Testimonios

Tenía que estar allí

Un muchacho llamado Manuel, que era repartidor, fue asesinado en un intento de robo en la localidad de Tres de Febrero, en el Gran Buenos Aires, algunos meses atrás. Me enteré del hecho a través de las redes sociales, y me dio una profunda pena, porque lo conocía: cuando era chico, lo llevaba junto con mis hijos a practicar deporte dos veces por semana. Su papá es empleado de un hipermercado cercano a mi casa y suelo encontrarlo y saludarlo con frecuencia. Desde el momento en que supe lo ocurrido, me propuse rezar por esa familia y tenerlos muy presentes; me comuniqué con su hermano (que fue alumno mío) e intercambiamos varios mensajes. Traté de que se sintieran amados y acompañados.

Un par de días después del crimen, una protesta de repartidores frente a la comisaría de la zona en la que habían matado a Manu terminó con incidentes, que incluyeron la quema de un patrullero. A los pocos días, los papás de Manu convocaron a una nueva protesta. Querían gritar a los medios que su hijo había sido víctima de lo que ellos definían como fallas en el sistema judicial y en el accionar de la dirigencia política. La nueva protesta se realizaría en un punto neurálgico, de mucho tránsito. Se preveía que, quienes se manifestaran, iban a cortar el tránsito de la avenida. Enterado de este acto, y teniendo el tiempo libre para asistir, me pregunté si debía hacerlo; francamente, dudé mucho sobre cuál era la voluntad de Dios y, recordando unas palabras que había expresado unos días antes un amigo con quien compartimos el ideal de la Unidad, decidí ir y le pedí a Dios que, si no era Su voluntad, se manifestara plenamente.

Mientras me acercaba al lugar de la protesta, un vendedor ambulante me ofreció una mesita plegable de madera. Le dije que no necesitaba y, cuando se iba, noté que su chaleco tenía las siglas MTE (Movimiento de Trabajadores Excluidos). Le pregunté si era del MTE y me dijo que sí, que era de la rama de cartoneros, y yo me presenté como parte de la rama de consumos problemáticos. Hablamos unos minutos, pero ese encuentro fue, para mí, la confirmación de que tenía que estar allí; sobre todo cuando el muchacho me comentó que había muchos policías y que estaban por cortar la avenida. Cuando llegué a la esquina de la protesta, había decenas de policías para las ocho personas que nos habíamos acercado. Evidentemente esperaban una concentración de repartidores y que hubiera problemas. Cuando llegó el papá, me acerqué y le dije que estaba allí por ellos. Me abrazó y lloró con un llanto desgarrador. No pude decirle nada. Sólo pude abrazarlo y escucharlo. Habré permanecido en el lugar una hora, mientras los medios lo entrevistaban. Durante ese tiempo, me preguntaba por qué estaba allí, y qué significaba jugármela por un mundo nuevo en esas circunstancias. Y mientras tanto, me propuse abrazar ese dolor de la humanidad que aparecía bajo la forma del corazón desgarrado de esos padres, y ponerme a amar. Así, me encontré con una señora conocida del barrio, que había asistido a la marcha, y tuve la oportunidad de escucharla a fondo cuando me contó que su marido había fallecido hacía poco tiempo. Después de mi partida, llegó un grupo de repartidores que participó de la protesta sin incidentes. Y regresé a casa con pena por la situación tan dolorosa de esa familia, pero con paz en el alma, por haber estado allí donde Dios me pedía que estuviera. Sigo en contacto con el hermano del chico asesinado y cada día, en las oraciones, los tengo muy presentes.

Pablo Fazzari

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