Misioneros y migrantes unidos no sólo por la esperanza

El sábado 4 y domingo 5 de octubre se celebraron en Roma el Jubileo del Mundo Misionero y el Jubileo de los Migrantes. Los dos eventos jubilares tuvieron lugar simultáneamente e incluyeron congresos, manifestaciones artísticas y celebraciones espirituales.

Por Neva Cifuentes (Chile)

El programa, común para ambos grupos de peregrinos, contempló la participación del Papa en la audiencia jubilar el sábado 4 de octubre, la peregrinación a la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro y la misa el domingo 5, presidida por León XIV. Por la tarde, en los Jardines de Castel Sant’Angelo, se celebró la “Fiesta de los Pueblos”, un evento artístico titulado “Migrantes y misioneros de esperanza entre los pueblos”, organizado por diversas realidades católicas que trabajan con y para migrantes, refugiados y comunidades misioneras, promovido por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral y el Dicasterio para la Evangelización. Una verdadera fiesta que unió la realidad migratoria con el mundo misionero, expresión de una Iglesia que acoge y abraza.

“Toda la Iglesia es misionera”

Durante la Eucaristía conclusiva, celebrada en la Plaza de San Pedro, el Papa León XIV en la homilía subrayó que “toda la Iglesia es misionera”. Recordó que la vocación de cada bautizado es la de anunciar el Evangelio, no como una tarea reservada a unos pocos, sino como la esencia misma de la fe. “Estamos llamados a llevar la alegría y la consolación del Evangelio a todos –dijo–, especialmente a quienes viven situaciones difíciles o dolorosas”.

El Pontífice invitó a los peregrinos a reavivar el “fuego de la vocación misionera” que nace del encuentro con Cristo. Citando las palabras del profeta Habacuc, recordó que “los justos vivirán por su fe” y explicó que la fe, incluso pequeña como un grano de mostaza, tiene el poder de transformar la realidad y abrir caminos de esperanza.

Una nueva era misionera

León XIV habló también de una “nueva era misionera” para la Iglesia, en la que las fronteras ya no se definen por la distancia geográfica sino por la cercanía al sufrimiento humano. “Las misiones ya no están lejos”, afirmó, “porque la pobreza, la soledad y el deseo de una vida digna han llegado hasta nuestras puertas”.

El Papa propuso así pasar de un partir a un permanecer en clave misionera: ya no se trata solo de “salir” hacia otros territorios, sino de permanecer allí donde la vida nos coloca, haciendo presente el Evangelio en las relaciones cotidianas, en los barrios, en las comunidades locales. “La misión hoy –dijo– no consiste tanto en cambiar de lugar, sino en transformar el lugar donde estamos en espacio de comunión y esperanza”.

El Pontífice destacó el testimonio de tantos migrantes que, en medio de las dificultades, conservan viva la fe y se convierten ellos mismos en portadores del Evangelio. “Sus historias de dolor y esperanza –añadió– son un llamado a ver en cada rostro migrante el rostro de Cristo que busca acogida”.

Acoger es también misión

Uno de los momentos más conmovedores de la homilía fue cuando el Papa dirigió unas palabras directas a los migrantes presentes: “Sepan que siempre son bienvenidos. Los mares y desiertos que han cruzado son, en la historia de la salvación, lugares donde Dios se hace presente para liberar y salvar”. 

Con tono firme, León XIV denunció “la frialdad de la indiferencia” y “el estigma de la discriminación” que a menudo enfrentan quienes buscan refugio. Recordó que la acogida no es solo una obra de caridad, sino un acto profundamente evangélico: “No se puede anunciar a Cristo sin abrir el corazón al que llega”.

Una Iglesia en salida y con rostro diverso

Finalmente, el Papa animó a fortalecer la cooperación entre las Iglesias y a promover nuevas vocaciones misioneras. Señaló que la presencia de comunidades de distintas procedencias en las iglesias de tradición antigua es una oportunidad para renovar el rostro de la Iglesia, haciéndola más viva, diversa y abierta. 

Concluyó su homilía invocando a la Virgen María, “primera misionera del Evangelio”, para que sostenga a todos los que anuncian la Buena Noticia en medio de las dificultades y acompañe a quienes buscan un hogar donde ser acogidos y amados.

El Jubileo de los Migrantes y de los Misioneros se convirtió en un llamado a redescubrir la misión como encuentro, hospitalidad y testimonio de esperanza.

En un tiempo marcado por desplazamientos masivos y nuevas formas de exclusión, el Papa invitó a mirar el presente con una fe que no huye, sino que permanece; una fe que se hace hospitalidad, diálogo y servicio. Así, el Jubileo vivido en Roma se convierte en un signo profético de la Iglesia que el Papa sueña: una Iglesia en salida, abierta y misionera, donde nadie se sienta extranjero y todos puedan reconocerse como parte del mismo pueblo de Dios, peregrinos de esperanza en el mundo •

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