Paz e inteligencia artificial

Nunca antes como ahora se ha tenido la impresión de que la paz es una quimera en manos de unos pocos tiranos que la maltratan, pensando que pueden conseguirla por la fuerza. ¿Cuál es la contribución de la IA en este asunto?

Por Michele Zanzucchi (Italia)

La paz existe y ha existido. No es obra de un solo demiurgo, sino de un cuerpo social que cree racionalmente que la convivencia pacífica redunda en interés de todos. Durante 70 años hemos intentado mantener la paz en Europa y, de alguna manera y con algunas excepciones, lo hemos conseguido. Aparte de los incidentes de Irlanda del Norte en los años 60 y de los Balcanes en los 90, ha habido paz, se han abierto las fronteras, se ha creado una moneda común y se han compartido valores, leyes y tradiciones. Esto ha sido posible gracias al trauma de la Segunda Guerra Mundial, que dejó a todos los europeos agotados de violencia. Pero ahora, tras el paso de las generaciones que conocieron la guerra, volvemos a estar en la misma situación: en Donbás, en Gaza, en Kivu del Norte, en Myanmar… La paz parece haber vuelto a ser una utopía inalcanzable.

A pesar de los nacionalismos, los localismos y los soberanismos que parecen dominar la escena política, crece de hecho una sensibilidad global por cuestiones relacionadas con la paz, como la sensibilidad ecológica o el desarme, en una fase en la que los lobbies más poderosos son, casualmente, los de las armas y los recursos energéticos. Pero la señal más importante de una nueva mentalidad global es, sin duda, la revolución digital, que poco a poco ha entrado en nuestras vidas, empezando por nuestros bolsillos, donde guardamos potentes herramientas que pueden ser de paz –y así fueron concebidas–, pero también de guerra.

Ahora se habla de la última fase (por el momento) de la revolución digital, la de la IA, la inteligencia artificial, aunque su trayectoria comenzó ya en los años 50. Durante décadas, la IA se ha desarrollado sólo como un horizonte técnico y tecnológico que alcanzar, pero con una cierta atrofia del horizonte del pensamiento y la ética. Digo “horizonte” y no “término”, porque la IA sin duda aún tiene que pensar en sí misma y en el contexto en el que deberá desempeñar sus funciones. Por lo tanto, se necesita una filosofía de lo digital, una ética de lo digital, una teología de lo digital, en definitiva, una sophia de lo digital.

Lamentablemente, uno de los primeros campos en los que se aplica la IA no es sólo la investigación científica, la sanidad o la administración pública, sino también la guerra. Actúa tanto en la mejora de los sistemas tradicionales de armamento ofensivo –drones, antiaéreos, rastreo de misiles, bombas “inteligentes”, reconocimiento facial–, que provocan directamente muertos y heridos, aunque se pretenda que la IA pueda conducir a una guerra sin derramamiento de sangre (del propio bando). Y también está la ciberguerra inmaterial, que actúa sobre todo en el ámbito de la comunicación y la información, además del de la inteligencia. Hoy en día es impensable una guerra sin IA. Pensemos en los “enjambres de drones” que nadie podría gestionar sin la ayuda de la IA.

Al mismo tiempo, la IA está aumentando y apoyando los esfuerzos por la paz. Por ejemplo, en el apoyo a la sociedad civil, aunque sólo sea con algoritmos e información. Tal es el caso del trabajo, la sanidad, la investigación, donde la IA abre escenarios imposibles de imaginar hace solo unos años. La investigación ha reducido drásticamente el tiempo necesario para obtener resultados útiles. Además, la IA está ayudando de manera significativa a las instituciones públicas, así como a las privadas, a acercarse a los ciudadanos. Esto puede verse en las herramientas de geolocalización. Sobre todo, la IA nos está ayudando a liberar nuestro tiempo para actividades no mecánicas, sustituyendo el esfuerzo humano por el cálculo confiado a las máquinas. Un ejemplo entre muchos: la IA ayuda a gestionar la acogida de los migrantes con traductores automáticos que ahora se utilizan en todas partes.

Pero la paz debe ser pensada por nosotros, los seres humanos. El límite de la IA es la creatividad, la innovación que “inventa” mecanismos que favorecen la paz y la convivencia entre los pueblos, incluso la reconciliación y el perdón. La IA puede favorecer la relacionalidad, pero no puede determinarla, no puede sustituir a los seres humanos. La máquina sólo puede ayudar al ser humano a alcanzar sus fines. La teología nos enseña que la paz es un don de Dios, al igual que la unidad. Pero esa certeza creyente no oscurece la necesidad de todo esfuerzo de los corazones y las mentes humanas por la paz. La paz depende sí de la inteligencia de los seres humanos, pero siempre hay algo imponderable que necesita una inteligencia superior, colectiva, que utilice la sabiduría para leer los signos de los tiempos •

*Esta nota pertenece originalmente al sitio web Citta Nuova Pace e intelligenza artificiale.

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