Sínodo 2021-2024 – Por primera vez el Sínodo vio la convocatoria no sólo de los obispos sino de todo el Pueblo de Dios. Un camino de conversión espiritual y cultural que es la condición previa para una reforma estructural.
Por Piero Coda (Italia)
Sínodo 2021-2024: tres años de progreso, como los tres años del Concilio Vaticano II. El paralelo puede parecer descabellado, pero no lo es tanto. No sólo porque el Sínodo es uno de los frutos más importantes del Concilio. Sobre todo porque este Sínodo representa una nueva etapa en el camino de renovación iniciado por el Concilio: por primera vez el Sínodo ha visto la convocatoria no sólo de los obispos sino de todo el Pueblo de Dios y esto (destacó el Papa) no es un evento episódico.
En primera instancia, la verdadera novedad es el proceso inaugurado con esta convocatoria de todo el Pueblo de Dios. Es como si hubiéramos despertado de un cierto letargo y a veces de una cierta resignación, y nos hubiésemos levantado para darnos cuenta con asombro y gratitud de que el Evangelio, de mil maneras, ilumina los corazones, ilumina las mentes, es esperado e invocado.
La asamblea sinodal devuelve ahora al Pueblo de Dios un documento aprobado por el papa Francisco: esto también es un signo elocuente. Digo “devuelve” porque recoge lo que ha surgido hasta ahora de la consulta del Pueblo de Dios y ha sido examinado por el discernimiento de la asamblea: devolverlo para que podamos inspirarnos para continuar el camino.
Más allá de sus limitaciones, ofrece una “hoja de ruta” realista y estimulante. Al menos de dos maneras.
El primer perfil favorece el despertar de la conciencia de nuestro ser Iglesia. Pablo VI había recordado esta necesidad, en sintonía con el Concilio, en la encíclica de inauguración de su pontificado, Ecclesiam suam.
Es hoy un deber de la Iglesia, escribió, “profundizar la conciencia que debe tener de sí misma, del tesoro de la verdad del que es heredera y guardiana, y de la misión que debe realizar” (n. 19); “[la Iglesia] necesita sentirse viva (…) necesita experimentar a Cristo en sí misma” (n. 27) para encontrar en Él su forma y su estilo y convertirse, en Él, palabra, mensaje, diálogo de salvación con todos.
Es este despertar que el Documento testimonia y promueve al registrar la convergencia sobre el “corazón de la sinodalidad”. Leemos en el n. 28: “La sinodalidad es un camino de renovación espiritual y de reforma estructural para hacer la Iglesia más participativa y misionera, es decir, para hacerla más capaz de caminar con cada hombre y con cada mujer, irradiando la luz de Cristo”.
¡La sinodalidad, por tanto, no es una opción sino la dinámica constitutiva de la vida y de la misión de la Iglesia!
El segundo perfil toca “la configuración práctica” de este despertar de conciencia: ¿cómo podemos vivir la sinodalidad hoy, de manera concreta y en contextos diferentes?
El Documento propone algunas orientaciones básicas, invitándonos a centrar nuestra atención en dos objetivos: conversión y reforma.
La conversión toca nuestro corazón: es ante todo un hecho espiritual. Por eso es providencial la coincidencia con el Sínodo de la encíclica Dilexit nos del papa Francisco.
La espiritualidad sinodal, en efecto, es una espiritualidad que, a partir del corazón, de nuestra relación con Dios, que es Padre, está marcada por la fraternidad, la comunión y el servicio.
Por este motivo, señala el Documento, se nos pide una conversión relacional (ver parte 2): “Experimentar cómo la práctica del mandamiento del amor mutuo es el lugar y la forma de un auténtico encuentro con Dios” (ver n. 44).
“El sentido último de la sinodalidad (leemos al final del Documento) es el testimonio que la Iglesia está llamada a dar de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, armonía de amor que brota de sí misma para entregarse a sí misma. el mundo” (n. 154). Así, “cuando las relaciones (que vivimos), a pesar de su fragilidad, revelan la gracia de Cristo, el amor del Padre, la comunión del Espíritu Santo, confesamos con nuestra vida que Dios es Trinidad” (n. 50).
Esta conversión relacional afecta a la manera de ver y de pensar: se convierte en conversión cultural. Nuestra manera de concebir el seguimiento de Jesús, de construir la comunidad, de comunicar su mensaje y de dar testimonio de él no puede permanecer aprisionada en módulos que tal vez fueron buenos en el pasado pero que hoy ya no son relevantes.
Con el Sínodo se logró una ganancia fundamental: para caminar juntos es necesario aprender y seguir un método. La “conversación en el Espíritu” marca un punto de no retorno en la experiencia de la Iglesia.
Poniendo en práctica este método se vive la experiencia de la presencia de Jesús entre sus seguidores (cf. Mt 18,20), y es a la luz de esta presencia que se puede escuchar “lo que el Espíritu dice a las Iglesias”.
Para dar testimonio, con humildad, pero con convicción y verdad, como leemos en los Hechos de los Apóstoles como sello de la primera asamblea sinodal de la historia: “Nos pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros…” (ver Hechos 15, 28).
Pero este “vino nuevo” debe ser echado en “odres nuevos”. Es decir, necesitamos lugares, organizaciones y eventos en los que se exprese el camino y la misión de la Iglesia sinodal.
La conversión espiritual y cultural es el requisito previo para una reforma estructural. En este sentido, el Sínodo registra dos logros: por un lado, que debemos partir de los “lugares”, no sólo en sentido geográfico, sino existencial (los lugares donde se desarrolla nuestra existencia); y, por otro, que la Iglesia sinodal debe ser redescubierta y vivida como una “red de relaciones”, en la que las experiencias vividas en diferentes lugares se encuentran y se enriquecen, en el mutuo intercambio de dones, para redundar en beneficio de todos (Parte 4). •
*Fragmento del artículo original, publicado en www.cittanuova.it