Monseñor Adalberto Martínez Flores – El flamante arzobispo de Asunción, Paraguay, dialogó con Ciudad Nueva e hizo un análisis de la realidad y los desafíos de la sociedad paraguaya.
Por la Redacción
Monseñor Adalberto Martínez Flores tenía 21 años cuando conoció más profundamente el Movimiento de los Focolares. Eran los años setenta y estudiaba la carrera de Economía en la Universidad Nacional de Asunción, en Paraguay, y fue por ese entonces que la espiritualidad de Chiara Lubich le llegó profundamente. “La propuesta de aspirar a la unidad en la comunión con otros compañeros, en la Iglesia y en mi propia familia ha marcado el norte en mi vida, mis acciones y aspiraciones para seguir a Jesús”, dice.
En febrero pasado, la Oficina de Prensa de la Santa Sede comunicó su nombramiento como arzobispo metropolitano para la capital paraguaya, de donde es oriundo. En diálogo con Ciudad Nueva, comenta: “Sabemos de la confianza de la ciudadanía en la Iglesia Católica en el Paraguay y eso nos compromete a actuar en consecuencia para el bien del país”.
Con respecto a los desafíos y las principales llagas que atraviesa la sociedad actual, Martínez Flores considera que la corrupción es una de ellas, y que afecta “a toda la sociedad paraguaya”. Por eso cree que la Iglesia tiene una responsabilidad importante, “ya que su principal misión es trabajar en la conversión de las personas a Cristo y a los valores y enseñanzas del Evangelio, lo que contribuirá a los cambios culturales que la sociedad paraguaya necesita para mitigar y superar la corrupción”.
Esos cambios, explica, tienen que ser resultado de procesos educativos intencionados que deben comenzar ahora y cuyos resultados podrán verse en el mediano y largo plazo. “La corrupción es un pecado grave, porque priva a la ciudadanía de su derecho a una vida digna, cuando se distraen recursos públicos destinados a la salud, a la educación, a la infraestructura, al desarrollo rural, a la calidad de vida por la destrucción del medio ambiente, entre otros. Dice el papa Francisco que la crisis ambiental está directamente relacionada con una profunda crisis social”, señala el arzobispo, de 70 años.
Actualmente existen conflictos en distintas partes del mundo, no solo bélicos, y para monseñor Martínez Flores el problema es estructural. “Coincidimos con el papa Francisco cuando sostiene que no habrá paz social mientras subsista la inequidad social estructural, que excluye a una parte de la sociedad del acceso a una vida digna”, responde, y también agrega que no habrá programas políticos ni recursos que puedan erradicar la violencia hasta que no se erradique la exclusión. “Necesitamos trabajar y construir una cultura del encuentro. Generar un acuerdo para vivir juntos, un pacto social y cultural”, manifiesta.
La inequidad social a la que se refiere el arzobispo tiene como causas principales, según apunta, la corrupción e impunidad en las estructuras de poder político, económico y social. Y lo grafica con algunos datos estadísticos, como que cerca de 2 millones de paraguayos viven en situación de pobreza, que más de 600 mil están sin empleo o que casi 300 mil son indigentes. “La corrupción debe ser extirpada con urgencia. Es una cuestión de supervivencia como sociedad”, repite de manera contundente.
Sobre el panorama actual y los desafíos que enfrenta Paraguay de cara al futuro, dice que “el crimen organizado ha permeado y corrompido gran parte del tejido social, político, económico y hasta religioso del país”. “Se ciernen en el horizonte negros nubarrones de inestabilidad política y social como consecuencia de la inequidad estructural y el grave deterioro de las condiciones de vida de los sectores más vulnerables y de la propia clase media”, agrega.
En el camino de revertir esta situación, de lograr mayor inclusión social, erradicar la pobreza y promover una transparencia de las instituciones, monseñor Martínez Flores considera que el rol de los laicos es fundamental. “Es necesario y urgente su protagonismo”, sostiene. “Así nuestra evangelización puede ser eficaz, desde un modelo de Iglesia en salida, misionera, que no teme mezclarse con el mundo”, explica. Para él, los laicos son la gran mayoría de la Iglesia y es el momento de que profundicen su sentido de pertenencia y su formación, “comprometidos desde su fe a ser fermento en la masa, sal de la tierra y luz para la transformación de la sociedad”.
Por eso, entiende que al laicado le toca el compromiso en la administración pública y en la política, así como en todos los sectores de la vida social, cultural y científica. Y que a las parroquias y las diócesis les toca “apoyar y acompañar”. “El gran desafío es afrontar la realidad difícil de la sociedad, cada vez más violenta, desde la fe cristiana de los bautizados en el mundo”, argumenta.
Al mismo tiempo, para el arzobispo también es importante el compromiso de los jóvenes. Es en ellos en quienes deposita su “esperanza del cambio”. Sobre todo en un país como Paraguay en donde 6 de cada 10 tienen hasta 30 años de edad. Por consiguiente –explica-, la Iglesia también tiene una población eminentemente juvenil. “Ellos son el presente de la Iglesia”, manifiesta. “Siempre fueron muy auténticos, porque han tenido una mayor transparencia en las gestiones políticas, por ejemplo. Es necesario que entren en el ruedo de la política para mejorar la visión del país. Insistiremos en su formación en la Doctrina Social de la Iglesia, que es una valiosa herramienta para la gestión del bien común”, señala. Y cierra: “Hay mucho trabajo pendiente, pues el acompañamiento debe ser constante, permanente, abierto y participativo”.