Libros

por José María Poirier (Argentina)

Joseph Roth. Santiago de Chile, 2021, Editorial Montacerdos

La traductora y prologuista (Magdalena Antosz, licenciada en Filología, nacida en Polonia y residente en Chile) titula su breve introducción como “Ese mundo roto”, porque así vio Roth a Europa después de la Primera Guerra Mundial, durante la agonía de la culta burguesía, después de la desaparición del Imperio austrohúngaro y antes del surgimiento del nazismo. Se trata de crónicas de viaje y notas escritas en la década de 1920, mientras se desempeñaba como acreditado periodista en el Frankfurter Zeitung.

Moses Joseph Roth fue uno de los escritores europeos más destacados del siglo XX. Había nacido en la importante ciudad de Brody, actualmente en Ucrania, que en ese momento pertenecía al Imperio austrohúngaro, y murió en París, viendo el avance germano y consumido por el alcohol. En efecto, su última obra se titula La leyenda del santo bebedor, estupendamente llevada al cine por el italiano Ermanno Olmi, el director de El árbol de los suecos y muchas otras inolvidables películas.

Entre las múltiples impresiones que refiere Roth en este libro, no faltan los hoteles y sus empleados. Claro, él pasó muchos años de su vida en diferentes albergues de Europa. Cuando la situación económica le era favorable, los alojamientos eran buenos; cuando no, descendía la categoría. Conocía a los propietarios, a los conserjes, al cocinero, a los mozos y mensajeros. El hotel era casi su casa, su familia, sin perder su costumbre bohemia. Escribe: “Me hubiera gustado volver a ver a uno u otro de mis amigos en este hotel, pero tengo que irme mañana. Esta vez me he quedado por mucho tiempo. No merecería la gran fortuna de ser un extraño si me quedara por más tiempo”.

El capítulo sobre el emperador Francisco José, cuyo recuerdo y aprecio fue creciendo con los años hasta superar sus iniciales críticas de joven anarquista y convertirse en tardía admiración (vale la pena recordar El busto del emperador), está dedicado a su amigo Stefan Zweig, quien moriría suicida en la ciudad de Petrópolis, cerca de Río de Janeiro, abatido porque daba por ganada la guerra por parte de Hitler. Sus cartas desde Polonia, la frontera rusa e incluso Albania dan cuenta de su aguda observación. La semblanza de poetas y periodistas es asombrosa. La página dedicada a Madame Anette denota ternura y galante sensibilidad: “Cuando Annette cumplió veintiocho años, y aún no había encontrado marido, acudió a una de las joyerías en la Rue de la Providence, en cuyas vitrinas se exponen anillos de matrimonio, de oro, plata y enchapados presentados en pequeñas torres cónicas de terciopelo, recordando diminutos y brillantes monumentos erigidos en honor a la monogamia”.

Como siempre, el autor de La marcha Radetzky, Job (inspirada con extrema libertad en el libro bíblico) y tantas otras maravillosas obras sabe encantar al lector, quien suele terminar considerándolo un entrañable amigo.

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