Experiencia de laboratorio – Al entrar en un laboratorio, un científico trae consigo toda una serie de emociones, deseos, dramas y también pasión, fe, prejuicios. Para muchos de nosotros, esa aventura comienza con un momento de asombro.
por Antonino Puglisi (Italia)*
Durante la pandemia de Covid 19, la bioquímica húngara Katalin Karikó se convirtió en una de mis heroínas. De origen muy humilde, decidió ser científica y emigró a los Estados Unidos para dedicarse a la investigación. Durante años luchó por encontrar un empleo fijo, aferrándose con uñas y dientes a la investigación, hasta que emergió como una superestrella de la vacuna contra el Covid 19. A lo largo de toda su carrera, la doctora Karikó se centró específicamente en el estudio del ácido ribonucleico mensajero (conocido como ARN mensajero o ARNm).
El ARNm es una molécula que se encuentra en las células y se ocupa de transferir la información contenida en el ADN para la producción de proteínas. La doctora Karikó estaba convencida de que el ARNm podía ser muy útil para aplicaciones muy variadas y terminó siendo una de las científicas clave en el desarrollo de la vacuna de Pfizer-BioNTech. Si fuimos capaces de cambiar el rumbo de la pandemia, se lo debemos a personas como ella.
Pero su historia no es solo un estímulo para quienes (como yo) luchan por aferrarse al palo enjabonado de la vida académica. Al comentar el trabajo de la doctora Karikó, el doctor Anthony Fauci (ex director del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas de los EE. UU.), dijo que “estaba, en un sentido positivo, un poco obsesionada con el concepto de ARN mensajero”1.
Esa frase me hizo reflexionar una vez más sobre el proceso del descubrimiento científico. Estoy convencido de que, lejos de ser un puro ejercicio intelectual, toda la empresa científica está profundamente entrelazada con nuestra humanidad. En este sentido, como afirma el epidemiólogo estadounidense Theobald Smith, “el descubrimiento […] se produce como una aventura más que como el resultado de un proceso lógico de pensamiento”2.
Al entrar en un laboratorio, un científico trae consigo toda una serie de emociones, deseos, dramas y también pasión, fe, prejuicios… Para muchos de nosotros esa aventura comienza con un momento de asombro, cuando, llenos de admiración ante un fenómeno que capta nuestra imaginación, percibimos a la vez la realidad como “la cosa más terca del mundo”3 y como un precioso regalo misterioso por develar.
Cuando a partir de la investigación surge finalmente un atisbo de novedad y la realidad nos concede algo de sí misma, el momento del descubrimiento suele ir acompañado de una experiencia de gratitud y alegría.
Esa emoción es grande incluso cuando el objeto del descubrimiento, visto desde afuera, parece modesto. Alfred Russel Wallace (1823-1913) lo describe muy bien cuando, tras haber capturado una nueva especie de mariposa (la Ornithoptera croesus) en la isla de Bacan, en Indonesia, escribe:
“Mi corazón empezó a latir violentamente, la sangre se me subió a la cabeza y me sentí como desmayado […] tan grande era la excitación producida por lo que a la mayoría de la gente le parecerá una causa muy inadecuada”4.
En cierto modo no puedo evitar sonreír, tratando de imaginarme al barbudo naturalista británico saltando de alegría por haber atrapado una pobre mariposa. Sin embargo, quizá sea precisamente ese asombro infantil de Wallace, tanto como la “obsesión” de la doctora Karikó por el ARNm, lo que constituye la puerta de entrada al descubrimiento de la realidad y el verdadero motor del conocimiento y la innovación •
*El artículo fue publicado originalmente en el blog internacional de ciencia Wonderverse (www.wonderverse.home.blog)
*Traducción: Gabriel Ferrero
1. Ver https://www.nytimes.com/2021/04/08/health/coronavirus-mrna-kariko.html
2. Theobald Smith, Carta al Dr. E. B. Krumhaar (11-10-1933), en Journal of Bacteriology, Enero 1934, 27, No. 1, 19.
3. Mikhail Bulgakov, El maestro y Margarita, 1967.
4. A. R. Wallace, El Archipiélago Malayo, 1869.