Releyendo clásicos: Bestiario, de Julio Cortázar

Libros

por Lorena Clara Klappenbach (Argentina)

Hace tiempo, un muchacho joven, estrenando los veinte, me comentó: “Nunca leí a Cortázar, oí hablar de Rayuela, ¿qué me recomendás?”. La novela en cuestión es, sin duda, una de las mayores obras del escritor argentino Julio Cortázar, nacido en Ixelles (Bélgica) en 1914 y criado en Argentina hasta su radicación en París, en 1951. Pero, tal vez, y debido a su complejidad y extensión, resulta un texto que requiere a un lector un poco más entrenado. Por eso, para adentrarse en el estilo cortazariano y no perderse a uno de los escritores argentinos más importantes de las letras contemporáneas, podríamos empezar por sus estupendos cuentos. Cortázar es el maestro del relato breve, y Bestiario (1951) es el primer libro de cuentos publicado y firmado por el autor con su nombre real. En esta colección de ocho relatos Cortázar inaugura el estilo de su prosa, que será característico de todas sus producciones: un extraordinario manejo de la lengua, su capacidad de encontrar siempre el adjetivo inesperado y perfecto que describe una sensación, un objeto, un sentimiento o un lugar; su caminar siempre en el borde entre la realidad y la fantasía, que descoloca al lector y lo obliga a jugar el juego de las interpretaciones posibles y la constante duda. Los cuentos de Bestiario se ubican en la ciudad de Buenos Aires, en su mayoría, a mediados del siglo XX. Se nombran calles, colectivos, lugares que un habitante o visitador frecuente de la ciudad puede reconocer. Se parte siempre de hechos triviales, pero de pronto, en esa normalidad conocida y vivida por cualquiera, irrumpe lo perturbador, lo desconocido, lo que no “encaja” en lo cotidiano. ¿Cómo se lo explica? ¿Qué sucede? ¿Cómo es posible que un hombre escriba una carta a una mujer en la que le cuenta, sin mayores sorpresas, que ha comenzado a vomitar conejitos y ya no sabe dónde ubicarlos (“Carta a una señorita en París”)? ¿Por qué los viajeros de la línea 168 miran con espanto y recelo a Clara, que sube con un ramo de flores (“Ómnibus”)? ¿Qué representa el tigre que altera la rutina de la casona donde Inés pasa el verano (“Bestiario”)? Y no podemos dejar de mencionar el que es, quizás, el relato más famoso, “Casa tomada”: los hermanos solteros se resignan a perder su hogar sin ningún atisbo de rebelión mientras unos extraños ocupantes, jamás revelados, toman una por una las habitaciones de la casa. Como sostiene María Clara Lucifora en su análisis sobre la obra: “… el lector percibe dos hilos que se entrecruzan: lo que dice el relato de forma explícita, aquello que sucede, y por otro lado, aquello que percibimos primero inconscientemente, pero que hacia el final se va haciendo cada vez más fuerte y termina por emerger para dejarnos totalmente estupefactos y descolocados”. Las interpretaciones son múltiples y allí radica la genialidad de Cortázar: pide al lector que salga de su zona de confort y se anime a bucear en las oscuridades que subyacen en lo real. Nada es lo que parece, y lo que nos da mayor seguridad, las rutinas, los encuentros familiares, pueden convertirse, de pronto, en incógnitas que nos obligan a mirar lo que nos rodea con nuevos ojos. Vale la pena la aventura.

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