Pablo Canziani – Los incendios en la provincia de Corrientes, en Argentina, han significado una de las tragedias ambientales más impactantes de las últimas décadas en la región. Causas y estrategias para mirar el futuro con esperanza.

Por Santiago Durante (Argentina)

Durante un mes las llamas devoraron todo lo que se les ponía delante. Desde el 30 de enero hasta el último fin de semana de febrero, cuando las lluvias llevaron alivio, la provincia de Corrientes, en Argentina, padeció más focos de incendio que en los últimos 20 años. Se quemaron casi un millón de hectáreas, equivalentes al 11 % del territorio de esa provincia del litoral argentino.

El fuego avanzó sobre campos, montes, humedales, como los Esteros del Iberá, y reservas naturales, entre ellas, el parque nacional Esteros del Iberá, y ha ocasionado daños materiales estimados entre 25 mil y 40 mil millones de pesos. ¿Las causas? Son múltiples. Y este caso está lejos de ser aislado, ya que es una continuación de los fenómenos acaecidos años atrás en buena parte del continente latinoamericano, especialmente desde la Amazonia hacia el sur.

Ciudad Nueva dialogó con el Dr. Pablo Canziani, investigador principal del Conicet en la Universidad Tecnológica Nacional, Facultad Regional Buenos Aires, miembro de la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente e integrante de diversos paneles internacionales sobre el Clima.

–¿Cómo se explican los cada vez más frecuentes y trágicos incendios que recientemente sacudieron la provincia de Corrientes, en Argentina, pero que en distintos momentos también han abarcado buena parte de la Amazonia y de diferentes lugares de Latinoamérica?

–Hay varios factores, nunca es uno solo el que alimenta estas situaciones. Tenemos una situación que hace unos dos o tres años se dio con una fuerte sequía en la zona de Amazonia y el agua de la Cuenca del Plata que, a través de estudios químicos, se comprobó que es agua que viene de Amazonia. Llueve en Amazonia en el Atlántico tropical y después va bajando, evaporándose, lloviendo más al sur, hasta que llega a la pampa húmeda. Esa es la evolución de la lluvia que tenemos por ejemplo en la provincia de Buenos Aires, en Argentina, y en Uruguay. Ese proceso ha llevado a que, cuando hay una sequía en Amazonia, después esa sequía tienda a bajar hacia la pampa húmeda. Por otro lado hemos tenido además fenómenos de sequía en lo que es la cuenca alta del río Paraná y del río Uruguay, que han llevado a que el Paraná llegara a sus niveles más bajos en los últimos 70 años. Y a esto se suma lo que empezó antes de diciembre: el evento La Niña. Este hace que llueva aún menos en la Cuenca del Plata. Tenemos una mezcla de cosas que generan una situación de sequía potenciada por el desmonte del Gran Chaco. Es decir, no es referirnos solo a Corrientes sino cuenca arriba, sobre cómo ha desaparecido el Mato Grosso, la Amazonia, y esto involucra a Paraguay, a Brasil, a Bolivia. Y eso hace que cuando llueve en esas zonas, el agua que antes era retenida en el monte se escurre más rápido en la cuenca. Entonces tenemos ahora un fenómeno que, cuando llueve, acelera el riesgo de inundación y cuando hay sequía, potencia la sequía. Eso lleva a un círculo vicioso que genera estas condiciones. En Paraguay, sur de Brasil y Argentina tienden a hacer un uso agrícola del fuego con la quema de campos para desmalezar cada tantos años, que ocurre entre mediados de enero y marzo de cada año. Hay un pico de incendios que se pueden determinar por imágenes satelitales, como una especie de climatología del fuego, que no sé cuánto pudo haber aportado en esta situación, porque creo que los productores que han salido en los medios dijeron que este año con la sequía se estaban cuidando. Hay condiciones que favorecen los incendios y la gente que es sensata no va a jugar con fuego, literalmente hablando. Esas condiciones de incendios hacen que frente a una terrible sequía, con el tema de los desmontes, de los pastizales que están muy secos y demás, la vegetación se prenda fuego, literalmente, como paja. A esto le sumamos que los bosques implantados de coníferas para la industria maderera, cuando hay sequías, se incendian mucho más fácil con las resinas que tienen los pinos. Se ha generado una tormenta de fuego perfecta.

–Teniendo en cuenta que es una problemática que abarca varios países, ¿cómo lograr un control, un equilibro, políticas de Estado que puedan ser regionales y que puedan prevenir este tipo de situaciones?

–Es muy difícil. Desde el período de 2005 en adelante, cuando hubo una fuerte alineación de Argentina con Brasil, desde la cancillería argentina no querían que tratáramos estos temas para no tener problemas con Brasil. Esto requiere una fuerte coordinación entre países, porque en el fondo estamos hablando de cómo manejar la economía. Si queremos proteger el ambiente en un modelo que se basa exclusivamente en producción de materias primarias (ejemplo, la soja) y ganadería, como es en el caso de Brasil –que de alguna manera hace una ganadería que no es sustentable porque se basa en feedlot frente a lo que puede ser Argentina, Uruguay, sur de Brasil, que tienen las condiciones para hacer una ganadería sustentable con diferentes tipos– entramos en conflicto porque los países no han acordado un modelo de desarrollo humano integral (si lo pensamos desde la perspectiva de la Doctrina Social de la Iglesia) para preservar y conservar zonas ambientales que generen los servicios ecosistémicos necesarios para que no lleguen este tipo de catástrofes. Lamentablemente, cuando un ve el mapa de desmonte en algunos sectores de Argentina, Paraguay, Bolivia y Brasil, la situación es muy preocupante porque ya hemos pasado un punto de riesgo. Y si a esto le sumamos el cambio climático que se está generando en Amazonia, que tiende a eliminar el monte amazónico y reemplazarlo por una especie de sabana tropical, con pastizales gigantes, la situación de la Cuenca del Plata se va a volver mucho más crítica en el futuro. Esto nos está llamando a una urgentísima y seria negociación dentro del Mercosur para construir un modelo de desarrollo en el que un país no dañe a otro sino que se potencien las economías regionales.

–Sin dudas formamos parte también de una problemática global. ¿Qué nivel de avances, retrocesos, estancamientos has notado en la política internacional en general?

–En el caso de la política internacional se avanza con pasos muy cortos. Son avances necesarios, pero no suficientes. Tenemos acuerdos avanzados en todo lo que tiene que ver con preservación de bosques nativos, reforestación con especies nativas, cuidado de zonas de pastizales que son fundamentales (el pastizal es tan importante como un bosque a nivel de nutrientes, mantenimiento del suelo, escurrimiento de agua) pero a nivel general, los grandes emisores de dióxido de carbono son el sector petrolero y la generación eléctrica –que a nivel mundial depende en un 70 % de combustible fósiles–; la segunda causa es el modelo agrícola-industrial que hoy tenemos, fuertemente dependiente de transgénicos y agroquímicos, necesarios para que esos transgénicos entren en nivel de producción, y eso está llevando a que la agricultura se haya convertido en la segunda fuente de emisión de dióxido a nivel mundial, antes que la industria. Y mucho antes que el transporte. Entonces, en esos rubros que son fundamentales no se está avanzando porque no se logra una discusión seria sobre cómo replantear un modelo agrícola que apunte hacia un modelo ecosistémico, que sustente el ambiente, que produzca con mayor diversidad. Hoy producimos muchos más granos de los que necesita la humanidad, no producimos otras cosas como frutas, verduras, distintos tipos de alimentos, que son necesarios para una pirámide alimenticia nutricional y que generamos por un tema de mercado. Hay un oligopolio empresarial que atenta incluso contra un modelo capitalista, porque el mercado de semillas son menos de 10 empresas a nivel mundial. Entonces eso no es capitalismo ni nada, es un cártel. Y eso requiere una acción consensuada de la sociedad y de los gobiernos para diversificar, generar empleo y para buscar soluciones.

–¿Cómo mirar con esperanza el futuro en cuanto al clima para que disminuyan estas situaciones trágicas que vemos hoy con los incendios?

–Lo primero que se necesita es una alianza estratégica entre la sociedad y los especialistas en estos temas. Si no caemos en los “ismos”, como el ambientalismo. Esto hay que encararlo con un modelo que acuerde cada sociedad con el respaldo del conocimiento. Un ejemplo muy concreto de la Argentina: hoy hay muchos incendios en la Patagonia andina, algo que no había antes. Con mi esposa recorremos mucho la zona en vacaciones y fuimos observando cómo, por mal manejo en el intento de producir el pino para la industria maderera, hoy todo el monte está colonizado por el pino. Tanto que el Cañadón de la mosca, entre Bariloche y El Bolsón, hoy no se ve porque hay pinos gigantes que crecieron en los últimos 15 años. Y eso es materia prima para el fuego. Siendo especies no nativas que perturban las especies nativas vegetales y animales, eso lleva a que hoy, frente a condiciones de fuego, tengamos incendios mucho más frecuentes. Entonces la sociedad y el sistema científico, académico y del conocimiento, junto con las poblaciones originarias, que también tienen conocimiento en nuestro continente, deben trabajar en esquemas de desarrollo regional y presionar a nuestra dirigencia política, que debería estar al servicio de los ciudadanos; también hay que trabajar con el sector empresarial porque hay muchos que quieren hacer las cosas bien, para cambiar esta matriz de producción y generar otra que apunte a un desarrollo integral.

Fuego arrasador
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