Aprendamos juntos a ser padres e hijos – Una madre no es solo la que genera, la que nos enseña a caminar, la que acoge y protege; también es la que se suelta en algún momento.
Por Ezio Aceti (Italia)
Generalmente escuchamos a las madres de hoy decir, respecto a los hijos, que las madres de ayer no tuvieron que hacer el mismo esfuerzo que ellas para criarlos, para educarlos, para explicarles la vida y la muerte, para guiarlos en la elección de amigos, empresas, escuela. Que no tuvieron que preocuparse por el buen uso de las tecnologías y las redes sociales. Pero preguntémonos: ¿cuál es la función de la madre en la vida de los hijos?
Reflexionaremos sobre cuatro aspectos: 1) Actúa como un espejo; 2) Lo suficientemente buena; 3) Actuar como una ventana al mundo; 4) Las etapas de la madre.
La primera función de la madre es actuar como espejo
No hay duda de que la sociedad actual es más compleja que hace una generación, por lo que es seguro asumir que la función de la madre se ha vuelto más compleja también; sin embargo (y aquí puede que no seamos muy populares), la función de la madre (la verdadera función de la madre o, mejor dicho, la única función de una verdadera madre) no ha cambiado en absoluto.
¿Cuál es la función de la madre? Actuar como un espejo para el niño, devolviéndole la primera mirada a sí mismo. Es importante en la construcción de su propio sentido de identidad, así como en la mirada de confianza hacia el otro. Pensemos en el poder que tiene la madre en ese momento: el niño, al ver la mirada de la madre, asume la mirada del mundo, hace suya su posición en el mundo a través de esa mirada. Y aún más: en esa mirada en donde se ve a sí mismo, comienza a desarrollar su identidad.
Una madre lo suficientemente buena
Tratemos de entender cuándo una madre puede ser considerada, según el pediatra y psicoanalista británico Donald Winnicott (1896-1971), “suficientemente buena”: al nacer, el niño no existe como individuo, sino que es miembro de una pareja y se fusiona con la realidad externa porque no es consciente de los límites que separan el interior y el exterior (relación simbiótica). Para un desarrollo adecuado, el niño no necesita una madre perfecta, sino una madre que sea lo suficientemente buena como para adaptarse a las necesidades del recién nacido y apoyar su sentido de omnipotencia.
Una madre que está demasiado presente y nunca permite que el niño se frustre o se queje ni que explore de forma autónoma, o que no lo mire ni se dirija a él, acaba creando una dependencia en el niño que, con el tiempo, se convierte en una fuente de infelicidad.
En definitiva, una madre omnipresente, que conoce todas las respuestas antes de que el niño haga las preguntas, omnipotente porque llega a todas partes (y cuando no llega se siente culpable) no es una buena madre. Las madres perfectas crean niños enfermos. Suena absurdo, pero es así.
Actuar como una ventana al mundo
El “espejo-mirada” necesario al comienzo de la vida del recién nacido se convierte en una “ventana-mirada al mundo”. La fusión inicial es inevitable, la naturaleza misma lo pide y lo quiere así: hijo y madre son uno, nadie puede entrar en esta relación. Pero entonces el espejo se hace añicos, debe romperse. Y el espejo es reemplazado por una ventana. La madre se abre y se lleva a su hijo con ella: le permite explorar el mundo, vivir su singularidad, conocer con su cuerpo, sin mediación, meterse en la boca, escuchar, moverse, caer, encontrar dentro de sí la fuerza para levantarse, para preguntar.
El niño puede caminar solo sin que el adulto lo inhiba: los nuevos caminos son las amistades, el tipo de deporte, los hábitos de higiene y alimentación, el compromiso escolar. Una buena madre, a un cierto punto, se va.
Las etapas de ser madre
Pero entonces, ¿cómo ser madre? Te proponemos estas tres etapas para ser buenas madres:
Estar siempre ahí: en los primeros meses de vida del niño, se trata de dar presencia física y emocional, garantizando acciones de cuidado como alimentarse, mantenerse sano, limpio, haciendo que el niño perciba que hay alguien que protege, cuida, que establece un vínculo de confianza, una plataforma y trampolín para futuras relaciones interpersonales.
Estar en ella: en los años venideros, el niño aprende a estar incluso sin la presencia física de la madre, ya que desarrolla una imagen mental permanente de ella. Sabe que su madre volverá al jardín de infantes incluso después del horario escolar, sabe que no ha sido abandonado por sus abuelos, reconoce que es amado incluso cuando no se entrega a todo, cuando experimenta frustración.
Estar ahí a contraluz: alrededor de los 8-10 años es necesario que la madre vaya desapareciendo poco a poco como figura omnipotente y solucionadora de cualquier problema, y que permanezca transparente, como filigrana, como fondo, dando espacio a la nueva persona que va surgiendo.
Solo las madres que confían en el mundo, que no tienen miedo de haber sembrado el mal, que creen en la bondad del hijo que han engendrado, pueden hacer esto. Sí, porque una madre no es solo la que genera, la que nos enseña a caminar, la que acoge y protege; también es la que se suelta en algún momento. El riesgo de no dejar que tu hijo corra solo es negarle la vida, mantenerlo bloqueado y atrofiado.
Conclusión
Ser madre hoy en día es muy agotador, pero definitivamente hermoso y fascinante. El modelo es María, la madre del amor hermoso, que no se desanimó por la inmensa tarea de hacer crecer al hijo de Dios. Le pedimos su protección y ayuda. Ella podrá guiarnos con ternura y cuidado •