Entrevista a Catherine Belzung – La neurobióloga francesa lidera un equipo de investigación que busca estudiar el cerebro humano desde una mirada integral. Para ella, aprender a lidiar con la fugacidad de las emociones y conocer sus estímulos es uno de los grandes desafíos de la actualidad.

Por Santiago Durante y Manuel Nacinovich (Argentina)

El título de su disertación en las TED Talks, “10.000 depresiones, 10.000 tratamientos”, refleja el enfoque integral con el que Catherine Belzung busca abordar su trabajo. El equipo de investigación que dirige en la Universidad de Tours, en Francia, conformado por 14 profesionales de distintos ámbitos, también da cuenta de ello. Especialista en neurología y en la biología de las emociones, hace años estudia la enfermedad de la depresión y, particularmente, aquellos casos que no responden a tratamientos tradicionales.

En diálogo con Ciudad Nueva, Catherine reflexiona sobre el funcionamiento del cerebro humano, su influencia en las relaciones interpersonales y en la capacidad de dialogar con otros; en las posibilidades que ofrece, y en los peligros y desafíos que conlleva su estudio.

Tienes un equipo de investigación poco común, compuesto por filósofos, psicólogos, economistas… ¿por qué decidiste conformarlo de esa manera y qué experiencia has tenido al respecto?

Entendí que para encontrar nuevos tratamientos necesitábamos un verdadero enfoque interdisciplinario. Un paciente que tiene autismo es investigado por personas que hacen imágenes cerebrales, pero también necesitamos, por ejemplo, un psicólogo que sea capaz de relacionarse con este paciente. También se necesita un lingüista que estudie el lenguaje de estos pacientes para comprender cómo podrían encajar en las escuelas. En el instituto donde trabajo actualmente tenemos filósofos de la biología o de la medicina, y son muy importantes porque tienen una sensibilidad epistemológica, ya que nos ayudan a hacer definiciones precisas de los pacientes o nos devuelven un feedback muy interesante. Por ejemplo, yo estudio precisamente la depresión, y me interesan aquellos casos que no responden de una manera positiva a los tratamientos. ¿Qué tiene que ver un filósofo con esto? Una vez uno de ellos me dijo que, tal vez, la definición sea incorrecta. Quizás aquellos que tienen depresión y no responden a los tratamientos, en realidad tengan otro tipo de depresión. Luego tenemos gente que viene de disciplinas como las matemáticas, la física, porque para analizar datos cerebrales a veces necesitamos fórmulas matemáticas nuevas o tener imágenes cerebrales. Todas estas disciplinas (ahora tenemos 14) trabajan juntas alrededor de un objetivo. Para mí lo importante es eso, que tengamos un objetivo común, que es el paciente psiquiátrico. Sino no vamos a ningún lado. Diría que es una fórmula que ya he usado en otras ocasiones. Para mí el diálogo interdisciplinario no existe. Lo que existe es un diálogo entre personas de varias disciplinas. O sea, no es una cosa abstracta general, es un diálogo entre personas, es decir, esto es lo que es posible, gente de varias disciplinas.

¿Qué papel juega el concepto de diálogo en el tratamiento de la depresión?

El diálogo con el paciente requiere tomarse el tiempo necesario para empezar, para entender bien por qué le pasa lo que le pasa. Sobre todo en psiquiatría, el razonamiento es un poco azaroso. Se podría decir que un caso es claramente depresión, otro es bipolaridad, otro es esquizofrenia. Todo el mundo tiene una caracterización. Creo que lo importante no es poner al paciente en una categoría que lo encierra, como en una caja. Hay que tomarse el tiempo, escucharlo, identificar los síntomas, tener en cuenta su mundo, porque quizás vive en otra dimensión.

En cuanto a tu área de especialización, la biología de las emociones, ¿sería útil una mayor educación sobre cómo funcionan estas en nuestro cerebro? ¿Cuánto conocimiento tenemos sobre ellas?

El cerebro es como un continente por descubrir. Hay 100 mil millones de neuronas (la misma cifra que el número de estrellas en la galaxia), pero también hay otro tipo de células que sostienen a las neuronas, las nutren, las protegen. Así que es algo muy complejo y todavía hay mucho por descubrir. Ahora estamos en una era muy interesada en el cerebro, hay métodos que antes no existían para caracterizarlo. Los avances de los últimos años permiten ver el cerebro de alguien vivo mientras piensa, tiene emociones… También hay nuevas herramientas que permiten manipularlo, actuar sobre él. Al mismo tiempo, esta fascinación por el cerebro a veces viene acompañada de algo que para mí es un poco exagerado: cuando no sabes qué hacer, le pides una opinión al neurocientífico. Es decir, se quiere hacer una nueva pedagogía y le piden al neurobiólogo que estudie los cerebros de los estudiantes; se quiere encontrar terapias para pacientes psiquiátricos y le preguntan al experto en cerebro; se quiere entender qué sucede en el cerebro de alguien cuando va a votar y hay estudios que lo explican; tienes una tienda y quieres saber cómo vender algo, vas a un experto en neuromarketing; un delincuente ha asesinado a alguien, va a juicio y dice “aquí está la imagen de mi cerebro, yo no soy responsable, mi cerebro es culpable”. Se ha vuelto como una tendencia general. Cuando no sabes orientarte, explicas algo con tu cerebro. Estoy absolutamente en desacuerdo con esto, porque es una forma de reduccionismo. Es decir, reducir todo al cerebro. Creo que no es así. Cuando voy a votar, voto con mi conciencia, no con mi cerebro. Si voto a la derecha o a la izquierda es con conciencia, por el bien común o lo que sea. Cuando voy a comprar algo en una tienda pienso que soy responsable de mis elecciones y no me guío por mi cerebro. Yo creo que estas explicaciones alrededor del cerebro a veces le quitan toda responsabilidad al ser humano, y eso es un peligro. Los estudios sobre el cerebro ciertamente nos dan algunos indicios, pero para mí siempre somos nosotros los que tomamos las decisiones y no el cerebro.

¿Cómo trabaja la biología de las emociones cuando nos predisponemos a una instancia de diálogo, de intercambio de ideas, de confrontación de opiniones?

Creo que algunas emociones están más en juego en las relaciones interpersonales, como el miedo y la ira. Se usan mucho en el diálogo interpersonal, porque puedo tener miedo del otro, miedo en el sentido de que hiera mis opiniones. Las emociones son muy importantes en este proceso, porque cuando hay un intercambio interpersonal, ambos percibimos las emociones del otro. Por ejemplo, si hablo con un robot, no las tiene y creo que no tendrá los mismos matices. De hecho, ha habido algunos intentos de hacer robots para acompañar a las personas solas o a las personas mayores. Esto se hizo en Japón, pero no tuvo mucho éxito. ¿Por qué? Porque, a pesar de que lo hace todo muy bien, no tiene emociones, es decir que no está, porque las relaciones sociales son para compartir emociones.

Esta es una de las limitaciones de la inteligencia artificial, ¿no?

Sí. Yo creo que si bien hay intentos por parte de la inteligencia artificial de imitar emociones, imitar no es tener. Se puede fingir, pero no es lo mismo.

¿Qué pasa en la política? ¿Los líderes políticos son tan reacios al intercambio o hay un contexto que termina por condicionarlos?

Creo que el discurso político puede estar muy relacionado a las emociones, porque es casi como si fuera parte de la persona. Su opinión política puede ser algo tan fundamental que, si en un diálogo se ve amenazada, es como si la persona estuviera amenazada. Es decir, si alguien dice que no está de acuerdo con la persona, es como si eso pusiera en peligro a la persona misma, cuando en realidad solo se trata de una opinión.

¿Los tiempos que vivimos y sus reglas de juego, conspiran a favor de la depresión?

Hay 350 millones de personas con depresión en el mundo. Puede ser más o menos severa, porque ahí también está la cuestión de la intensidad de la depresión. Hay quienes tienen una depresión grave y otros con una depresión leve. Y ahí hay que tener mucho cuidado. Eso es lo que hablé al principio sobre la depresión, sobre su definición. Es interesante hablar sobre tristeza. Es normal a veces estar triste, es parte de la normalidad. Las emociones son algo fugaz, no duran mucho, por lo tanto en un momento puedo estar triste, y diez minutos después me río. Una persona normal nunca está en un estado emocional estable, porque respondemos a los estímulos del entorno. Ahora vivimos en una sociedad que no tolera lo negativo. Si la población se vuelve intolerante a la tristeza, se patologizan las emociones. Es decir, en lugar de decir que estoy triste, digo que tengo una depresión. Y esa patologización está asociada a la solicitud de tratamiento. Entonces, en vez de decir estoy triste y es normal, ya pasará, digo que estoy triste y necesito un antidepresivo. En Francia somos campeones del mundo en consumo de antidepresivos. En cuanto uno se siente un poco triste, toma unas pastillas.

Usualmente se tiene miedo a hablar de las emociones, a reconocerlas…

Sí, sobre todo de las emociones negativas, porque también estamos en una sociedad del bienestar. La idea que reina es la que dice que debemos estar en absoluto bienestar. Si miras los comerciales, todos están eufóricos. Me refiero casi como un paradigma cultural de la euforia, donde se aprecia poco lo negativo. Para mí eso no es saludable.

¿Qué estímulo biológico existe en aquellas personas con mayor predisposición para el intercambio de opiniones, la resolución en conjunto, el trabajo relacional?

No sé si hay trabajos sobre esto, pero al menos como hipótesis uno puede imaginar que, así como hay ejercicios para mejorar la empatía, quizás también se podría pensar lo mismo para la capacidad de diálogo, es decir, de dar espacio al otro. Creo que esto requiere algunas cualidades como la capacidad de empatizar, pero también la de escuchar, la de soltar, la de dejarse transformar por el otro. Creo, también, que se necesita humildad, porque permite aceptar que te equivocaste. En este sentido, todavía queda mucho camino por recorrer en el campo de la biología de las emociones. En el diálogo entre especialistas   que llevamos a cabo en el instituto, todos tienen algo en común: la humildad. Son personas muy inteligentes para su disciplina, porque si no son expertos en su campo, el diálogo no tiene el mismo significado. Y tienen un sentido de apertura, de aventura, casi como de aceptación, de entrar en algo que no saben dónde los llevará al final •

“Somos nosotros los que tomamos las decisiones y no el cerebro”
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