Editorial
Solemos estar preparados para ganar. Mejor dicho, preparados para buscar siempre la victoria. En los vínculos, en el desarrollo personal, en un juego, en la interacción con el mundo y las cosas. El pensamiento tiene lógica: encontrar la satisfacción personal a partir de la obtención de resultados favorables a nuestros deseos. El problema no es ese, claro, sino el terror a lo contrario: perder.
Las páginas de esta edición de Ciudad Nueva explican que existe una capacidad que radica en nuestra disposición para afrontar la pérdida y el desafío, dos disparadores de situaciones que invitan a ser transitadas a lo largo de la vida. “Entrar en un lugar que no es el mío -dice nuestro artículo de Enfoque en esta revista- implica arriesgar, saber perder el territorio conocido”. Y añade: “Comprendido en su hondura, el perder se vuelve la posibilidad de encuentro. Más que debilidad, es nuestra mayor fortaleza”.
Entender la hondura de ese universo es lo que desandamos a través de los artículos de este número. La pérdida de un trabajo como oportunidad; la derrota deportiva como trampolín; la muerte de un ser querido como dolor compartido.
Desde la necesidad de soltar el control para abrazar la incertidumbre, hasta la importancia de permitirnos la vulnerabilidad como un camino hacia el verdadero crecimiento, tanto individual como colectivo.
El saber perder al que nos referimos en la portada de esta edición nada tiene que ver con elegir la derrota, la frustración o el sufrimiento. Sino entender que cuando estos acontecen sepamos mirarlos a la cara, con la frente alta, aceptándolos como parte del recorrido y, dando un salto muchas veces al vacío, confiar en que cuando amamos ese dolor, esa pérdida, logramos un paso hacia la sanación, hacia la superación y hacia una felicidad que en ese momento todavía puede parecernos lejana y hasta imposible. Perder, lejos de hacernos retroceder sobre nuestros pasos, también permite avanzar. Perder es una oportunidad •