a la púrpura sólo en contadas ocasiones.
Papa Francisco ha atravesado crisis de época incluso en la Iglesia. Sobre todo la progresiva desafección de una gran parte de los fieles de las prácticas religiosas, particularmente en el universo euroatlántico. Ha prestado especial atención a la “planetarización” de la Iglesia católica, elevando a la púrpura a titulares de diócesis alejadas del centro de la catolicidad, como algunas islas del Pacífico o remotas tierras asiáticas. No hay que olvidar los grandes desafíos del catolicismo, como el cisma de la Iglesia en Alemania y en el norte de Europa, como la gravísima crisis de los abusos cometidos por hombres y mujeres de Iglesia, como la difícil conciliación de los principios éticos de tantas comunidades del hemisferio sur y del hemisferio norte. Incluso la reforma de la Curia romana no ha estado exenta de momentos delicados, sin olvidar la cuestión de la justicia vaticana.
En estas crisis, muy pragmáticamente el papa Francisco ha optado por navegar a vista, aplazando los expedientes candentes (como en el último sínodo) sin llegar a romper, tratando de mantener un equilibrio en cierto modo imposible. Otros expedientes delicados: el de los movimientos nacidos en torno al Concilio Vaticano II; el de la convivencia con un “papa emérito”; o de nuevo el de la sinodalidad, o si se prefiere el de la Iglesia-comunión, proceso ya iniciado por otra parte por sus predecesores.
El papa Bergoglio también ha abordado los crecientes vientos de guerra, acuñando una expresión que se ha universalizado al principio de su pontificado: “Tercera Guerra Mundial a trozos”. Ha intentado participar en procesos de tregua y paz, con éxito desigual. Pero ha “gritado” paz, siempre y en todos los casos.
No obstante, y sobre todo, este Papa será recordado por sus constantes recordatorios del Evangelio, de la Palabra que hay que vivir, de la necesidad de que los cristianos demuestren que forman parte del seguimiento de Cristo con hechos y no con títulos. Este paso adelante en la dimensión evangélica creo que es ya definitivo: el sucesor, sea quien sea, no podrá dar marcha atrás •
*Periodista italiano, ex director de la revista Città Nuova.



