Mariápolis Lía.
por Belén Ehrman (Argentina)
Un viernes a la mañana mi psicóloga me preguntó eso, haciendo referencia a la vida nómade que habita en mi corazón… No se refería al lugar territorial, sino a esos lugares donde mi corazón se permitía mostrarse con autenticidad, donde se permitía ser y estar sin ningún antifaz.
Al instante, mi corazón viajó al sentir de esos abrazos, charlas a corazón abierto en el momento indicado, a esas sonrisas al recibirme, donde sentía que me estaban esperando. Me refiero a esos momentos, lugares o personas llenos de magia, con habilidades especiales que nos hacen sentir que allí es donde tenemos un lugar.
Pensando en los mil rincones recorridos, aquellas personas y charlas con magia tenían un común denominador, un lugar donde sucedía todo, donde irías con el corazón descalzo y abierto para comprender cada historia escuchada, con los brazos abiertos porque más de uno te abrazaría, con tu alma dispuesta a romperse, a ser amada y así, reconstruida. Ese común denominador se entiende con el sentir del corazón. Ese lugar vio mis piecitos hacerse grandes en lo físico y, con el pasar de los años, emocionalmente cargados; ese lugar me vio crecer y se llevó mis mejores recuerdos, mis abrazos más sentidos y mis sonrisas más auténticas.
Me enamoré de su magia en cada estación: el calor del verano y sus noches estrelladas, con la dulce ventisca de una noche de enero.
El otoño y sus hojas en tinte estacional, la sonrisa de ilusión por el sinfín de posibilidades frente a una prometedora neblina.
El invierno, con el leve asomo de amaneceres cálidos, y con un comienzo de un día esperanzador, mates compartidos y abrazos que soportan el frío invernal.
La primavera se llevó mis mejores sonrisas, donde el sol daba sus eternas caricias, con el atardecer y sus románticos escenarios.
¿Mi común denominador favorito? Los atardeceres, instantes de magia que por más lluvia que hubiera, salían danzantes y triunfantes para mejorar el día, colores de paleta de pintor, plumas de libertad para los escritores, melodías para los músicos y escenarios para los perseguidores de belleza, atardeceres que influían entre charlas a corazón abierto y robos de besos, la calidez en llantos, siendo instantes de eternidad pausados en un oasis del mundo con el dulce cantar de los pájaros, escenario acompañante de viajes con una ruta sin destino para encontrar, simplemente, siguiendo el sentir del corazón. Mi lugar en el mundo, aquel donde mi corazón pertenece en cada charla escuchada y recibida, en cada abrazo dado desde el corazón y en cada apreciación de atardeceres vistos desde la retina de mi sentir; mi oasis en el mundo, con la capacidad de detener el tiempo y revivirlo en cada risa y en cada abrazo.